En el umbral del misterio, donde la extinción de la vida se abre, en ese mismo, el verso de Clara Janés invoca un amor trascedente de raigambre mística, como lo único que perdura más allá de la muerte. En una personal revisión del topos literario del “amor post mortem”, Del imposible adiós (Pre-textos, 2024) nos revela la íntima confesión de quien contempla su finito horizonte y en la muerte halla el reencuentro con el amado, siendo, entonces, imposible la despedida: “amor desciende incluso / hasta los ínferos,/ yerta cáscara del cuerpo”. El amado atraviesa su poesía desde Eros (1981), Kampa (1986), dedicado ya en aquel momento al fallecido Vladimir Holan, Creciente fértil (1989), Rosas de fuego 1996), Ψ o el jardín de las delicias (2014), hasta este poemario cuya pulsión de vida y muerte confabula contra su destino en la eternidad:
y me adentre entonces
por tu noche oscura
de infinito anhelo
para seguir amándote
sin ser notada
ni descubierta por tu luz.
Porque en la palabra poética el pálpito de la ausencia de Holan se da a la luz para desvanecerse, pues en ella se hace el espacio para el encuentro con el otro, estos treinta y tres poemas y el epílogo explicativo ensanchan y enraizan ese pensamiento, el cual, si bien bebe tanto de tradiciones hindús y orientales, como de la filosofía occidental, Parménides, y la lírica española con Jorge Manrique, San Juan de la Cruz o Quevedo, renueva con su personal voz. La toma de conciencia de la finitud de la propia vida y el probable olvido reinterpretan ese espacio secreto en el que ambos habitan: “Vivir con una ausencia que te insufla el existir implica el sentimiento de que dejarás de ser si esta desaparece”, el temor a que, al disiparse en el olvido el ser amado, el amante sea arrastrado a su propia desaparición, como si el amado, aunque muerto, cobijara en él la existencia de quien ama, porque el ser amado es una morada. Su muerte la arrastra a la orfandad. “Mientras las palabras/ esperan completarse en ti”, ya que a través de la palabra, leída o escrita, Clara Janés vivifica a su amado, llena el vacío y el deseo, manifiesta la presencia de quien “duerme el sueño eterno”, sueño al que se encamina:
Sin pausa
me adelgazo
para recorrer
los subterráneos jardines
donde duermes.
En tal desvaimiento,
siento sin forma
tu forma en mí,
palabra que persiste.
Mientras dura el cuerpo, parece imposible la comunión entre ambos, sin embargo, al conjurar a la muerte, la materia evanece para posibilitar la indisoluble unión:
y entrar contigo en la amorosa
metamorfosis
que integra ser con ser
como se intensifican
y confunde sombra y sombra.
De este modo, el “otro” desaparece en la plenitud del amor, así también la invencible distancia entre la vida y la muerte:
Rapto escalante
al uno
– espacio y tiempo vanos-
que es imposible el «otro» entre nosotros.
(…)
hasta lo inalcanzable.
Un “nosotros” centro y esfera que no acaba en la materia, sino que la traspasa, es el preludio de ese Eros cósmico definitorio de su poética, detrás del cual reverbera un amor sensorial como origen de saber y pensamiento, un cuerpo que descuartiza a la razón y hace surgir un conocimiento intuitivo de una realidad invisible develado por la poesía. Tal poder posee la fuerza del amor, instrumento para desocultar la arquitectura armónica del universo. Y no es que haya desterrado a la física o las matemáticas en ese afán por desentrañar la esencia de la existencia: “Raíz de menos uno / me llamarán los que saben”.
Por todo ello, la asunción de la muerte no se vislumbra ajena al amor, sino que es la aspiración de quien ama, incluso más allá de ella. La muerte inicia su danza, dado que la vida es espejismo sin la presencia del amado. Y en ese ansiado encuentro:
Y la flecha
que cruza el corazón
me unifica con el infinito,
lazo de oro, apertura al no ser
y a la muerte
por desbordado arrobo.
La misma muerte, por la muerte vencida. La vida parece no hacer pie en la incertidumbre. Aun cuando hoy en día todo se vislumbra como un erial de arenas movedizas, Clara Janés nos convoca para entregarnos el mayor aprendizaje de su vida: “Nada está por encima del amor / aunque sea tan secreto / que no se manifieste”. La solidez de su fe en el amor más allá de la muerte supone un acto de coherencia con su quehacer poético, a la vez desafío ante el devenir de un tiempo cada vez más escaso y volátil. Esa es la enseñanza, porque “Excesivo fue el gozo / de ser a la par otro y uno mismo”. La sencillez del verso no renuncia a revelar un pensamiento complejo y humanístico. Sin duda, la poesía de Clara Janés, siempre imprescindible, siempre extraordinaria, irradia ante lo efímero la fuerza de la vida donde es imposible el adiós.
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Autora: Clara Janés. Título: Del imposible adiós. Editorial: Pre-textos. Venta: Todostuslibros.
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