¿Recuerdan Los restos del día? ¿Y Tierras de penumbra? ¿Y Retorno a Brideshead? ¿Y El cielo protector? Había algo en ellas —por no decir mucho— que secuestraba nuestra atención y clamaba por ampliar la experiencia que nos proporcionaban. Me refiero a las películas, claro, que es ese arte que traslada a imágenes y sonidos lo que hasta su llegada acontecía en la mente de los lectores. El siglo XIX afinó al detalle ese arte, el de proporcionar la posibilidad de vivir en otro tiempo, lugar y piel sin apartarse de la sombra de un árbol o del calor de un hogar. Aquellas eran otras películas, las que ocurrían en el interior de los que frecuentaban una suerte de magia encuadernada, pero el cine facilitó el acceso a muchos universos paralelos que de pronto se hicieron insustituibles, sustanciando en movimiento sonoro lo que antes había sido especulación imaginativa. ¿Cuántas veces la visión de un film ha sido la puerta de acceso a la narración que le servía de fuente? Kazuo Ishiguro, C. S. Lewis, Evelyn Waugh o Paul Bowles desconocían el alcance que lograrían las películas basadas en sus libros. Pero a veces sucede el milagro, y el resultado iguala o mejora al original. Es ese un arte al alcance de pocos. Martin Scorsese lo logró en un par de ocasiones con libros simplemente testimoniales y poco memorables firmados por Nicholas Pileggi, que el cineasta convirtió en Uno de los nuestros y Casino. Así otros tantos directores como James Ivory, Richard Attenborough, Julian Jarrold o Bernardo Bertolucci hicieron lo propio, como por fortuna lograron tantos otros.
Andrew Haigh entra con justicia en la nómina de escogidos gracias a la adaptación de un cuento que el director tituló 45 años (2015). Su película, una delicia tratada con sensibilidad extrema, protagonizada por Charlotte Rampling y Tom Courtenay, está basada en una sencilla historia del escritor inglés David Constantine (Salford, 1944), que con el título “En otro país” da nombre a la antología de relatos que ahora ha visto la luz, traducidos por primera vez al español sobre una selección amparada por una sólida carrera construida durante más de treinta años. Que el autor haya sido editor de la prestigiosa revista Modern Poetry in Translation, profesor en Oxford, traductor de Hölderling, Goethe o Brecht, jurado del Premio T. S. Eliot o reconocido con el Premio Internacional Frank O’Connor y el BBC National Short Story Award sólo prestigia externamente unos cuentos que se defiende por sí mismos.
Pero el cuento de “En otro país” es sencillamente superior. Transitar por sus páginas supone ingresar en un mundo de elegancia, sobreentendidos, elipsis, tormentas interiores apenas señaladas y escenas que tienen en su contención la baza que las hace enormes. En toda su dimensión, recuerda mucho a aquel otro cuento del maestro James Salter, el inolvidable “La última noche”. Por eso no deberemos contar mucho más. Esa docena de páginas valen por todo el volumen. El resto de relatos, seleccionados entre los cuatro libros de historias cortas que Constantine ha ido dando a la imprenta en este tiempo, inciden en las bonanzas ya señaladas, aunque cabe advertir al lector que se arme de paciencia, porque el autor no se lo pondrá fácil: a veces no sabrá hacia dónde trata de dirigir sus pasos, en otras ocasiones descubrirá que la anécdota que los sustenta sirve de vehículo para ahondar en cuestiones ajenas a la trama, o simplemente deberá dejarse llevar de la mano por una prosa hipnótica que dice lo que cuenta porque sabe decirlo para contarlo del mejor modo posible. “Asilo”, por ejemplo, se convierte en una historia que amaga toda una poética del cuento y del modo de afrontar su creación, al tiempo que muestra las posibilidades de intervención de la literatura en el devenir del mundo. No son palabras. Son hechos generados a partir de las palabras. No es pequeño poder. Y luego está la potencia verbal de Constantine, que es firme pero flexible como los juncos que traía a sus conversaciones filosóficas Bruce Lee. “Los vestigios de un crepúsculo estival duran para siempre. Infinitamente despacio la palidez da paso a la negrura”, dice el narrador de “”El señor Carlton”. Junco tras junco, frase a frase, algunos de estos cuentos acaban sin demasiadas sorpresas, que es como acaban la mayoría de los asuntos de la vida. Por eso todavía tiene más mérito lo conseguido por el hasta hoy inédito en nuestro idioma David Constantine, algo que ha resuelto con solvencia la traducción de Celia Filipetto.
Tal vez, al cerrar el libro, se descubra que la linterna de la que estos cuentos se sirven para avanzar, el conflicto luminoso que el lector trata de resolver, no sea tan importante. A lo mejor se llega a la conclusión de que lo importante es estar atento a las migajas del camino, para observarlas y observar a los posibles depredadores, como no ocurrió en el cuento clásico. Se oirá entonces con claridad unas palabras en “Funeral”, que compendian la verdad de todas estas historias: “Vuelve a contármela. Son diferentes su relato y el tuyo. Y diferentes con los años.” Así siempre. David Constantine lo sabe. Ahora también lo sabrán sus afortunados lectores.
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Autor: David Constantine. Traductora: Celia Filipetto. Título: En otro país. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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