DETRÁS DE LAS PALABRAS: EL SENTIMIENTO DE LA MONTAÑA
George Mallory, legendario montañero británico desparecido en el Everest durante la expedición de 1924, fue muy escueto, y a la vez tremendamente explícito, cuando respondió a la pregunta de por qué subir la montaña más alta de la Tierra: “Porque está ahí”. Tal vez la misma respuesta explicaría el origen de este libro.
Eduardo Martínez de Pisón y Sebastián Álvaro entienden muy bien las montañas. Les han dedicado su vida, y han comprendido el misterio que las envuelve, desvelado en este inmenso, magnífico, libro de tinte enciclopédico con abundante y extraordinario material iconográfico, que ya va por su tercera edición. En él no solo recorren la historia del alpinismo y sus protagonistas, sino que también explican cómo se ha ido gestando el sentimiento de la montaña a través de los más esenciales testimonios literarios y artísticos. Se trata de un documento de un valor excepcional, imprescindible para todos aquellos que deseen acercarse al mundo romántico de la montaña.
“El sentimiento por la Naturaleza es la más refinada expresión de la Civilización. El cuerpo se limpia y restaura con el aire sutil de las alturas, y el alma se limpia y restaura con el silencio de las cumbres” (Unamuno)
En muchos lugares fueron consideradas morada de dioses, o demonios, como bien muestra la nomenclatura que adquieren cumbres del Himalaya: Chomolungma (diosa madre de la Tierra), Annapurna (diosa de las cosechas), Manaslu (montaña de los espíritus), Cho Oyu (diosa de la turquesa), etc. En las cimas de los Andes los Incas enterraron en las Huacas a sus difuntos y construyeron ciudades sagradas en las nubes, como Machu Pichu. Durante milenios simbolizaron una alianza entre cielo y tierra, y allí donde la tierra no proporcionó alzamiento alguno, construyeron pirámides, como las de Egipto. Pero fue la inherente curiosidad humana, y más tarde su ambición, lo que le hizo ir más allá. Da Vinci fue el precursor de la interpretación científica del medio natural, dejando de lado lo divino, y con los estudios cartográficos del siglo XVI de los grandes navegantes y exploradores nacen las ciencias de la Naturaleza. La Historia dejaba su huella en océanos y tierras remotas, hasta que un día, fue el hombre el que hizo historia en la montaña.
La paternidad del alpinismo tiene un nombre propio: Horace-Bénédict de Saussure, geólogo suizo que decidió escalar por vez primera el Mont Blanc en 1787. Le movió el simple placer de ascender y alcanzar su cumbre, e instaló así las bases de todo lo que iba a suceder después: “un sueño arriesgado, irracional, y a la vez hermoso”, tal como describiría magistralmente Lionel Terray años después en su libro Los conquistadores de lo inútil. A principios del siglo XIX se gestó en los Alpes un profundo sentimiento hacia la montaña que heredarán después aquellos hombres valientes que han simbolizado el ideal de la Gran Aventura, como fueron Mallory, Shipton, Herzog, Buhl, Hillary, Whymper, Cassin, Bonatti, Messner, Bonington, Diemberger, o el propio Terray. En España, que iba a la cola de la Ilustración, el sentimiento de la montaña no cobra fuerza hasta el último tercio del XIX, con el Pirineísmo o el Guadarramismo.
“¿Hemos vencido a un enemigo? A ninguno, excepto a nosotros mismos” (Mallory)
Pero, más que ningún otro deporte, su escenario paisajístico ha conquistado todos los campos del Arte y la Ciencia. Fuente incansable de inspiración vertida en cientos de páginas por Stevenson, Kipling, Verne, Salgari o Hemingway, en los lienzos de Friedrich, Gos, Ruskin o Rey, en los pentagramas de Strauss o Schumann, o en las visiones de Cajal, Einstein o Darwin. Se trata, en definitiva, de un viaje hacia la esencia de la Naturaleza. Joseph Conrad expresó como nadie en El corazón de las tinieblas el tronco común de este sentimiento a través de su protagonista, Marlow: “Hay viajes que parecen destinados a mostrarnos qué es la vida. Son, por tanto, como un símbolo de la existencia. La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo —que llega demasiado tarde— y una cosecha de remordimientos inextinguibles”.
