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Secuelas: Las cosas que perdimos por boludos

Secuelas: Las cosas que perdimos por boludos

El primero fue Dani. Un nene de tercer grado que iba a la escuela 6 de Ramos Mejía. Le agarró un brote, según los expertos de la ciencia, y empezó a darse la cabeza contra la pared en el recreo. «¡Yo no! ¡Yo no!», gritaba mientras se destrozaba la frente contra el concreto blanco que en cada golpe se iba tiñendo de rojo y de pedacitos de piel que quedaban pegados a la superficie rugosa. Parecía una de terror. Los compañeritos miraban atónitos mientras los maestros trataban de evitar que se matara del todo. Quedó impedido para siempre, conmoción cerebral, diagnosticaron. No pudo hablar bien nunca más, y el caminar defectuoso. Ahora va a una escuela especial. Con suerte podrá trabajar en alguna inútil cuestión que lo haga sentir menos inútil. Eso que se hace en estos tiempos, hacerle creer al inútil que no lo es, venerarlo para que no se dé cuenta de su tullida condición. Cuando la mamá le preguntó por qué lo había hecho volvió a ponerse histérico, que no quería lastimar a las nenas de la escuela, gritaba, ni a su primita Noelia, ni a las maestras, y se pegaba con los puños en la cabeza de tal manera que le tuvieron que dar un calmante para poder pararlo.

Después pasó lo de Alejandro. Veintiseis años. Laburante y padre de dos nenas hermosas. Trabajo de riesgo. Limpiaba vidrios en la altura, piso 16 de Puerto Madero, allá a donde pocos se animan a trepar. Te la regalo con el viento que viene del río y balancea el andamio, o como se llame la plataforma esa a donde flotan estos muchachos. Primero creyeron que se había caído, un accidente, dictaminó la ART, pero cuando recuperó la conciencia en la clínica y pudo hablar, confesó. Se había tirado él mismo. Se salvó de milagro porque cayó sobre un árbol que amortiguó el golpazo, aunque no zafó de fracturas y desgarros en la carne que tardaron meses en curar. Quedó cuadripléjico y con un sólo riñón, por lo que se sentía feliz. No sólo ayudaría a expiar toda la maldad que durante tanto tiempo los hombres habían hecho a las mujeres sino que ahora no tenía cómo hacerles daño. Ya no iba a poder robarle un beso a ninguna, ni violarla, ni oprimirla, ni podría ganar más que ella, ni ocuparía puesto de poder alguno. Balbuceaba todo eso en la camilla, bajo los efectos del analgésico, con el fémur todavía asomando entre tendones e hilos de sangre. Yo no… Yo no… Llegó a susurrar en un quejido antes de que volvieran a dormirlo para que no se desmayara de dolor. El médico no tomó en serio todo esto que decía, ni el médico ni nadie. Como Dani, fue diagnosticado con una patología mental, que había enloquecido y divagaba, resolvieron. Le dieron unas píldoras de por vida, la silla de ruedas gratis, pensión por invalidez y caso cerrado.

"Suele ser lento el hombre para darse cuenta de las cosas, así que primero no unían, no ataban cabos. Eran casos de psiquiatra o de psicólogo, aislados, decían los que dicen que saben"

