Sebastián Roa regresa a la Edad Media que plasmó en su Trilogía Almohade tras una doble incursión en la Grecia antigua: Enemigos de Esparta y Némesis. Y lo hace a lo grande. Un relato de largo aliento —700 páginas—, Sin alma (Harper Collins) ambientado en el sur de Francia en la primera mitad del siglo XIII durante la llamada Cruzada Albigense, protagonizado por Simon de Montfort, un personaje controvertido, gran guerrero y ferviente católico tildado por las crónicas de cruel y sanguinario. La novela no pretende contar dicha cruzada ni es una biografía novelada de Montfort, advierte el autor. Tampoco es otro libro más sobre cátaros. Hecha esta salvedad, ofrece un dinámico mosaico en el que las intrigas políticas, las batallas y lances amorosos se entretejen habilmente para transportar al lector al pasado. Y, pese a las grandes diferencias que guarda con nuestro tiempo, se reconocen en él, bajo la omnipresente sombra de Dios y del rey de turno, el mismo fanatismo, codicia y avidez por el poder que siguen impulsando hoy al ser humano.
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—Después de Némesis, tu anterior novela ambientada en las guerras médicas, regresas a la Edad Media. ¿Por qué Occitania y el siglo XIII?
—Llevo moviéndome varios años por este periodo. Incluso hay varios personajes de mi Trilogía Almohade que reaparecen en Sin alma. Es como pasear por mi barrio. Normal, porque la Corona de Aragón tenía intereses en eso que hoy llamamos Occitania; intereses que cobraron importancia a principios del siglo XIII, al mismo tiempo que por aquí se preparaba la ensalada de las Navas de Tolosa. Es decir: se trata de un lugar y un tiempo familiares, lo mismo que quienes los pueblan. Aparte, Simon de Montfort es un sujeto conocido por todo aquel que se interese por la historia medieval de Aragón. Y yo soy aragonés.
—Como acostumbras en tus historias, ofreces una visión sesgada de la versión oficial y redimes la figura de Simon de Montfort. ¿Qué te sedujo de este personaje?
—¿Sabes esos cartelones que tienen en las comisarías yanquis con las caras de los más buscados? Si hubiera que hacer uno con los malos más malos de la Edad Media, Simon de Montfort estaría fijo. Eso es seductor de por sí, me atrae escarbar en las motivaciones de las personas, especialmente cuando actúan de manera incomprensible para los demás. Cuando se vuelven malos. Pero hay más. Conforme preparaba la novela me di cuenta de que el quid de la cuestión no estaba en la historia de Simon y de la Cruzada Albigense: estaba en la forma en que esa historia, ochocientos años después, ha llegado hasta nosotros. Cómo nos la han contado, recontado, deformado, exagerado o silenciado según interesara. La imagen que tenemos de todo ese asunto no es la que se plasma en el siglo XIII, sino la que se reinventó en el XIX y el XX, tras activar un filtro falaz al que se ha dado carta de historicidad, ha dado para incontables novelas de cátaros y thrillers esotéricos, e incluso ha rentado políticamente. Yo he prescindido de ese filtro tardío, lo que me permite mirar con otros ojos a Simon de Montfort. Y resulta que es aún más interesante que cuando era simplemente el enemigo fanático y psicópata.
—Las palabra «hereje» y «herejía» aparece muchas veces pero nunca la palabra «cátaro». ¿Por qué?
—La primera razón es histórica: los cátaros no se llamaban así entre ellos, sus enemigos tampoco lo hacían. La palabra más usada en los escritos del momento es «hereje», y aparecen otros términos que se empleaban sin gran rigor, como «albigense» o «valdense». Pero la importante es la segunda razón: esta no es una novela de cátaros; en todo caso lo contrario, y he querido dejarlo claro desde la primera página. No me interesan la doctrina, los ritos, el modo de vida de los cátaros. Para eso ya hay decenas, tal vez cientos de novelas y ensayos. De hecho, y mucha atención a esto, nadie puede afirmar que en Sin alma aparezca un solo cátaro.
—En Némesis la protagonista y narradora es una mujer, y en Sin alma también hay mujeres muy potentes. ¿Tienes facilidad para meterte en el alma femenina?
—Considero un síntoma de cortedad de miras que un lector necesite un personaje masculino para empatizar con él, o que una lectora precise a una mujer protagonista para sentirse identificada. Yo, cuando leo, aplico una suspensión voluntaria del juicio y puedo meterme en la piel del o la protagonista, sea hombre, mujer, blanco, negra, sirena o elfo. Cuando escribo me pasa igual: el sexo, la altura, el tamaño de las orejas o el color de piel de mi personaje dependerá de lo que interese a la trama y al principio de verosimilitud.