Su conquista también lleva implícita una inevitable carga dramática, expresada genialmente por Joe Simpson en Tocando el vacío o Jon Krakauer en Mal de altura, y también una carga patriótica y triunfalista, muy bien ejemplarizada por las expediciones al Nanga Parbat organizadas en la Alemania nazi. Las montañas intiman con fábulas de éxitos y fracasos, custodiando sueños anhelados. La atracción que generan sus colosales fuerzas tectónicas, su caos geométrico de líneas y planos dispuestos en perfecta armonía, ofrecen un aspecto desolado, benevolente a veces, amenazante otras. En la obra de Pisón y Álvaro encontramos capítulos fascinantes dedicados a los más grandes, como George Mallory, profesor de literatura en Cambridge, uno de los últimos aventureros románticos del siglo XX, inmortal por su hazaña junto a Andrew Irvine y el misterio de su final en el Tíbet, aún sin desvelar desde 1924, mientras combatían contra el Everest como lo hiciera Ahab contra Moby-Dick. También están Maurice Herzog y su odisea vivida en 1950 en el Himalaya junto a Louis Lachenal, Gaston Rébufatt y Lionel Terray, narrada de forma conmovedora en su libro Annapurna, primer 8000, el cual vendió más de 13 millones de copias en todo el mundo. Tras su largo periodo de hospitalización, Herzog nos reservó en dicha obra un sugerente final: “Este Annapurna al que nos habíamos dirigido con las manos vacías, es un tesoro del que habremos de vivir durante el resto de nuestros días. Conscientes de eso, volvemos una página de nuestra existencia: una nueva vida comienza. Hay otros Annapurnas en la vida de los hombres”.
Asimismo, Walter Bonatti, referente moral del alpinismo, y único por sus proezas y estilo clásico, dominó el panorama durante la década de los años cincuenta, como lo hizo después Reinhold Messner conquistando los 14 ochomiles del Planeta sin equipos de oxígeno. Este último retomó la tradición de los clásicos más audaces y llevó la búsqueda de la libertad hasta las últimas consecuencias: “Cuanto más alto suba más hundiré la mirada en las profundidades de mi ser”. También encontramos reflexiones sobre el paisaje actual, con una tierra amenazada por un clima enloquecido, y un nuevo turismo, a veces devastador, condicionado por intereses comerciales que amenazan la pureza del entorno. La Naturaleza ha de ser vivida, no solo vista. Ella nos ha prestado un código moral y sentimental. Conocimiento, en suma. Le debemos ejemplaridad.
“No es más quién más alto llega, sino aquel que, influido por la belleza que le envuelve, más intensamente siente” (Herzog)
Todavía existen cosas capaces que arrebatar las palabras y, sin duda, una de ellas es la contemplación de una montaña. El sentimiento hacia ella es mucho más que una actitud deportiva. Es un encuentro místico con uno mismo. Un viaje. Una búsqueda. De hecho, la eterna búsqueda. Y también un duelo con la Naturaleza, aunque tal vez se trate de un duelo contra uno mismo. La inmediatez puede detenerse ahí porque no hay otro modo de avanzar que dando un paso tras otro. La soledad aún es posible en ese entorno, donde el ruido cesa e impera el sonido del viento. El territorio no pertenece a otro ser que la propia Naturaleza y sus leyes inescrutables, las que te permiten o no adentrarte. El verdadero sentimiento de la montaña es el reencuentro con algo muy ancestral, que hemos olvidado. Y es algo muy poderoso.
Como dicen Pisón y Álvaro, el verdadero amor hacia la montaña implica vida, esfuerzo, valentía, lealtad, amistad, y tiempo que acaba modelando nuestro pasado, presente y futuro e intensifica la sensación vital por la extrema fuerza y belleza del escenario. Así es la relación del hombre con la montaña, intensa y apasionada. Conflictiva. Y allí donde quiera que sus rocas y hielos emerjan, más allá del murmullo y los ecos del silencio, tan sólo brillan los destellos del firmamento, las constelaciones, el infinito.
“Ni la historia ni la tierra dejarán de moverse y los hombres seguirán tejiendo sus sueños más locos e imposibles” (Álvaro)
Un día, Eduardo Martínez de Pisón (1937), vallisoletano de mirada risueña, se enamoró del paisaje. Fue una primera excursión por las montañas aragonesas la que le llevó a iniciar una carrera científica consagrada a la Naturaleza. Se doctoró en Geografía y fue profesor en la Universidad Complutense de Madrid, catedrático en la Universidad de La Laguna (Tenerife), y desde 2007 Catedrático Emérito de Geografía Física de la Universidad Autónoma de Madrid. Es uno de los Naturalistas más importantes de España. Ha recorrido el Himalaya, la Antártida, Groenlandia, Tierra de Fuego y sus amados Pirineos. Autor de una ingente obra científica, artística y divulgativa (550 publicaciones) sobre la Naturaleza, es Premio Nacional de Medio Ambiente, Premio de Honor del Grupo de Alta Montaña Español, Medalla de la Comunidad de Madrid, Encomienda al Mérito Medioambiental y Medalla al Mérito Militar con distintivo blanco. El nombre de Sebastián Álvaro Lomba (Madrid, 1950) es un referente en el alpinismo y la aventura, pues ha sido responsable de más de 200 expediciones y 350 documentales por todos los rincones del planeta. Apasionado periodista, formado también en Ingeniería de Telecomunicaciones, fue creador de Al filo de lo imposible, el novedoso formato de documentales de aventura, premiado en los festivales de cine y televisión más importantes del mundo (Nueva York, Hamburgo, Banff, etc). Ha sido galardonado con dos Premios Ondas, 9 Premios ATV, 3 Medallas al Mérito Militar y el Premio Nacional del Deporte. También dirigió las series de televisión De cero a ocho mil y La tierra que heredamos. Actualmente colabora en diversos programas de radios y medios de prensa (como Onda Cero, RNE, Marca o El País) en temas de montaña y aventura. Sigue impulsando proyectos humanitarios en Nepal y en Hushé, una aldea remota situada a los pies del K1, en Pakistán.