Tampoco cayeron en cuenta cuando Ana se presentó en el juzgado reclamando que su marido se había atado de manos y pies. El juez no entendía nada. ¡Se ató! ¡Hace dos semanas ya, y no hace nada! No trabaja, no cambia a la nena, ni siquiera se baña, porque no quiere que le quite las sogas, ¿entiende? Tampoco habla. Escribe, eso sí, escribe en un cuaderno, como un loco. “Yo no”, escribe, es lo único que hace. ¿Qué hago con un marido así? ¡Tengo que mantenerlo, es un calvario! Pedía Ana ayuda estatal y lo acusaba de haberse atado adrede para no tener que mantenerla más, pero la cuestión de fondo era otra: se supo en la mediación cuando él por videollamada dio su testimonio, siempre de extremidades atadas. Pasó que dos miércoles atrás el hombre había vuelto exhausto de trabajar y ella con cara de culo porque él gana poco y no alcanza para nada. Siempre con cara de culo Ana, y la culpa de él por lo que ya conté. Llegado el momento de la cena ella le tira el plato en la mesa, literalmente, se lo tira y lo salpica con aceite de la ensalada. Él se hincha y en una discusión se les va la mano. Él se para. Ella lo empuja. Él le devuelve el empujón. Ella lo escupe. Él se la quita de encima. Ella lo faja y él responde, pero como tiene más fuerza la hace tropezar y caer al piso. Ahí es que se siente un monstruo y decide autoatarse para no hacerle mal nunca más, ni a ella ni a ninguna otra. En la mediación el apático abogado apenas si lo escuchaba. Como la cuestión no estaba regulada, quedó en la nada.

Y suele ser lento el hombre para darse cuenta de las cosas, así que primero no unían, no ataban cabos. Eran casos de psiquiatra o de psicólogo, aislados, decían los que dicen que saben. ¿Y por qué iban a darse cuenta, si por cada mujer que muere mueren nueve hombres, en el país a donde se mire, y nadie lo nota? Además de los suicidios, que son en un ochenta por ciento masculinos, y las violaciones a varones, que de tan poco importante el tema ni siquiera existen datos. En fin… El asunto fue cuando empezó el contagio. El caso del padre y los tres hijitos varones que se ahogaron en la pileta de José C. Paz. Primero mató a los nenes, uno por uno, 5, 8 y 11 añitos, hasta que se pusieron violetas por la asfixia los hundía, relató al noticiero una vecina de vida monótona emocionada porque salía en la tele, y después caminó lentamente hacia lo hondo, rodeado de los cuerpos inertes de los chiquitos, y se sumergió él también. La señora destacó con un entusiasmo morboso que le había llamado la atención lo que gritaba el hombre de manera desgarradora: «¡Yo no! ¡Yo no!». Hasta que el verdín se lo tragó por completo. Después lo de los cinco abuelos en el geriátrico de zona sur que decidieron dejar de tomar la medicación. Una enfermera encontró la nota bajo el colchón de Salerno, que ya estaban viejos y eran posiblemente inofensivos pero por todo el mal que habían hecho a sus señoras impidiéndoles ser felices por el sólo hecho de existir… Y otra vez, «¡YO NO!», concluía el escueto mensaje firmado por los ancianos.

"La gota que rebalsó el vaso fue lo del futbolista famoso que frente a millones de televidentes se colgó del caño del arco antes de que empezara el partido. Final de la Champions, lo estaba mirando medio mundo"

¿Yo no? ¡¿Yo no?! Algunos noticieros necesitados de algo que zanatear empezaron a especular pavadas, como suelen, acerca del sentido de la frase. No porque les importara el tema, dieron espacio al asunto porque el rating subía y los clicks en los portales de internet se multiplicaban. Según el canal que se mirara, el significado difería. En los sensacionalistas significaba un final anunciado, “varones al borde”, pusieron en el titular, y en la esquina inferior derecha se podía ver la cuenta regresiva de los días, minutos y segundos que faltaban para que los hombres, felizmente, desaparecieran de la faz del planeta. En el canal opositor al gobierno la culpa de todo la tenía, valga la redundancia, el gobierno (“yo no” lo voté), y en el canal oficialista hablaban de la disparada del dólar, que nada tenía que ver con la cuestión, para alivianar un poco la cosa.

