Qué es una persona sensible. Una persona sensible no es gran cosa. ¿Alguien que siente mucho (o más)? ¿Una compañía más agradable?
Una persona sensible no es nada, en principio. Se puede sentir mucho todo y seguir en el mismo punto: ningún lugar. La nada del sensible es, por ejemplo, la ñoñería, el adanismo, la inmadurez. ¡Ah, el ser espiritual…! Quien se rige por su sensibilidad se equivoca sensiblemente. El mundo está lleno de artistas sensibles que nunca jamás produjeron nada, no ya bello o que se haga sentir, ni siquiera que pudiéramos atribuir a sensibilidad alguna. ¡Y son el producto de personas sensibles! Por ello, está claro, la sensibilidad es algo así como el punto 0, ciego, de la creación artística. Ajá, eres sensible, está bien, ¿y ahora qué? Y el “qué” —no la sensibilidad de la persona, ni la persona sensible en sí— es lo único que finalmente importa. La insensibilidad manifiesta de todos esos sensibles dispersos alrededor del mundo con sus insensibilizadoras obras nos alerta de que la sensibilidad, per se, no produce lo sensible, y sin embargo sí produce ingentes cantidades de obras ingenuas, equivocadas, inmaduras, complacientes, autocomplacientes, burguesas, incomprensibles, inexplicables… Lo ñoño, por ejemplo, es inexplicable no por complejo sino porque no merece la pena que se explique.
Pero, ¿es posible que, a pesar de sus insensibles obras insensibilizadoras, la persona sensible sea una compañía un poco más agradable? Pues depende de qué sienta el sensible. Si lo que siente es el ansia de cogerse una cogorza tras otra… si lo que siente es la voluntad de que sus allegados le adoren y presten una atención tirana… ¿Acaso podemos considerar sensible a quien se victimiza? El de la piel muy fina para todo, ¿es un sensible o un lobo con piel de cordero? ¿O es que lo que queremos decir no es que la persona sea sensible, sino que sea sensible “con nosotros”, egoístamente, reduciendo la importancia de la sensibilidad de la persona a la propia conveniencia, obviando todo lo que no tenga que ver con nosotros, con que nos trate bien, con que halague al narciso que somos? ¡Ah, pillines! Así yo también, ¿eh? ¡Yo también quiero que el mundo se haga a mis deseos y necesidades!
Poniendo oreja en la cultura, últimamente uno tiene la sensación de que alguien pretende que la sensibilidad se convierta en nuestra quimera realizable: el imperativo “sé sensible” se encuentra implícito y explícito en las consignas, a modo de nuevo valor político. Pero ser sensible, cuando se antepone la sensibilidad a otros valores en liza, es un atraso, nos retrotrae a la persona que, inmadura, siente mucho pero sólo siente. La sensibilidad así ordenada es un modo de infantilización. El bebé que mama y llora también siente muchisísimo. El autoayudado narcisista, tan embebido de sí mismo, también se siente muchísimo y lo siente todo a flor de piel sin necesidad alguna ni provecho en ello.
La “sensibilidad política” que se ostenta, tanto en lo íntimo como en lo público, como medio de legitimación y supervivencia, lo hace como estrategia de dominio, para imponerse a sus demonizados, acusándolos de insensibilidad. La sensiblería moral es un buen terreno para el oscurantismo.
¿Qué podemos esperar del sensible Adán de ahora? Moralismo, maniqueísmo de opereta (o de Twitter), un blandiblú de sensiblerías que arañan. Violencia por razones sensibles. Censuras y cancelaciones. Victimizaciones culpabilizadoras. La culpa (y el culpar) como razón sensible…
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: