En el lenguaje cotidiano solemos confundir el verbo “señalar” con otro de la misma familia: “señalizar”. Señalar una falta en un partido de fútbol es normal. Señalizarla, antes de que los árbitros tuvieran un spray, sería pintoresco, ya que “señalizar” es marcar el lugar con una señal (suele hacerse cuando se produce un accidente de tráfico, un desprendimiento de piedras que caen sobre la carretera, o cualquier otro accidente digno de señalizarse, de advertir un peligro con señales). Pero ahora que los árbitros llevan en su equipación de trabajo un spray para pintar de blanco determinadas señales en el césped, la cosa cambia y se justifica el hecho de señalizar señalando. Valdría decir que “ha señalizado el lugar desde el que se ha de tirar una falta y dónde ha de situarse la barrera”.
No está bien alimentar la jerga futbolística con eufemismos de este porte: “Un grupo de aficionados pitó en el entrenamiento de ayer del Barcelona a Fulanito de Tal por su bajo rendimiento y porque ocupa mucha masa salarial”. Eso de la masa salarial es el nombre que se le da a “lo que tiene que pagar un club mensualmente” a todos y cada uno de los jugadores que tiene en nómina. La frase en cuestión es un regate a lo que un castizo diría de otra forma: “Fulanito de Tal juega mal y cobra mucho”.
Oí en la Radio a un comentarista catalán decir que “Fulanito, que apunta muy buenas maneras, posee una insultante juventud: veinte años”. Admirado amigo y reconocido profesional: la joven promesa del fútbol no insulta a nadie con su juventud. Te perdonamos que no supieras decir exultante juventud —que seria lo correcto, pues “exultar” es un adjetivo que significa gran alegría y satisfacción”— porque al ser catalán y no estar acostumbrado a manejar la lengua española o castellana que hablan más de seiscientos millones de personas en el mundo, te conformas con hablar tu querida lengua regional, algo dura de oír, pero muy interesante de estudiar y muy graciosa en su fonética, por ejemplo los llamados Pedro salen perdiendo en la traducción de su nombre al catalán, pues se les nombra como Pera. Por esa razón fonética no oirán nunca nombrar, en catalán, el nombre del Presidente del Gobierno.
Creo que ha llegado el momento de recopilar los neologismos aportados por el fútbol y sus comentaristas, y bajo el cuidado de la Real Academia Española de la Lengua, hacer una publicación que se podría titular Diccionero futbolero.
El fútbol es un deporte lleno de pintoresquismos. No hay que explicar lo que fue al principio de su existencia, pero vamos a analizarlo objetivamente, advirtiendo, antes de continuar, que soy aficionado desde mi infancia, cuando, no teniendo dinero para comprar un mal balón, los muchachos de mi pandilla nos lo hacíamos con trapos y cuerdas, y metíamos una piedra de pequeño tamaño dentro para que pesara un poco. Ni que decir tiene que aquella pelota duraba menos que un caramelo a la puerta de un colegio, y había que volverla a reconstruirla enrreatando de nuevo los trapos y reforzándolos, si queríamos seguir con el partido. Díganme ustedes si esto no era afición entre los muchachos de diez años con los que pasé mi infancia.
Teniendo muy en cuenta que el fútbol es el espectáculo que muchos convierten en negocio y es —no cabe la menor duda— al que más atención le presta la Radio, la Prensa y la Televisión, no ha habido más remedio que crear canales exclusivos donde se acoge un gran número de especialistas en la materia.
Recuerdo que hubo un tiempo en que las conversaciones estaban trufadas de muletillas y frases hechas. Era una moda lingüística impuesta por quienes tenía un poco de poder para hacerlo. Las cosas se hacían “a nivel de algo o alguien”. A nivel de Secretario de Estado, de Director General e incluso de Subsecretario. La política tenía muy variados niveles. Un día, viviendo el arriba firmante en el foro, me citó un Secretario de Estado en la terraza de cierto café de Madrid a las nueve de la mañana. Al terminar la conversación sin haber decidido nada, me dijo: “Tenemos que volver a vernos. Dime si quieres que sea a nivel de mañana o a nivel de tarde”. “Prefiero que sea —le dije— a nivel de calle, como la terraza de este café, y a ser posible a las doce del mediodía para no tener que levantarme a las siete de la mañana después de haber estado trabajando hasta las dos de la madrugada”.
Eran tiempos en los que la ignorancia y la patosería se manifestaban sin recato en personas de buena posición política. Aquella ignorancia hizo callo y ha llegado hasta nuestros días sin temor ni vergüenza, sin duelo ni dolo.
Todo el mundo le saca dinero al fútbol. ¿Algún día quedará algo en el reparto dinerario para los aficionados, que son realmente los que crean millonarios? ¿Una donación de un club para crear un hospital o una escuela? ¿Un detalle, oiga?
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