—Estimados Eduardo y Sebastián, vamos con La Pregunta: ¿Por qué escribir este libro?
EMP: El montañismo y las montañas han dado lugar a una amplia y cualificada respuesta cultural. En ella tienen ambos buena parte de su identidad. Se trataba de ofrecerla sintéticamente, por temas, lugares y etapas. E ilustrada. Unimos nuestras fuerzas Sebas y yo y, aunque con esfuerzo, lo sacamos adelante al cambiar el siglo.
SAL: La montaña, y la cultura de la montaña, ha sido parte de nuestras vidas. Así que era inevitable nuestro encuentro. Primero fue en filmaciones para Al filo de lo imposible, luego en conferencias y charlas, y por último en este gran proyecto editorial alentado por Desnivel. La verdad es que fue, al menos para mí, un esfuerzo considerable por su carácter enciclopédico pero, al tiempo, muy estimulante, porque me obligó a leer, releer y reflexionar sobre todos los aspectos de la montaña.
—¿Cómo y dónde nació la idea?
EMP: todo empezó al cambiar el siglo. Desnivel pidió a uno de nosotros un artículo sobre una recapitulación cultural del montañismo, que luego se transformó en una conferencia en la librería Desnivel. En ésta, Beata Rozga, que era entonces la editora de libros de Desnivel, comentó lo bien que estaría convertirlo en libro. Nos pusimos de acuerdo Sebas y yo y, en una expedición ese verano al Karakorum, hicimos allí su esquema y definimos su contenido. Luego todo fue trabajar.
SAL: Mirándolo con perspectiva, creo que se aliaron los dioses del Karakorum para que lo sacáramos adelante. Hoy en día no habría podido sacar el tiempo necesario para llevar a cabo un proyecto tan ambicioso.
—200 años de soledad es el subtítulo de vuestra obra. ¿El sentimiento de la montaña es algo que solo se puede experimentar en soledad, o ha sido la búsqueda de la soledad lo que ha llevado a este sentimiento?
EMP: El “sentimiento” es bastante complejo, lógicamente. Pero elegir la montaña ha sido hasta hace muy poco elegir la soledad. No había otra opción, la montaña era solitaria. De este ingrediente fuerte nació el sentimiento. Sin él es difícilmente explicable.
SAL: La montaña masificada pierde buena parte de su atractivo. Los ejemplos del actual Everest y otras montañas masificadas y/o urbanizadas creo que son suficientemente esclarecedores. Necesitamos la pureza de la montaña, su Belleza, Soledad y Silencio, cualidades que nos permiten el encuentro del hombre con la gran Naturaleza y consigo mismo. Son los últimos reductos de la grandiosidad de nuestro planeta, y sin esas cualidades se transforma en otra cosa, en un estadio, en una pista o en un parque. Que no son cosas detestables, pero sí, claramente, desvirtúan el paisaje, sus significados y sus valores.
—¿Qué ha significado la montaña para vosotros, y en qué momento surge la revelación de lo que queríais que fueran vuestras vidas?
EMP: En mi caso, en efecto, fue como una “revelación” al conocer el Pirineo aragonés muy joven. Me deslumbró y me entregué a él ya entonces y ello me llevó a las demás montañas al compás de lo que la vida va dando o permitiendo.
SAL: Descubrí la montaña en mi infancia, desde los primeros campamentos juveniles en la Sierra de Guadarrama a los 9 años. Y luego seguí siendo un peregrino de nuestras montañas, cercanas o un poco más lejanas, como los Alpes. Pero realmente lo que hizo cambiar mi vida fue descubrir las montañas del Karakorum. La expedición al Hidden Peak en 1981 supuso un cambio radical de mi existencia. Tanto a nivel personal como profesional. A la vuelta ya sabía que mi vida no iba a ser como antes.
—Otros como vosotros tuvieron ese mismo sentimiento por la montaña, pero ¿quién creéis que es la figura más relevante, la que mejor representa el sentimiento puro de la montaña?
EMP: Es un hecho coral. Es una pléyade la que lo configura, con algunas personalidades relevantes que varían de estilo con el tiempo, con las etapas. A veces está expresado por escritores que no eran montañeros, pero que tenían una aguda sensibilidad.
