Hablar con el periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán es una lección de oficio: claridad, lucidez, conocimiento, lecturas, experiencia, memoria, vida. Hablamos por teléfono por razones elementales de confinamiento y pandemia, pero al cabo de unos minutos ya me había hecho olvidar la distancia. Sus artículos, sus crónicas y sus novelas se nutren de esa capacidad genética, innata, de contar muy de cerca. Hoy, celebrando su reciente premio y la publicación inminente de dos nuevos libros, queremos compartir esa voz con nuestros lectores.
—Usted abría su libro El informe Casabona con una frase de Orson Welles: “Si quieres un final feliz, todo depende, por supuesto, de dónde detengas tu historia”. Académico, Premio Nadal y ahora Premio Nacional de Periodismo Cultural, ¿pararía usted ahora mismo para conseguir ese final, o vence la curiosidad del periodista por ver lo que pasará?
—Un reconocimiento como éste está muy bien porque te permite leer tu propia historia y entenderla. De alguna manera, te da la oportunidad de reinterpretarte bajo una luz, digamos, favorable. Pero prefiero no acabar aquí y tirar unos cuantos años más en la esperanza de no hacer nada que tuerza el itinerario, dando, finalmente, la razón a Orson Welles.
—Si alguien tuviera que investigar su asesinato, al estilo Informe Casabona (aunque usted aún no es nonagenario, pero lo será), ¿cuántas vidas encontraría en la vida de Vila-Sanjuan?
—Pues mira, creo que primero encontraría la vida de aquel chico en su trabajo de periodista, en su vida de juventud en la Barcelona de los 80, unos años posmodernos (ahora la palabra tiene “mala fama”, pero no veo otra que pueda definirlos mejor) de la cultura pre-olímpica, muy marcada por el diseño y la búsqueda de una nueva estética, cronológicamente paralela a la Movida madrileña, pero con unos signos muy diferentes. También encontraría mi vida familiar-literaria de los Vila-Sanjuán: mi padre era periodista y escritor, mi tío, mi abuelo, y ahora la familia que construí, que parece seguir esa línea con mi hija, metida en el mundo de la edición, y mi mujer, periodista y escritora, con la que he tenido un matrimonio muy feliz y gratificante. Luego está mi vida en La Vanguardia, donde entré en el año 87, desarrollando la mayor parte de mi trayectoria periodística aquí; de hecho, soy uno de esos raros periodistas que se sienten estrechamente vinculados a su empresa. Me considero un periodista muy de La Vanguardia. Finalmente, también encontraría una fase del Vila-Sanjuán novelista, tardía, pero gratificante.
—Sí, porque usted empieza a escribir novela pasados los cuarenta años…
—De hecho, escribo mi primera novela con casi cincuenta, lo que me ha permitido una ventaja, o al menos yo lo veo así, y es el hecho de poder concebir novelas recapitulatorias, no tentativas. Es decir, me pongo a escribir cuando, de alguna forma, me he hecho ya una visión clara de la vida y de lo que quiero contar, y por tanto mis historias salen rápidas.
—Sus tres novelas publicadas hasta ahora constituyen, casi, una trilogía temática.
—Efectivamente, las podemos entender así, pues en ellas he intentado mostrar un siglo en la vida de Barcelona a través de tres generaciones de personajes. Esta faceta de mi biografía debo decir que ha sido sorprendentemente gratificante, y el premio Nadal, obtenido por la segunda novela, vino de alguna manera a confirmar que no era un mal camino de madurez.
—En su juventud estuvo vinculado también al mundo del arte. No está de más recordar ese trozo de vida de Vila-Sanjuán.
—Porque además fue muy divertido, muy agradable, muy variado. Por ejemplo, recuerdo con mucho cariño el libro de Miquel Barceló, el primero que aparecía en el mercado sobre el pintor, y que escribí cuando los dos teníamos 25 años. Desde entonces conservamos una buena amistad. Fueron aquellos unos años en los que estuve muy vinculado al tema de la pintura realista catalana, e incluso monté algunas exposiciones que tuvieron bastante eco. Y bueno, con este lejano recuerdo ya tiene usted, más o menos, todas las vidas que se han ido enhebrando en la mía.
—Siguiendo con vidas y con libros, ¿tendría sentido dentro de 90 años que alguien escribiera una novela sobre la Barcelona de 2020 igual que usted hizo sobre aquella de principios de siglo en Una heredera de Barcelona?
