Hay versos de los que no se sale indemne. Palabras que se nos enredan en la memoria, recordándonos lo que creemos haber sido o dibujando con saña la distancia entre aquello que soñábamos ser y este presente incierto en el que a veces resulta tan difícil tomar conciencia de lo que estamos siendo.
Quizá por eso, porque atravesamos una época que nos obliga a conjugarnos solo en subjuntivo, Ismael Serrano nos ofrece en su nuevo disco un rotundo Seremos, un futuro imperfecto —pero posible— que da título a trece canciones en las que, como con cada uno de sus trabajos anteriores, traza una acertada crónica emocional de nuestro ahora. Trece canciones en las que el retruécano temporal se ancla en el verbo ser y le sirve de eje para reivindicarnos desde la negación —»No soy»—, desde nuestro propio bagaje —»Porque fuimos»— o desde la posibilidad de la suma —“juntos somos fuertes e invencibles”, nos arenga en «Un último acto de rebeldía».
Son ya muchos años a nuestro lado, así que el cantautor —que asume con su acostumbrada inteligencia su papel de juglar— sabe que lo escuchamos con la misma atención que a ese amigo al que, tiempo atrás, elegimos para que fuera memoria y conciencia, ese compañero de noches canallas y de utopías que, por mucho que los relojes pretendan exiliarnos de Nunca Jamás, seguimos persiguiendo. Y, como toda gran amistad que se precie de serlo, su disco nos lanza unas cuantas verdades que, en esta ocasión, también incluyen palabras de esperanza y aliento.
A fin de cuentas, a pesar de que ese Fahrenheit 451 parezca cada vez más próximo —si es que no está sucediendo ya—, siempre nos queda la posibilidad de arriesgarnos —»Cállate y baila»—, la belleza de lo cotidiano —»Verte despertar»—, los brindis por lo que ha de venir —»Adiós»— o la celebración de los logros de luchas tan necesarias como la feminista, que se celebra —con sus pañuelos verdes y su 8 de marzo— en «Cuando llegaron ellas», un emocionante dúo con Jimena Ruiz Echazú que combina la conmemoración de lo logrado con la rabia de todo lo que aún queda por luchar.
En su nuevo poemario, Ismael Serrano nos retrata con cercanía, asomándose a los miedos compartidos y a un «Silencio» que, plagado de metáforas tan precisas que hieren, nos aísla. Una proximidad en la que, además de la autocrítica, también cabe la ironía cómplice de esas madrugadas callejeras que deseamos que regresen pronto, presente en anécdotas como la de «Derramando nuestros sueños», pero que no conduce a su autor hacia una mirada complaciente, sino humanista.
No se eluden nuestras contradicciones, ni siquiera nuestras derrotas, pues hacerlo equivaldría a traicionar ese universo que hemos construido a su lado desde que nos reconocimos en aquel joven que pedía explicaciones a la generación precedente en su «Papá, cuéntame otra vez» y que, ahora que los años han convertido en padres a quienes entonces éramos solo hijos, comparte en un estremecedor «Y mientras tanto» sus dudas y su incertidumbre con la generación siguiente.
Lejos de culparnos por no entendernos, nos tiende sus versos como quien regala una promesa, llenándolos de esas certezas de nuestro pasado, que deberían ayudarnos a aferrarnos a nuestro presente. «Porque fuimos, seremos», insiste en una canción a coro con Litus y Clara Alvarado que más que un single es un himno. Y mientras nos buscamos en esas calles en las que vivíamos con igual intensidad los días de manifestaciones y sentadas que las noches de garitos y resacas, él nos invita a mirar también a quienes fueron antes, a las madres y abuelas a las que, en «La primera que despierta», se dirige a dúo con un igualmente inspirado Pablo Alborán.
Más que un disco, este Seremos es un regalo emocionante e íntimo, un recorrido introspectivo y honesto por tiempos, generaciones y formas de sentir y de ser que nos empuja, canción a canción, hacia el mañana que le da nombre, a través de un camino lleno de buena música que intenta conciliar la coherencia y la posibilidad, la memoria y las expectativas, la crónica de esas barras de bar en que soñábamos que íbamos a cambiar el mundo mientras jugábamos al desamor y la voluntad de seguir rebelándonos hasta que lleguemos a cambiarlo.
No sé si cuando Ismael Serrano empezó a componer pretendía convertirse en el cronista de una generación, entre la que me cuento. Pero basta con recorrer su discografía para comprobar que ha acabado siéndolo, regalándonos una inconfundible banda sonora con la que nos invita a asomarnos a las grietas del yo, a la que vez que nos recuerda la necesidad —urgente y alentadora— de un nosotros.
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