SAL: Como bien dice Eduardo, es una suma de muchas personas: alpinistas, caminantes, escritores, músicos, poetas… Pero, dando por hecho que todos nosotros somos herederos de la gente que nos precedió, si tuviera que elegir un nombre que fuera el símbolo de ese Sentimiento de la montaña, me quedaría con Walter Bonatti, es la suma de la ética y estética montañera junto a otros valores imprescindibles: la valentía, la honradez y el talento para narrar sus aventuras y hacerlas perdurables.
—El romanticismo por el paisaje parece haberse perdido. ¿Es posible recuperar ese sentimiento?
EMP: No creo que se haya perdido. Conozco muchos montañeros que lo tienen y no lo expresan. Otros no, por una decantación a lo turístico y comercial o a lo meramente deportivo. Pero la esencia queda en el alpinista sensible, lo exprese o no.
SAL: Corren malos tiempos para la expresión sensible, sea romántica o no, y también para el paisaje, ahogados ambos en el terreno de la “practicidad” económica, la globalización y el impacto del turismo más depredador. Pero no por eso hay que ser pesimistas, sino más bien al contrario. Como decía Shackleton, “condenadamente optimistas”. Vamos a ser firmes en la defensa de las montañas y de nuestros valores confiados en que el tiempo, como dijo Bonatti, premie la razón y la constancia. Somos muchos los que amamos la montaña y todas aquellas personas que las descubren inmediatamente se ponen de nuestro lado.
—Habéis viajado por todas las montañas del mundo ¿Qué lugar os ha impactado especialmente? ¿En cuál habéis sentido más el peligro?
EMP: Yo sigo queriendo de modo especial a mis montañas: el Pirineo, el Sistema Central y el Teide, pero concedo que hay otras montañas muy hermosas, como los Alpes, el Himalaya, el Karakorum, los Andes o las de Alaska, por ejemplo. El Himalaya me impresiona profundamente.
SAL: El Karakorum, por lo que he explicado anteriormente, y porque creo que no hay montañas iguales en la Tierra. A sus pies sientes la conmoción de sentirte aplastado por la belleza y el misterio. Después las montañas tan desconocidas de Tierra de Fuego y de la Antártida, porque realmente simbolizan el Fin del Mundo.
—Ha habido expediciones por todo el mundo. ¿Queda alguna montaña por descubrir?
EMP: Depende del descubridor, pues esto de “descubrir” es una perspectiva. Allí, en la montaña que está perdida para mí, habrá un pueblo o un monasterio a su pie donde la conocen desde siempre. Pero quedan montañas muy mal exploradas por rincones de las cordilleras, aún escondidas, que es un placer alcanzar en condiciones todavía “clásicas” de aproximación.
SAL: Claro que quedan. Y lo primero que hay que hacer es querer descubrirlas. Desde luego, ya no existen “misterios” como hace un siglo, por aquello de las fotografías satélite. Pero, por ejemplo, existen montañas inescaladas en el cañón del Yarlung Tsangpó que superan los siete mil metros. Y los últimos diez años llevo, literalmente, explorando valles menores del Karakorum, poniendo bien en los mapas valles y montañas, desconocidas en su mayoría, y donde pueden encontrarse los siguientes “últimos problemas” del alpinismo expedicionario.
—Los alpinistas suelen decir que cada montaña tiene su personalidad. ¿Es así?
EMP: Sí, las montañas son individuos… geográficos. Tienen rasgos propios y hasta carácter. Los picos se individualizan siempre. Su forma, su lugar, su roca, su nombre, son peculiares. Dices su nombre y la evocación es inmediata. Y sus cumbres están aisladas en el aire. Sus paredes y aristas son itinerarios con sus pruebas. Cada montaña tiene, seguro, su personalidad. Quien dice (lo he oído a veces) que, vista una, vistas todas, no tiene ni idea de lo que es una montaña.
SAL: Y, además de lo que señala mi maestro Eduardo, esa personalidad es otorgada por las personas. Es decir, está su personalidad geográfica, física, y la sentimental. Te enamoras de las montañas como de las personas, por una cuestión química que a veces no puede explicarse. El K2 o el Gasherbrum IV son montañas de las que me enamoré a primera vista, como si fueran amores adolescentes, y sin embargo ni con el Everest ni el Cho Oyu nunca tuve un idilio. Otras veces, sin embargo, son la Historia, las lecturas o la senda equivocada las que te llevan a un encuentro inesperado que termina convirtiéndose en amor. Las montañas no son solamente una metáfora de la vida. Muchas veces son la Vida misma.
—Parecen imparables los efectos en cadena provocados por el cambio climático, y la reducción de los glaciares y el hielo polar es la mejor muestra de ello. ¿Qué podemos hacer?
EMP: Dos cosas; primero, cuidar que lo que lo provoca desaparezca o se atenúe, en lo que dependa de los hombres, claro (lo que pueda ser astronómico no está en nuestra mano); y, segundo, proteger la naturaleza de las montañas con energía en todos los aspectos: crear y difundir una cultura conservacionista de la naturaleza y de los paisajes.