—Yo creo que tendrá mucho interés dentro de unos años, porque hoy Barcelona es una ciudad muy convulsa y llena de contradicciones, sometida continuamente a debate, donde lo viejo y lo nuevo están chocando con mucha fuerza. Ahora mismo no tendría mucho sentido hacer esa novela; los buenos libros no suelen ser inmediatistas, pero los momentos de crisis dan pie a gran literatura, a veces mucho más que las épocas más plácidas. Y los diez últimos años en Barcelona y en Cataluña han constituido una etapa convulsa que dará de sí. Fíjese: yo mismo, dentro de otros diez o quince años incluso quisiera escribir de la Barcelona de hoy como una forma de remansar la memoria y recapitular con distancia sobre estos hechos complejos.
—¿Cuál ha sido la evolución de la cultura en los medios desde aquel lejano 77 del joven periodista Vila- Sanjuán?
—El periodismo cultural español va muy ligado a la evolución de la cultura y la industria cultural en España. El análisis que yo hago es un poco el siguiente: al morir Franco las nuevas estructuras políticas de la democracia asumen un elemento, que en realidad venía del antifranquismo, que es la idea de que la cultura ha de ser un elemento clave de la vida del Estado, y ya desde los gobiernos de UCD hay una voluntad muy clara de usar la cultura como recurso o seña de identidad.
—Comienza el boom de los exiliados.
—Así es. La política empieza a aproximarse, de manera pública y oficial, a las grandes figuras del exilio de la época franquista: Miró, Alberti… Cuando gana Felipe González se pone en marcha algo que en Europa estaba empezando a desarrollarse, que es la idea del Estado Cultural.
—¿Se vivió una época dorada de la cultura en España?
—Absolutamente. Del 82 al 95, El modelo francés va a ser muy influyente, y la cultura comienza a ser considerada por el poder político como un bien importantísimo, volcándose el Estado en todas sus manifestaciones. Se crean museos, se premian escritores y la cultura empieza a crecer. Esto tiene un correlato en el periodismo cultural, y las noticias culturales empiezan a ocupar espacios cada vez más visibles en los medios de comunicación. De hecho, los periódicos que nacen tras la muerte de Franco, como El País, o el Avui, lo hacen ya con sección de cultura, cosa que los veteranos, como La Vanguardia o ABC no tenían, pero se reconvierten, creando nuevas e importantes secciones de cultura.
—Por tanto, esa época dorada de la Cultura imprime brillo al periodismo cultural.
—Es que no solo pasa en los diarios, pasa en la televisión y en las radios, por lo que a partir de 1980 y durante casi treinta años, el periodismo cultural vive también, inevitablemente, un momento dorado en España, con buenos profesionales y muchos recursos. Podías proponer, por ejemplo, ir a Nueva York a hacer una entrevista a Paul Auster, e ibas, y ya está.
—¿El brillo era compatible con la calidad de la información?
—Por supuesto; yo diría que era el causante. La información era de muy alta calidad. Mire, recuerdo que el gran editor Jorge Herralde me comentaba en más de una ocasión que cuando los autores internacionales de primera fila venían a España se quedaban asombrados del nivel de los periodistas que se sentaban frente a ellos; profesionales solventes, muy lectores, gente con criterio.
—¿Cuándo comienza la decadencia de Occidente?
—Este ciclo, creo, dura hasta 2010, cuando se contagia de la fuerte crisis económica y empiezan los recortes en todos lados, iniciándose una fase declinante, a lo que hay que sumar el cambio a lo tecnológico, que hace de todo esto una especie de tormenta perfecta. Pero aun así, el momento actual, si lo comparas con el de 1972, es el de un periodismo cultural bastante alto, sin duda alguna (Vila-Sanjuán guarda unos segundos de silencio al otro lado del auricular). Me he enrollado mucho, se disculpa, pero es que es un tema que creo que tiene interés.
—Decía Mayáns: “Para el veneno de tantos i tan malos libros no ai remedio más eficaz que el contraveneno de muchos buenos. ¿Cómo ha de reinar el buen gusto, si no se fomenta?”. En base a esta grandísima verdad, le pregunto: ¿el periodismo cultural es testimonio de lo que hay, o debe, como creían los ilustrados, “educar” el gusto?
