Sergio Ramírez es pura autenticidad: es grande, duro, valiente, infatigable, escribo estas líneas pensando en su gran generosidad, en sus continuos gestos de consideración por el prójimo, en su humor capaz de reblandecer la niebla más opaca. Y me siento orgulloso de ser amigo y compañero de ruta de uno de los más grandes escritores de la literatura universal.
Nicaragua, fértil tierra de poetas, cuna de Rubén Darío, Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, vio nacer también a uno de los grandes maestros de la narrativa. El pibe de Masatepe encarna y es Centroamérica, un continente golpeado y tantas veces olvidado. Sergio Ramírez ha trabajado desde siempre por darle voz a estas tierras. Hace 5 años —a golpe de trabajo y generosidad— fundó un festival literario que hoy es una de las autovías literarias más importantes de la lengua española. Gracias a Claudia Neira Bermúdez, «Centroamérica cuenta» (del 21 al 25 de mayo de 2018) alcanza una sólida madurez.
Junto a su esposa, «la Hidalga» Tulita, Sergio ha combatido contra todo tipo de molinos de viento e injusticias, y hoy su lucha sigue intacta contra otros molinos en forma de árboles de acero. Sergio es quijotesco también gracias a su gran pluma.
Cervantes estaría orgulloso de tan merecido premio.
Foto: Sergio Ramírez en el Volcan de Masaya
Excelente artículo y fotografía. De inmediato me ha recordado a Friedrich y su «Caminante por el mar de nubes». Sugerente. La diferencia es que en el cuadro, el humano está de espaldas y en la foto está de frente. También es sugerente la diferencia. La fotografía también tiene ese indefinible aire romántico que evoca la nostalgia…