SAL: Amén. Yo no podría explicarlo mejor.
—¿Qué ha representado y representa Reinhold Messner para la montaña y su preservación?
SAL: Messner es, probablemente, el mejor alpinista de la historia, como demuestra su historial de escaladas y montañas ascendidas. En muchos sentidos es el continuador de Bonatti, pero también de Mummery, Preuss, Comici, Buhl y otros revolucionarios que se adelantaron a su tiempo. Hoy ya nadie discute los ochomiles en estilo alpino, el Everest sin botellas de O2 o las escaladas veloces y en solitario. Marcó una época y una tendencia. Desde luego hubo muchos otros que brillaron en su tiempo (estoy pensando en los alpinistas polacos y de otras naciones del Este de Europa) pero él fue, sin duda, el más influyente. Y lo fue porque además de llevar a cabo escaladas y ascensiones irrepetibles, también escribió muchos libros, guiones, hizo películas y debatió apasionadamente (a veces, incluso, agriamente) sobre muchos aspectos de la montaña y el alpinismo. También participó en el Parlamento Europeo activamente en la defensa de las Montañas y la Naturaleza. Por último, ha contribuido a conservar y difundir el Sentimiento de la Montaña con varios museos de Montaña. Sin duda hay cuestiones polémicas que a veces han rodeado a una figura excesiva, pero sin duda es el gran protagonista de la montaña en el siglo XX.
—Ardito Desio dijo que defender las montañas es preservar para las futuras generaciones los grandes espacios donde aún es posible la Naturaleza. ¿Qué opináis de la masificación que sufren por el turismo activo y las expediciones comerciales?
EMP: Hay que preservarlas o los genios del lugar huirán espantados a otro sitio menos bullicioso. Hay que perdonar a estos espacios y dejarlos como están. Un desierto lleno de gente deja de ser desierto. La sustancia se va.
SAL: La masificación ha venido precedida de la comercialización y ha sido responsable de la banalización y los desastres que ambas producen. Las expediciones comerciales en el Himalaya, singularmente en el Everest, Cho Oyu, Ama Dablam, Shisha Pangma y algunas otras, se han producido por la codicia de unos pocos y la corrupción de muchos que “dejan hacer” mirando a otro lado. Si se cumpliera la normativa conservacionista de los Parques Nacionales en Nepal sería imposible ver el espectáculo de 1500 personas encima del glaciar del Khumbu, con cafeterías y discotecas de moda… ¿Qué tiene eso que ver con el Everest de Mallory? El intento de linchamiento de tres alpinistas europeos en el Campo 2 del Everest hace pocos años por un grupo de sherpas enfurecidos porque no se sometían a su “sistema” es el suceso más bochornoso que se ha producido en la Historia del Everest. Pienso que deberíamos recuperar el Everest para el alpinismo, que vuelva a ser, simplemente, la montaña más alta de la Tierra. Y para ello sólo se necesita aplicar la ley. Es decir, limitar el número de expediciones y alpinistas por rutas, prohibir las botellas de oxígeno excepto para su uso médico, ser riguroso con la observancia de la limpieza de las basuras, abrir el mercado de las agencias para que no haya, de facto, un monopolio poco limpio y codicioso… Hay que denunciar estos abusos, hay que luchar contra ellos. Desde luego todo ello nada tiene que ver ni con el alpinismo ni el Sentimiento de la montaña.
—¿Qué opináis sobre el uso de equipos de oxígeno para facilitar las ascensiones a cumbres de más de 8.000 metros?
SAL: Creo que ya he dejado clara mi postura. Hay razones éticas, sobradamente expuestas aquí, razones históricas (parece una incongruencia y un atraso que montañas como el Cho Oyu que fueron escaladas por primera vez sin botellas hace 60 años hoy estén con una fila de clientes con sherpas que llevan sus botellas). Pero además hay razones deportivas, pues la AMA (Agencia Mundial Antidopaje) considera que el “enriquecimiento artificial de la sangre de un deportista debe considerarse doping”.
—Una retirada a tiempo también debería ser considerada un triunfo, pero ¿se vive así cuando se está a pocos metros de la cima del Everest, o del Annapurna, por ejemplo?
SAL: Hay que retirarse siempre que la seguridad de las personas esté en riesgo (aunque éste muchas veces no sea al cien por cien objetivable). Retirarse en el Annapurna o el K2, o cualquier otra montaña, nunca es una derrota. El único fracaso en el alpinismo es no regresar a casa. Las personas, los amigos, están por encima de cualquier otra consideración. Lo que ocurre es que muchas veces nos equivocamos y los errores en determinados momentos se pagan caros.
—¿Consiguieron George Mallory y Andrew Irvine conquistar la cumbre del Everest en 1924?