—Bueno. Veamos. Hay varios tipos de periodismo cultural; por un lado, está el testimonio del periodista que va a las fuentes y te explica lo que hay de una forma amena, rápida, con anécdotas (y esto es lo que debe diferenciar el mundo del periodismo del mundo universitario, claro). Este ejercicio testimonial, para que me entienda, sería, salvando todas las distancias, el de Vasari, que yo defiendo como el primer periodismo cultural de la historia, pues no se conforma con escribir las vidas de los artistas, sino que se toma la molestia de acudir a los talleres y hablar con ellos. Lo mismo que años más tarde hará Eckermann con Goethe, publicando aquellas conversaciones que duraron casi veinte años, y que hoy podemos considerar como el primer gran libro de entrevistas de la Historia. Luego estaría el periodismo crítico. Sería el famoso caso de Tom Wolfe, cuando va a ver el New Yorker de los años 60 y sale de allí convencido de que es una estructura arcaica, así que, ni corto ni perezoso, lo desmonta públicamente con muy mala uva. Estarían también los periodismos, llamémosles, divulgativos de disciplinas concretas: de arquitectura, de cine, etc. Me interesa especialmente, en este aspecto, el periodismo de síntesis y estilismo; el periodismo, digamos, valorativo. ¿Recuerda los artículos que escribía Jorge Luis Borges para las revistas femeninas argentinas de los años 60? Son muy interesantes también desde el punto de vista literario, pues el periodismo proporcionó al joven escritor una limpieza y una capacidad de síntesis que, creo, le ayudó a limar su inicial escritura vanguardista compleja, convirtiéndola en la transparencia que apareció por primera vez en Ficciones, y que luego inundaría el resto de su obra. Y bueno, por último podríamos citar el periodismo como actividad paralela a la creación, como es el caso de muchos de los grandes del boom: Vargas Llosa, García Márquez, Donoso… Es un periodismo muy interesante porque, en ocasiones, complementa su obra.
—Acaba de hacer un repaso histórico por las élites del periodismo, lo que me recuerda una frase suya: “En cada época hay pequeños grupos “de élite” que intentan encontrar una manera de planificar el futuro”. ¿Es eso posible también en nuestra época?
—Sí, estoy convencido. En cada época hay un grupo de intelectuales que son pioneros, que tiran de la cultura hacia adelante. Creo que en este momento también está pasando. Yo veo hoy muchos libros y artículos que dan, ofrecen y construyen ideas nuevas. La historia cambia, esto está muy claro. Yo, por ejemplo, cuando viví en Boston del 91 al 92 pillé todo el nacimiento del movimiento de lo políticamente correcto, que ha tenido, al igual que la posmodernidad, muy mala fama, pero que creo que, a medio plazo, es algo bastante respetable, que hay que tener en cuenta, porque lo que dice es razonable, y en el fondo, si uno lo analiza sin prejuicios, ve que no es más que aplicar el sentido común. Lo increíble es que no se aplicara antes. A eso hay que añadir dos fenómenos revolucionarios: la cultura digital, con todas sus derivaciones, y la nueva ola del feminismo. Este cóctel de cambios ha alterado, creo que para siempre, la anterior concepción cultural. El mundo cultural de mis hijas, o de su hijo, ya no es el mismo que el mío o el suyo. Esto es así, y es bueno que sea así, aunque desde luego uno no tiene que suscribir todos los cambios para estar de acuerdo con que haya evolución. Pero mire, en este momento, el 50 o 60 por ciento de las novedades literarias son de mujeres, y esto, hace veinte años te aseguro que no era así, con lo cual, la cultura cambia, e indudablemente hay gente que tira fuerte para que esos cambios se produzcan.
—¿Se puede hoy en España hacer cultura en los medios sin mancharse de política?
—Ehhh… Bueno. Yo creo que a la política te aproximas, pero con cuidado. La tienes que tener en cuenta, desde luego. Mira, en el libro que acabo de escribir y que sale en breve a librerías, titulado Por qué soy monárquico, hago una lectura cultural de la monarquía. Voy a la política a través de la cultura. Cultura y política se tocan continuamente. Esta es la historia de la humanidad.
—Pero si la política fuese un virus, ¿cuál sería la mascarilla de los periodistas culturales?
—(Ríe, divertido) Primero, intentar ser ecuánimes, y segundo, ser conscientes de que no todas las políticas son iguales: hay unas mejores que otras. No es lo mismo Obama que Trump, y creo que en España no ha hecho la misma política cultural el PSOE que el PP, por ejemplo. Todo esto con todas las matizaciones que usted quiera.
—Dejando la política y el periodismo y yéndonos a esa otra vida del Vila-Sanjuán escritor, ¿es hoy compatible el tiempo apresurado de la actualidad cultural para el tiempo pausado de concebir una novela?
—¿Me lo pregunta porque se está planteando usted esa dualidad? (risas).
—Sí, sí, exactamente. Me ha descubierto (más risas).
