Una princesa coja cruza el imperio austrohúngaro para hacerse con un carrusel. Pasa de noble a sombrerera, conoce a un peluquero escultor, a un hijo ilegítimo del emperador Maximiliano, a una institutriz desalmada y a un modista italiano. La noble acaba su periplo en Nicaragua, adonde llega con su carrusel, justo el día del derrocamiento del general José Santos Zelaya. Esa es la historia que el escritor Sergio Ramírez cuenta en las páginas de El caballo dorado (Alfaguara), un libro que mezcla la aventura, la historia y el juego literario.
Invenciones que no falten. El caballo dorado reúne manuales mecánicos, recetas para la preparación de pigmentos, notas apócrifas, hipérboles, humor, delirio, una trama detectivesca y un viaje entre dos mundos. «Comencé a escribir esta novela en 2014 y la abandoné un tiempo porque no le encontraba las salidas. Yo estaba creando la historia de este carrusel, un viaje desde los lejanos Cárpatos, pero tenía que desembocar en Nicaragua», explica el premio Cervantes 2018. En el discurso de aceptación de aquel galardón, Ramírez se definió como cervantino y dariano. Así se muestra en esta novela.
El derecho a imaginar
«Hay un rostro oculto de este libro, que es mi relación con los carruseles. Son un recuerdo de infancia». Sergio Ramírez elige muy bien las palabras para explicarse. «Mi padre tenía la tienda frente a la plaza y ahí mismo vivíamos. En las fiestas patronales del Cristo Negro de la Santísima Trinidad aparecían los camiones llevando las piezas del carrusel. Para mí era una fascinación ver armar el carrusel. Me sentaba a ver cómo ponían la cruceta, subían el palo mayor, lo izaban con una grúa manual, cómo iban armando, organizando el techo, colgando los caballos, la plataforma. Puedo armar de memoria un carrusel». Esta novela aparece tras la publicación del volumen de relatos Ese día cayó en domingo y de Tongolele no sabía bailar, una novela negra sobre Nicaragua que le valió el exilio, debido a sus críticas contra el dictador Daniel Ortega. Desde entonces, Ramírez vive en Madrid exilado, lejos de su patria y de su biblioteca.
Nada en la vida del escritor permanece aislado. Su obra y su biografía forman un magma. El premio Cervantes 2018 abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza. Apoyó al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y formó parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. En 1984 fue elegido vicepresidente de Nicaragua como compañero de fórmula de Daniel Ortega, con quien al poco tiempo se mostró crítico hasta alejarse definitivamente de aquel proyecto político e ideológico. Así lo explicó en Adiós muchachos, su memoria personal de una lucha política.
Cuatro años después de dejar la política volvió a la literatura con Castigo divino (1988), a la que siguieron Un baile de máscaras, Margarita, está linda la mar, Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005) y El cielo llora por mí (2008), donde apareció el inspector Dolores Morales, ex guerrillero sandinista, que él usará como espejo de un país que sigue alojado en su mente. El caballo dorado es la expresión más reciente de una vocación y una potencia literaria irrefrenables.
«Yo soy un exiliado. He sido privado de mi nacionalidad. Nada peor me puede haber pasado más que estar preso. De haber estado en la cárcel me habría muerto. En estas calamidades reacciono frente al mundo y frente a la vida como escritor. Lo que se espera de mí es una novela política. Una novela realista, política. Seguir con la serie del inspector Morales sobre qué va a pasar con la dictadura de Nicaragua. Pero no puedo estar atado a un compromiso que mutile o limite mi capacidad de escritor. He decidido irme por un lado donde nadie me espera con una novela de pura imaginación».
Un largo viaje
María Aleksándrovna es la anti-princesa: es pobre, coja y apenas tiene dinero. Reside en la pequeña aldea de Siret, ubicada en el seno del imperio austrohúngaro, y sueña con marcharse de la casa familiar, dejar atrás las tierras de su crianza y emprender una nueva vida lejos de la villa que la vio nacer. Valiéndose de esa búsqueda, Ramírez traza un amplio recorrido y conduce al lector desde los territorios que componen Centroeuropa hasta Nicaragua.
«Una de las grandes ventajas que tiene la novela es su estructura. Me refiero al hecho de formularla como viaje: ir cambiando de escenario, de Siret a Bucarest, de Bucarest a París, de París a Estambul… hasta llegar a Nicaragua. Es lo que Cervantes hace con el Quijote». Lo que comienza como una historia de amor enseguida se tornará en una aventura de muy diferente cariz y pretensiones: un exhaustivo detective y un crimen sin resolver, un Atlas humano y geográfico que muestra la codicia, el egoísmo, la conciencia, el arrepentimiento, los sueños y las aspiraciones.
«La verdadera diversión de un libro está en escribir sobre lugares que no conozco y en los que nunca he estado. No conozco Siret. Pero leí mucho sobre Siret, obviamente. También sobre el imperio austrohúngaro, porque tienes que saber qué moneda circulaba, a dónde llegaba la frontera. Este juego tiene un sedimento de investigación, porque tú tienes que mentir, pero tienes que mentir con base en la verdad», explica Sergio Ramírez sobre su más reciente libro.
Novela y aventura
Al ser preguntado sobre qué es la literatura de aventuras y qué tanto tendría que ver con este libro, el escritor e intelectual subraya el elemento universal de los grandes relatos clásicos: su longevidad, lozanía y capilaridad. Una buena novela llega a todos los lectores, no sólo los más jóvenes, asegura.
—¿Tiene edad la novela de aventuras?
—No, creo que un buen libro le gusta a un adulto y le gusta a un joven, ¿no? Es decir, cuando despierta el sentido de la imaginación. Yo nunca había leído La isla del tesoro. Ya adulto, dije: “Voy a leer a Stevenson”. Me encantó, porque es la aventura pura, el misterio. No es un libro que esté escrito para niños ni para jóvenes. Es un libro que está escrito para cualquier lector.
—¿La novela es un género que no prescribe?
—Es un artefacto cambiante. Por muchos experimentos que se hagan, la novela siempre va a volver al canon del siglo XIX, que es cuando se escribe la novela que viene del modelo cervantino. La novela es imperecedera porque aguanta cualquier tipo de experimento y es muy mutable.
—¿Por qué las personas tendemos a consumir relatos?
—En el ser humano existe una necesidad imprescindible de contar y escuchar. La vida social en general está hecha de relatos. El relato hace preguntas y tú estás buscando la respuesta. El final es una respuesta. Por eso a nadie le gustan los relatos inconclusos.
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