EMP: Yo quiero pensar que sí. Me gusta esa historia de misterio con ese ingrediente, que es bien posible. Pero la realidad es que por ahora sigue siendo un enigma y que, por falta de datos, puede dar pie a todo tipo de especulaciones.
SAL: No se puede afirmar que consiguieron la cima porque, como bien dice Eduardo, no hay pruebas de momento. Pero tampoco hay pruebas de que no lo hicieran, y sin embargo durante años una especie de conjura derrotista dio por sentado que no habían tenido ninguna posibilidad de llegar a la cima, a pesar de que sus compañeros Norton, Somerwell y, sobre todo, Odell, estaban convencidos de ello, y así lo estuvieron manteniendo hasta el final de sus días. Cuando se descubrió el cuerpo de Mallory en 1999 se aclararon algunas dudas: habían utilizado botellas que ya habían gastado, habían desayunado cereales, sabían cuáles eran las botellas que tenían más presión (que fueron las que utilizaron) y al menos llegaron encima del segundo escalón. El resto es especulación, pero tanto para los que sostienen que llegaron como para los detractores. Lo cierto es que Mallory no llevaba en el bolsillo, entre sus objetos, la foto de Ruth, su mujer, que siempre dijo que dejaría en la cima del Everest.
—Ambos habéis perdido amigos en las montañas. ¿Vale la pena? El drama en la montaña, ¿cómo se asume?
EMP: La montaña es una forma de vivir, es como la vida fuera de ella, donde se vive y se puede morir, como en otros lugares, aunque al modo propio de las montañas. Pero, aunque esto pase, la montaña sólo es drama en cierta proporción. La montaña en general es alegría, potencia las facultades de vivir, es belleza, aventura, ciencia, poesía de la vida.
SAL: La vida, por su propia naturaleza, tiene alegría y tristezas, sea esta en una ciudad o en una montaña. Y hay muerte, naturalmente, que no es una cosa diferente a la vida, es simplemente el final de la misma. Pero es la que nos permite dar coherencia y sentido a nuestra existencia. Vivir experiencias en montañas, sobre todo en escaladas difíciles o en montañas muy altas, nos recuerda que la muerte nos ronda siempre. He perdido demasiados amigos como para no saberlo, pero también nos demuestra que estamos vivos, que el tiempo no sólo tiene una medida en años o en horas, sino en intensidad, en profundidad, en calidad de vida, en emociones y sentimientos. Y que vale mucho más la forma en la que vivimos que los años que cumplimos. Por eso siempre vale la pena. Vale la pena vivir.
—Roger Baxter-Jones decía: “Regresad vivos, regresad como amigos, regresad con la cumbre”. Por este orden. ¿Compañerismo o egoísmo en situaciones límite?
SAL: Siempre he ido con amigos y buenas personas a las expediciones y en general a cualquier montaña. Porque creo que las experiencias intensas y las alegrías lo son más si se comparten con gente a la que quieres. Eso no quiere decir que no hayamos discutido, que haya habido situaciones tensas o discrepancias, pero seguramente tuve más conflictos en los despachos que en la tienda del campo base. Más bien al contrario, he sido testigo de actos heroicos, desprendidos y solidarios difíciles de ver en la vida corriente. Por ejemplo, el rescate de Atxo en el K2, el rescate del colombiano Volker Stamboln en el Nanga, el intento de rescate de Manuel Álvarez en el Hidden y muchos otros. Son actos que te devuelven el optimismo en el ser humano y te reafirman en volver a la montaña, a pesar de los riesgos e incertidumbres que te presentan.
—El silencio en las alturas es elocuente. ¿Qué conjunción de emociones aparecen cuando se hace cumbre?
EMP: Toda la montaña es silencio o sonidos del silencio. La cumbre es un finisterre, una mínima expresión de tierra lanzada al aire, aire que te rodea por todas partes. Es una culminación de pasión por esa montaña y su recompensa moral. Pero hay que bajar y los sentidos deben estar muy despiertos. Esta es la verdadera cumbre para mí. No sé lo que son las cumbres del éxito, del logro en un proceso con respaldo social, que las hay, no lo sé, no me interesan.
SAL: Amen. Yo diría, además, que a mí me recuerdan los amores, los amigos, los afectos, la gente que más quiero, porque no solo miro hacia fuera, ya que lo que admiro me obliga a mirar dentro de mí, a asomarme, como me dijo Bonatti, “al abismo de nuestro interior”.
—¿Cuándo y cómo empezó la aventura del alpinismo para las mujeres?