—Pues le doy mi sistema: mi día a día, incluso en los días que no se acaban, está en la redacción.Por tanto, cuando hago un proyecto novelístico o teatral —que me divierte muchísimo porque es más rápido y fácil para mí que la novela—, procuro acotar un tiempo exclusivo limitado, que nunca es superior a un año, para redactar. Cada día me voy a una biblioteca que está al lado de casa y trabajo unas dos horas y media, que cunde, porque de ahí, en una mañana buena salen tres folios, que luego corriges y demás. En esos meses de redacción procuro no viajar y ser muy estricto con el horario, que suele ser un horario de mañana (soy incapaz de escribir por la noche). Esto no lo hago siempre, claro, solo en las ocasiones en las que voy a escribir una novela, y es sacrificado, sin duda, porque te obliga a una disciplina férrea y a ciertas renuncias. Pero en estos casos, el saber que tienes un tiempo limitado te lleva a la disciplina periodística del deadline; y eso, frente al tiempo infinito que puede tener un escritor profesional en mi caso es muy positivo, pues cuando llega la fecha, entrego sin falta. Desde luego, lo que jamás hago es castigarme a mí mismo y después de un año decir: «Bueno, pues ahora voy a seguir otro año más, a ver». Nunca.
—Terminamos hablando de sus dos nuevos libros, escritos, imagino, bajo esa estricta técnica. Uno de ellos, Por qué soy monárquico, llega a las librerías en pocos días.
—Sí, efectivamente. Y el otro, El joven Porcel, se publicará a finales de enero de 2021, aunque lo entregué hace meses, pero por la pandemia ha saltado un año de programación editorial. Con respecto al primero, Por qué soy monárquico, he de decir que yo vengo de una familia monárquica: Alfonso XIII nombró a mi abuelo gentilhombre de cámara, que era un honor de aquella época; y él, periodista, dejó muchos artículos sobre las vivencias del rey, de gran riqueza e interés, con reflexiones políticas y personales sobre el monarca. Mi padre, por su parte, fue un “juanista”, partidario de que don Juan fuese el rey de España como Juan III, y así lo defendió durante el franquismo, entendiendo que la suya era una posición liberal democrática. Mi relación personal con la monarquía española se remonta a 2010, cuando en calidad de jurado de los premios Princesa de Asturias y Princesa de Gerona, inevitablemente me he familiarizado con los actuales monarcas, y he podido ver de cerca el funcionamiento de esas fundaciones y qué tipo de cultura fomentan. El trato con don Felipe VI y doña Leticia me ha sido muy agradable, y todo lo que han hecho estas fundaciones me parece formidable e importante. Surge así la necesidad de explicar, a través de la historia de mi familia, esta realidad reflexionada. Mientras lo escribía, además, ocurrieron todos estos temas tan polémicos —las revelaciones de Juan Carlos I, el escándalo de Corinna y las cuentas en Suiza— y de alguna manera me han estimulado a escribir el libro aún con mayor rapidez, porque en mitad de todo este debate sobre la monarquía, creo que no es ni debe ser de recibo que solo haya argumentos negativos. Aparte, que los que pensamos que es una institución seria y útil para la vida española creo que es ahora cuando tenemos la oportunidad de decirlo públicamente, sin que eso signifique blanquear a Juan Carlos I. Digamos que en este libro construyo un ensayo pendular entre lo familiar y lo personal, con una mirada cultural-simbólica (y no política, más habitual en estos casos) a la Monarquía.
El otro libro, El joven Porcel, es un encargo de Emilio Rosales, editor de Destino. Estuve dos años yendo a los archivos de Baltasar Porcel, y en cierto momento me apabulló la biografía, porque vi que me iban a salir mil páginas. Sin embargo, me di cuenta de que podía hacer un libro a la americana sobre su juventud en aquella Barcelona de los 60 tan intensa, tan llena de contradicciones y tan rica en acontecimientos donde conoce y se relaciona de manera conflictiva y muy fructífera con sus tres maestros, Pla, Vilallonga y Cela, inicia su escandalosa relación sentimental con Concha Alós, planifica su viaje a París, en pleno mayo del 68… En fin, mezclo en este libro todas estas líneas: la personal, la política y la intelectual. Y debo decir inmodestamente que este libro, en el que al final he invertido casi ocho años de trabajo, es mi culminación como periodista cultural.
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Autor: Sergio Vila-Sanjuán. Título: Por qué soy monárquico. Editorial: Ariel. Venta: Todostuslibros y Amazon
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