Terral, la tercera novela de Sergio Sarria, es un thriller fronterizo que se desarrolla en lugares como Málaga, Melilla, Bruselas, la sierra de Madrid o Algeciras, y en el que sus protagonistas, más que fronteras físicas, “traspasan fronteras morales”, según su autor.
Ha optado por este título que alude al viento abrasador que sopla algunos días de verano en Málaga porque “esta situación de calor extremo ayudaba a la historia, y más en el personaje principal de Lucía, que está en proceso de rehabilitación de su adicción al alcohol y está viviendo su propia combustión”.
Quería que la localización principal fuera Málaga porque la ciudad “tiene esos componentes de novela negra de James Ellroy, como Los Ángeles, y sobre todo ahora con todo su glamour y lujo, habiéndose convertido en un referente internacional, a la vez tiene todo ese trasfondo oscuro”.
“Me parece un decorado, con luces y sombras, que pocas ciudades tienen”, asegura Sarria, que une en la novela distintos temas como la inmigración en la valla de Melilla, el tráfico de personas y de drogas, la corrupción, los prejuicios xenófobos o el terrorismo islamista.
Considera que este género “sostiene bien amalgamar muchos temas”, y además es una novela “que juega también con el humor y con el humor negro, a veces con situaciones trágicas”.
Afincado los últimos veinte años en Madrid, Sarria ha comprobado en este periodo “la transformación de Málaga y la gentrificación, cómo se está expulsando a los malagueños de la ciudad en beneficio de un turismo un poco agresivo”.
“Me siento cómodo en este género porque permite hacer un retrato social sin tener que ser demasiado intenso y hablar con cierta ironía o distancia, y me gusta siempre incorporar un poco de comedia, porque en la vida se mezclan las dos cosas. No he entendido nunca los policíacos demasiado negros o dramáticos, porque eso les quita realidad”.
Su primera novela, El hombre que odiaba a Paulo Coelho, dio lugar a la serie Nasdrovia para Movistar +, y ahora cree que Terral también “sería fácil para adaptarla a la televisión o el cine”.
“Se desarrolla en siete capítulos y cada uno es un día, contado desde el punto de vista de cada personaje. Es muy audiovisual, sí que creo que tiene posibilidades y me gustaría”, confiesa.
Achaca a cierta “deformación profesional” esta forma de escribir trasladable el audiovisual, y cree que desde que trabajó como coordinador de guion del programa televisivo El intermedio aprendió a “hablar de temas delicados o sesudos de una forma que sea entretenida”.
“Eso me lo ha dado la televisión y en la literatura lo tengo muy en cuenta, esas cuestiones que tienen que ver con el ritmo y con que pasen cosas de forma constante“.
También fue guionista de la serie de TVE Malaka, en la que ya se reflejaba esa otra cara oscura de Málaga, aspecto que, para su sorpresa, “fue bien acogido por los malagueños, pese a no ser nada complaciente con la ciudad y mostrar un lugar de sombras”.
“Eso define bien al malagueño, que se siente cómodo en los defectos de la ciudad, que disfruta con una Catedral a la que le falta una torre, con un río seco que atraviesa la ciudad o con un equipo de fútbol que siempre está en descenso. Eso tiene mucho de identitario”, asegura.
El personaje principal, Lucía, que ya estaba en Cuando nadie nos ve, su segunda novela, “no es un protagonista que caiga bien o que tenga muchas virtudes, porque tiene más defectos, y es una persona que parece real”.
“No terminan de gustarme los policíacos en los que los personajes se comportan como robots. Me gusta lo que decía Highsmith, que no eran novelas de asesinatos, sino novelas en las que hay asesinatos. Los personajes tienen sus propios conflictos al margen de lo que está pasando. Quiero centrarme en las sombras, y me atraen más los antihéroes que los héroes”.
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