SAL: Pues la verdad es que casi desde sus inicios, aunque, como era previsible, al principio muy tímidamente. Creo recordar algún texto en el siglo XIX o principios del XX (no recuerdo bien) que definía a una alpinista como “una virgen incapaz de encontrar marido”, lo que demuestra la mentalidad cavernícola de aquella época (o, al menos, de aquel escritor), pero también nos confirma que debía de ser una actividad femenina muy minoritaria, casi una rareza. Aunque sin duda hubo notables excepciones, al principio en los Alpes, donde ejemplos como la reina Margarita fotografiándose en glaciares marcaron tendencia en la burguesía de su tiempo. Pero ya a comienzos del siglo XX la norteamericana Fanny Workman escalaría un pico de casi siete mil metros o la suiza Dyhrenfurth el difícil Sia Kangri, de 7300. A pesar de ello nadie duda de que hasta entonces el alpinismo, al menos expedicionario y de dificultad, es una actividad abrumadoramente masculina, y las mujeres que destacan lo hacen en grupos acompañadas de varones. Luego, a comienzos de los años 70 y 80 del pasado siglo, la revolución se acelera, con japonesas que empiezan a liberarse de la compañía masculina, con Wanda Rutkiewicz a la cabeza de las polacas, efectuando escaladas verdaderamente femeninas y de un nivel muy notable. Hasta acabar con Edurne Pasabán y Gerlinde Kaltenbrunner y sus 14 ochomiles. La última escalada de Gerlinde al K2 por su cara norte no sólo está al más alto nivel de sus colegas varones sino que incluso las supera. Y, pienso, esto no ha hecho más que comenzar. Las mujeres se han puesto a entrenar, tenemos escaladoras en roca de altísimo nivel, y no hay nada que las impida efectuar escaladas tan extremas, difíciles o comprometidas como las de sus colegas varones.
—Habláis del Fair Play en montaña. ¿Podríais explicar en qué consiste?
SAL: Es un concepto que creo que viene de la época victoriana, cuando los aventureros británicos se dedicaron en cuerpo y alma a la inmensa tarea de llegar a los tres Polos de la Tierra y rellenar los vacíos de los mapas que quedaban. Significa «juego limpio», respeto por el adversario, contención de medios, etc. Y eso nos lleva directamente a entender por qué los británicos no veían bien, ya en 1910, que Amundsen castigara de forma cruel a los perros, o que se viera con malos ojos el uso de botellas de oxígeno en 1922, o que no se respetara el acuerdo tácito de reparto de las altas montañas. Es probable que a algunos les parezca un término en desuso, pero creo que hoy nos sería muy útil, recordando que importa más ayudar a otros alpinistas en apuros que llegar a la cima, que no vale degradar la montaña, ni secuestrarla o rebajarla de altitud con botellas, y tantas otras cosas que no formaban parte de la conducta de aquellos alpinistas.
—La literatura de montaña es extraordinariamente profusa. Según un viejo dicho, “la montaña se sube dos veces, primero con el piolet y luego con la pluma”. Muchos montañeros, después de sus aventuras, necesitan contarlas a través de la escritura. Es como una necesidad vital. Las palabras arrebatadas mientras acometen los ascensos surgen tiempo después para expresar vivencias límite, y están llenas de sensibilidad. ¿Qué opináis?
EMP: Creo que sólo lo hacen algunos montañeros, muchos no. Éstos que callan sus vivencias se guardan su experiencia para ellos mismos, no la comparten ni la comunican, o no tienen dotes o tiempo o ganas de hacerlo. Los que vuelven con el mensaje y lo difunden dialogan con los demás a través de sus escritos y permanece su experiencia física y la sensible. Es extraordinario acompañar, por ejemplo, a un pirineísta del siglo XIX por los glaciares de entonces y “ver” las grietas azules que hoy han desaparecido o sufrir las ventiscas que le azotaron. Si no lo hubiera escrito, su vivencia y su paisaje se hubieran ido como humo.
SAL: La literatura es esencial para los humanos: no sólo nos proporciona conocimientos, sino que nos transmite emociones, sentimientos, nos transporta a mundos, reales o ficticios, que desconocemos, amplía nuestras mentes, las modela, nos enriquece y nos hace mejores personas. La literatura de montaña, además, alarga nuestra permanencia en los lugares que más queremos. Y es imprescindible para entender la montaña en su conjunto, no sólo como una actividad deportiva, sino como una realidad emocional, cultural y sentimental.
—Se han hecho diversas expediciones en busca del Yeti y se han obtenido fiables fotografías de huellas y escrito diversos libros. ¿Creéis que existe o existió?
EMP: estoy seguro de que se trata de una leyenda. Hay abundante literatura sobre este mito, con variantes, muy bellas en general, que suelen conceder un carácter anímico a las fuerzas destructivas de la montaña (el frío, el alud, etc.) personificados en la bestia de las nieves. Pero también se aplica en concreto al oso pardo del Himalaya y el Tíbet, como he constatado allí, que produce un intenso temor en los aldeanos.
SAL: Es un mito inventado por los primeros occidentales que se internaron en el Himalaya y que lo trajeron a casa convertido en un personaje legendario. El resto es literatura o cine, y de no muy buena calidad.
