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Será larga la noche, de Santiago Gamboa: Colombia después de las FARC

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Será larga la noche, de Santiago Gamboa: Colombia después de las FARC

El escritor colombiano Santiago Gamboa ha emprendido un camino de muchos retornos: desde hace un lustro a su país natal y ahora a uno de sus géneros predilectos, el de la novela negra, con el que retrata con ritmo trepidante el cada vez más trémulo posconflicto de su país. «La novela negra es el mejor género que tiene la literatura para analizar la realidad presente. Yo pienso que Colombia, América Latina en general pero sobre todo Colombia, (…) es un país que cuando uno escribe sobre la realidad, cuando uno hace un tipo de novela realista, termina siendo novela negra», explica en una entrevista con Efe.

Ese retrato convertido en thriller tiene la forma de Será larga la noche (Alfaguara), un libro en el que se adentra en la Colombia rural durante el, por ahora, breve respiro que le dio el conflicto armado tras la firma del acuerdo de paz con las FARC. Allí emerge un crimen múltiple tras un combate que permite al autor retratar asuntos que habían quedado bajo la alfombra, puesto que durante décadas «Colombia tenía problemas que solo tenía Colombia», como el narcotráfico o la guerrilla, que no se veían en los países del entorno.

«Ahora por ejemplo, uno de los conflictos o problemas que yo trato es el peligro para la democracia que suponen las iglesias evangélicas. Ese es un problema de toda la región», explica acerca de «la dependencia emocional y espiritual» que considera que «generan en mucha gente de bajos recursos, como una especie de botín político para vender a los caciques regionales». «Ellos ponen en peligro la democracia de esa manera, pero eso no es un delito, eso es lo curioso, y es lo que a mí me parece que no está bien. Si un grupo paramilitar llega a un pueblo y amenaza a la gente diciéndoles que tienen que votar por una persona, ¿qué están haciendo?», se pregunta. Por eso, Gamboa compara y subraya que en ese caso el teórico grupo paramilitar, de un modo similar a lo que considera que hacen los evangélicos, «está amenazando a gente y se están aprovechando de su desamparo, de su fragilidad. Eso es un delito en Colombia con la democracia y es un delito además contra el código civil».

Ese dibujo descarnado de los problemas de Colombia lo hace teniendo como norte claro que la novela negra «es también una novela política, porque tú no puedes hablar de la realidad, de los problemas que hay en la realidad, sin estar tomando necesariamente una postura política». Sin embargo aclara: «No es una postura militante, no estoy militando en un partido u otro, no estoy del todo seguro sobre la base de que aquí haya partidos políticos».

Para su duodécima novela el escritor, nacido en Bogotá en 1965, se ha metido en la piel de dos mujeres: una periodista y su asistente, exguerrillera de las FARC, que investigan un extraño combate que involucra armamento pesado e incluso un helicóptero, del que se borra casi todo rastro, incluso entre las autoridades. Con el apoyo de un fiscal indígena en un muy reconocible paisaje del departamento del Cauca, en el convulso suroccidente colombiano, intentan desvelar los recovecos de un combate en el que muchos intereses parecen querer que el enfrentamiento quede bajo el secreto del olvido.

Para él, adentrarse en la piel de las dos mujeres fue un proceso «absolutamente natural» que hizo de forma intuitiva, porque sentía que su «historia tenía que tener una investigadora mujer». Además, Gamboa explica que incluir como personaje a una desmovilizada de las FARC fue algo que hizo con «una idea muy específica», puesto que cuando comenzó el proceso de paz «se llamó también a la población a la solidaridad y a decirle a la gente (…) que contraten desmovilizados» para llevar a los excombatientes a la vida civil. Yo dije: «Bueno, yo no tengo ni fábricas, ni fincas, yo soy novelista, voy a incorporar a mi novela a una persona desmovilizada», señala Gamboa.

Sin embargo, es bien consciente de que su instantánea de Colombia y el Cauca, hoy de nuevo envuelto en un bucle de violencia, puede ser apenas la fotografía de un breve lapso que quede de nuevo envuelto por periodos de guerra. El autor es consecuente y subraya: «Ahora hemos visto que el proceso de paz está realmente en coma» o al menos «muy grave» pero se niega a pensar que «la paz duró solamente tres años» desde su firma en noviembre de 2016. «Espero que siga, y yo creo que tenemos la obligación de ser optimistas, pero por ahora lo que yo he visto o parte de lo que he visto es lo que he querido poner» en la novela, concluye.

Queda entonces por ver si Será larga la noche termina siendo una instántanea efímera o si, como desea su autor, se convierte un retrato al óleo.

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