Pocos cineastas hay, en el panorama actual, con el talento de Albert Serra. Su capacidad evocativa, sugestiva, metafórica sin rehuir el realismo más visceral en algunos puntos de su obra (el virtuosismo para generar atmósferas sugerentes, hipnóticas, sofisticadas y ambiguas) está más que demostrada a lo largo de toda su filmografía. Ahora bien, sí que es verdad que su talento se ha ido perfilando progresivamente a medida que concretaba cada proyecto, tras cada obra realizada con esmero, dedicación y artesanía, como si de un trabajo de orfebrería se tratase, su cosmogonía fue afianzándose hasta convertirse en el artista deslumbrante que hoy en día es.
En la obra que acaba de publicar magistralmente HyO Editores, que es la transcripción (y ampliación final con algunos textos) del pregón efectuado en motivo de las fiestas de Sant Martirià, de su Banyoles natal, se muestra diáfanamente la actitud y personalidad disruptiva de Serra. Dos ejes son primordiales para entender el pregón/texto: por un lado, la búsqueda de autenticidad en la obra que pretende estar bien hecha, y, por el otro, la importancia de conjugar las raíces, con cierta visión cosmopolita, de la experiencia humana. Por lo que concierne al primer eje, Serra parece entroncar con esa línea de autores que entiende la creación artística desde el punto de vista del carácter genuino e insobornable de sus creadores. La obra de arte, si quiere considerarse como tal, debe ser fruto de un trabajo exhaustivo, minucioso, en el que la autenticidad de quien(es) la lleva(n) a cabo constituye un valor indiscutible. Claro que el trabajo cinematográfico implica la complicidad de muchos factores y colaboradores (montadores, directores de fotografía, productores…), la cuestión es jamás sucumbir ante la presión de lo externo, no claudicar ante las demandas de la industria. El equipo debe estar comprometido en una idea común que vaya más allá de las exigencias del público, y ya no digamos del mercado. De esta manera, la obra bien hecha es aquella que se arraiga en la propiedad espiritual y cultural de quienes participan en su creación, barrando el paso, en todo momento, a cualquier injerencia pragmática o utilitaria.
En segundo término, y vinculado con lo anterior, Serra no cesa de defender sus raíces de Banyoles, llegando afirmar incluso que sin esta pertenencia tan profunda su carrera no podría ni concebirse. Enlazando, de este modo, con ciertas tesis de Georg Simmel o Walter Benjamin, Serra enfatiza la vida en el pueblo, en la cercanía, en el espacio comunitario donde el vínculo se define más por cuestiones de afinidad y cercanía que no por la fría racionalidad de la urbe; donde la experiencia no está mutilada, o vaciada de sentido, por la constante sobreestimulación de la ciudad. Es ese vínculo íntimo, veraz, estructural para con su Banyoles el que define su autenticidad como creador y, en consecuencia, su inconformismo para con los parámetros definitorios del cine contemporáneo.
Serra, armado con todas estas prerrogativas, defendiendo la fiesta como un elemento definitorio de su praxis artística (lo cual, a su vez, lo vincula a la tradición dionisíaca que establece Nietzsche en su El nacimiento de la tragedia), más allá de cineasta, es un intelectual de primer orden; un creador que se nutre de diferentes aguas culturales para así construir una voz propia y genuina; un artista que se baña en distintos meandros artísticos y teóricos, para, de esta manera, ofrecer una visión idiosincrásica de lo que debe ser el cine, en particular, y el arte, en general.
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Autor: Albert Serra. Título: Un brindis per Sant Martirià / Un brindis por San Martiriano. Editorial: HyO. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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