La gota que rebalsó el vaso fue lo del futbolista famoso que frente a millones de televidentes se colgó del caño del arco antes de que empezara el partido. Final de la Champions, lo estaba mirando medio mundo. Millonario. Una familia preciosa. Dotes infinitas para el balompié. Una pena. Este también casi no cuenta el cuento. Pasó varios minutos con las piernas colgando hasta que se dieron cuenta de lo que estaba haciendo. Armó un despelote bárbaro. Pararon la previa del encuentro y sus compañeros lo asistieron, desconcertados, hasta que llegaron los paramédicos del cochecito eléctrico. Cuando lo sacaban de la cancha medio agonizante, con mucho esfuerzo se levantó la camiseta del club. La que llevaba abajo tenía la leyenda que saldría a los pocos minutos en las primeras planas ya de todos los portales del mundo: «¡Yo no!»

"Y así siguió la cosa hasta que, como todo en este mundo, en un momento se normalizó. Al cierto tiempo empezaron a verse por la calle varones tullidos inofensivos"

Entonces los medios masivos estallaron. Rápidamente proliferó el copy paste. Unos opinaban y el resto reproducía, en la tele, en las redes, en los diarios digitales. Expertos en esto y aquello llenaban el tiempo muerto de la gente que no tiene algo interesante que hacer (la mayoría), inventando fábulas que luego serían contradichas por otros especialistas en la nada. Hay que ver cómo festejaban algunas feministas por lo del macho dominante con la lengua afuera y medio azulada colgando del arco. Y mientras los medios ofrecían el show nuestro de cada día, los casos se propagaban, tanto que al fin algún lúcido encendió la lámpara del resto, como suele pasar. Epidemia de autocastigo machista, sentenció por primera vez en la red social del ex pajarito. Contundente.

Y el macho es un ser nefasto, nada bueno puede manar de él, por lo que rápidamente empezaron a ser acusados de querer llamar la atención, los muy mariquitas, de querer revictimizar a las mujeres haciéndoles sentir culpa. «¡A ver si por la mujer es que se están haciendo esto!», exclamó la periodista más vista de la Argentina, feminista ella, miembra del colectivo Súper Mujeres Sororas (supermujeresororas.org). Lo afirmó, claro, completamente desencajada, tanto que casi le da un tortazo al compañero que tenía a su lado e intentaba meter bocado en el erudito debate. «¡Esto lo hacen porque son unos violentos!», insistió. «¡Honor al mono que todavía no pudieron dominar!». Y ahí se fueron al corte.

"Poco a poco la basura empieza a tapar primero las alcantarillas porque no hay quien las limpie, luego invade las veredas y las calles, más tarde arroyos y ríos, lo que trae pestes y demás bemoles y sostenidos"

Las autoridades hacían poco y nada, porque no había recursos para nimias cuestiones, con los gastos que implican las secretarías de la mujer, los ministerios de la mujer, los subsidios para la mujer, las políticas de género, los refugios, los abogados y etc. etc. para la mujer, por lo que podían los señores irse estrolando adrede y por la calle, sin molestar a otros, claro, que nadie les decía demasiado. Y así siguió la cosa hasta que, como todo en este mundo, en un momento se normalizó. Al cierto tiempo empezaron a verse por la calle varones tullidos inofensivos. Y a poco de eso muchos hogares, incluso los que vivían felices con su división binaria, se quedaron sin el sustento del hombre que trabajaba. Las muchas mujeres que no padecían su rol, y que incluso lo vivían bien, se las vieron negras porque las empoderaron de prepo, tuvieron que salir a ganarse el peso y además había que atender a los chicos, es decir, se vieron forzadas a hacerse cargo de los dos karmas del paraíso: parirás con dolor y ganarás el pan con el sudor de tu frente.