—Leer tu libro te hace consciente del daño que ha hecho la religión. ¿Crees que hubiera sido posible un mundo sin ella?
—La religión no es mala como concepto, y lo afirmo como ateo. Otra cosa son los hombres que las inventan, las escriben, interpretan y aplican. El funcionamiento base es el mismo de la ideología, que es la nueva religión. Fíjate cómo las personas, incluso las presuntamente inteligentes, se abonan a una ideología, adoran a sus sumos sacerdotes y los defienden con uñas y dientes. Con gran fe, de hecho. Y algunos hasta con fanatismo. Se fijan en lo que reafirma su creencia y cierran los ojos a lo contrario. Si uno puede ser un ultra por causa de una religión, una ideología o un equipo de fútbol es que el problema está en las personas. Creo que esa pulsión es inherente a nuestra condición humana, aunque con disciplina puede evitarse. Leer también ayuda.
—Dios y rey. En Sin alma aparecen varios reyes y todos de una u otra forma inspiran una gran veneración que hoy se nos hace extraña. Sin embargo, la fascinación por los monarcas sigue vigente, como hemos visto con la muerte de Isabel II. ¿República o monarquía?
—Soy republicano por principios: creo que la primera magistratura del estado debe alcanzarse por medios democráticos. Dicho esto, acepto las reglas del juego: vivimos en una monarquía parlamentaria por decisión democrática —renovada cada cuatro años, pues sistemáticamente no triunfa ningún partido que haya programado el cambio a la república—, así que no tengo queja por nuestro jefe de estado: es más, hasta me parece bastante apañado. Aparte de eso, en España está mal visto ser republicano sin añorar la Segunda República, desear su reedición o lucir banderitas tricolores. El republicanismo está secuestrado aquí por una visión limitada y revanchista, y la república que yo quiero tiene más que ver con la francesa, la alemana o la estadounidense. Luego está el problema de nuestros políticos. ¿Estos necios a los que engordamos ahora son los que han de encargarse de formar una república? Pues deja ahí a Felipe, anda.
—Parece que la motivación económica subyacía en la campaña militar.
—Como siempre. Seguro que hubo guerreros que acudieron sinceramente decididos a defender su fe, y otros a obtener la indulgencia plenaria que garantizaba el papa. Pero lo cierto es que los nobles acusados de proteger a los herejes podían ser desposeídos, y sus tierras y bienes entregados a los cruzados. Botín de alto nivel, totalmente legal y bendecido por Roma. Hasta yo iría a la cruzada.
—¿Cuántos personajes aparecen y cómo te lo montas para no liarte?
—No llevo la cuenta de los personajes de relleno, ni siquiera de los secundarios menos importantes. Mi atención se va al protagonista y a las dos secundarias estrella: Alix de Montmorency y Azalais de Boissezon. Estas dos damas son mis amores en esta novela. Aparte de ellas están Arnaldo Amalarico y el rey de Aragón, Pedro II. A Pedro de Aragón lo adoro, es mi rey medieval favorito. Pero es normal que haya un gran reparto en una novela de estas características. Y conste que he prescindido de muchos, muchísimos personajes históricos, precisamente para no hipertrofiar la trama ni volver loco al lector.
—¿Te lo piensas mucho antes de darle a la tecla?
—Planifico hasta la extenuación, lleno mi escritorio y mi disco duro de esquemas, fichas de personaje, apuntes, diagramas de batalla, escaletas y tratamientos dramáticos. Es posible incluso que me exceda con los preparativos. Eso sí: gracias a ello jamás caigo en un bloqueo ni me ataca el síndrome ese de la página en blanco.
—Si pudieras viajar en el tiempo, ¿en qué época y lugar te instalarías?
—Aquí y ahora. Conozco lo suficiente la historia como para saber que vivimos en la mejor época y en el mejor sitio del mundo. Proyectar las novelas hacia el pasado tiene la ventaja de que allí es más fácil hallar el conflicto. De ahí se sigue lógicamente que la zona de confort ideal está en el presente.
—La historiografía reconoce que la Edad Media no era tan negra como la han pintado. Supongo que eso te complacerá.
—Ciertamente. Sin despojarla de toda su violencia y de la añoranza de la antigüedad clásica, la Edad Media —o las Edades Medias, porque cabe mucho en esos mil años— está llena de brillos. Fuera el filtro medieval ya, por favor.
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