—Eduardo, eres un excelente y profuso dibujante. ¿Qué sientes cuando frente a una montaña la plasmas en un papel? ¿En cuál has percibido más belleza plástica?
EMP: Gracias por lo de “excelente”, que es inmerecido, pero sí soy “profuso”… Dibujo por gusto, pero también lo aplico a mis trabajos de geografía. Al encajar los rasgos esenciales de la montaña y al introducir en el esquema los detalles, las luces y sombras, etc, te haces visualmente con ella, la dominas y la repites, la plasmas selectivamente. En cierto modo la vuelves producto de ti mismo: un placer. Si el dibujo sale bien, se lo enseñas a la montaña para que te dé su parecer, como quien retrata a una persona. Lo paso muy bien dibujando montañas, esa es la principal razón, para que también las vean y guarden mis amigos. La belleza plástica está en todas. La cuestión es saber encuadrarla, distinguirla.
—Sebastián, el programa de TVE que dirigiste hizo historia y es un referente a nivel mundial. Fueron casi tres décadas de tu vida. ¿Cómo recuerdas esos años, y qué representó para ti Al filo de lo imposible? ¿Qué nuevos retos te esperan?
SAL: Pues representa buena parte de lo mejor de mi vida. En aquellos años (en concreto 28 años, de 1981 a 2008 ambos incluidos), Al filo fue toda mi vida, le dedicaba 24 horas al día durante los 365 días del año. Fueron años llenos de pasión, entusiasmo, trabajo muy esforzado, muchas alegrías y algunas pocas tristezas. Muchos afectos y muy pocas decepciones. Con el tiempo, cuando muy de vez en cuando miro hacia atrás, me siento orgulloso de lo que hicimos, de lo que compartí con aquellos amigos, aquellos locos soñadores que me ayudaron a consagrar Al filo como uno de los mejores programas de la mejor televisión pública que, lamentablemente, ya ha muerto. Pero aquello se terminó y yo sigo realizando expediciones, yendo a la montaña con mis amigos, sea a Guadarrama o al Karakorum. Al filo murió, pero lo que ha quedado de poso en la gente creo que no morirá nunca. Me siguen impulsando nuevos retos y proyectos, que acometo con la ilusión de entonces pero sabiendo que no tengo las mismas fuerzas que a los 30. Pero la vida sigue siendo maravillosa mientras dirija mis pasos camino de las cimas.
—¿Qué mensaje transmitiríais a la gente joven, especialmente, para despertar en ellos ese sentimiento por la montaña?
EMP: Conectar con tu casa real, con el Planeta, disfrutar de ser “terrestre” estando en la naturaleza, emprender aventuras, convivir con las águilas, recorrer el mundo, entrar en recintos maravillosos, en las catedrales naturales de la Tierra, aprender. Tener verdaderos amigos, obtener el premio íntimo que deriva del esfuerzo en los paisajes más bellos…
SAL: Atreverse. Hay que atreverse, sólo nos arrepentiremos de lo que no nos atrevimos a intentar. Aunque eso suponga fracasar. De los fracasos nos levantamos, pero lo que no intentamos siempre nos pesará como una losa en la conciencia. Hay que salir ahí fuera, descubrir nuestro planeta y nuestras fuerzas viviendo la aventura más maravillosa que pueda realizarse.
—¿Nos recomendáis libro/s imprescindible/s sobre relatos montañeros para los lectores de Zenda?
EMP: ¡Hay tantos! Tal vez: Annapurna, primer ochomil de Maurice Herzog. Pero habría un libro (o varios) para cada cordillera. Una lista larga: los del conde Russell en el Pirinero, los de Samivel en los Alpes, etc…
SAL: Si tuviera que recomendar uno, sobre todo para lectores españoles, yo recomendaría Cita con la cumbre, de nuestro buen amigo Juanjo San Sebastián (que debería ser más prolijo escribiendo) y después… El largo hilo de seda, de Eduardo, K2, Nudo infinito, de Diemberger, Conquistadores de lo inútil, de Terray, Tocando el vacío, de Joe Simpson, Atrapados en el hielo, de Caroline Alexander… Hay mucho que leer, hay que leer mucho para vivir más.
—Estimados Eduardo y Sebastián, pienso que es posible que al ser humano, que vivió durante siglos en un ambiente rural, no le haya dado tiempo a adaptarse a las ciudades, y por eso siempre busca volver a su origen, a la Naturaleza, donde encuentra paz. Vosotros comentasteis en una entrevista que este libro es como un lugar, un viejo y conocido refugio al que acudir de vez en cuando, como quien visita un museo y se sienta frente al cuadro tantas veces contemplado. Os puedo asegurar que esa es justamente la sensación que tengo al finalizarlo. Muchas gracias a ambos. Continuemos el gran viaje.
Autor: Eduardo Martínez Pisón y Sebastián Álvaro. Título: El sentimiento de la montaña. Editorial: Desnivel. Venta: Amazon y Fnac
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