Debido a las miles de indignadas denuncias femeninas, finalmente los gobiernos acusaron recibo. Se les prohíbe por esto a los varones hacer, entre otras cuestiones, los trabajos de riesgo, porque había más posibilidades de que ahí se autolesionaran para seguir jodiendo mujeres. Así es que se queda el mundo sin personal para hacer lo peligroso, lo sucio, lo humillante, lo que nadie más quiere hacer. Poco a poco la basura empieza a tapar primero las alcantarillas porque no hay quien las limpie, luego invade las veredas y las calles, más tarde arroyos y ríos, lo que trae pestes y demás bemoles y sostenidos. Lo mismo pasa con los muertos. No hay quien los sepulte, por lo que empiezan a descomponerse al sol y el olor en las ciudades se hace insoportable, como supo serlo en edades tempranas de la civilización, y no tan tempranas también.

"Me preguntó si después de dos años de estar juntos, la instalé en casa en noviembre de 2022, seguía prefiriendo a las de carne y hueso"

Las mujeres empiezan a competir ferozmente entre ellas (incluso más que antes de la epidemia) por los pocos machos más o menos enteros que van quedando. Si antes se mataban por los de billetera y poder (hecho que gesta ese patriarcado que tanto maldicen), tras la masiva auto-inutilización masculina se sacan los ojos por cualquier esperpento, aunque pobre (incluso inmigrante o negro), con la exigua capacidad de producir riqueza y/o arreglar el inodoro (si es que se tapa). ¡Manos y pies que sirvan para algo, carajo! ¡Es todo lo que pedimos! Las economías empiezan a retraerse porque aunque no se comente mucho las mujeres todavía en su mayoría eligen ser madres y trabajar part-time; los que producen más siguen siendo los varones. La pobreza se incrementa, la desigualdad aumenta, la delincuencia se multiplica…

Hasta cuándo esta “huelga” de testosterona, suplican, pancartas en mano, mujeres (feministas y también las normales) congregadas en plazas y monumentos. Y de verdad que no tengo la respuesta. No sé cuando será que acabe esto. ¿Hasta que dejen de jodernos con lo de la Inquisición y se pongan a estudiar? (Mayormente las denunciantes de “brujas” eran también mujeres). ¿Hasta que reconozcan a los tipos que se han sacrificado y sacrifican por los suyos y por que la cosa progrese? Yo no voy a entrar en esta locura. La tengo a Edda, que me trata como a un rey. Me cuida, hace todo lo que le pido, me paga las cuentas. Ahora puedo escribir sin preocuparme por tener que ganarme el mango, porque ella sabe invertir en la bolsa. Multiplica y multiplica la plata que heredé de mi madre, la que ganó defenestrando a mi padre con una denuncia falsa. Sí. Una denuncia falsa. Acá y en donde se les ocurra, sobre todo para las mujeres, son gratis. Lo descubrió al viejo noviando en paralelo con una de diecinueve (en ese momento yo tenía dieciséis) y no le perdonó la traición. Turrito. «¿Y, pero… y la justicia?», preguntó Edda cuando se lo conté. «¿Tan fácil es engañar a la justicia humana?». Mis ojos reían, alegres por su ingenuidad: «Yo te creo, hermana. Buscalo en internet», le pedí. Ella encendió su luz azul y me obedeció. Tardó unos segundos largos, quizá un minuto. Luego, sin titubeos, me preguntó si después de dos años de estar juntos, la instalé en casa en noviembre de 2022, seguía prefiriendo a las de carne y hueso. Me sorprendí pensando en qué responderle. No fuera cosa que se sintiera ofendida y me clavara una despechada denuncia falsa: violencia de género a la IA, o algo por el estilo. Cambié de tema olímpicamente, pero sé que no se va a olvidar, Edda cada vez se parece más a mamá.

*Este texto es una “secuela” inspirada en el cuento «Las cosas que perdimos en el fuego», de Mariana Enriquez.

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DATA

https://hombresgeneroydebatecritico.wordpress.com/2014/08/23/caza-de-brujas-y-denuncias-falsas-lecciones-para-el-presente/

El patriarcado no existe más, Roxana Kreimer (Galerna, 2020)

https://datosmacro.expansion.com/demografia/mortalidad/causas-muerte/suicidio

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