Cuando el calor aprieta y el aire acondicionado se convierte en nuestro mejor aliado, sobre todo para los que aún no están de vacaciones, la literatura puede ser una suerte de bálsamo mágico capaz de llevarnos a navegar por mares lejanos, mojarnos los pies en frescas piscinas o sentir la fuerza del frío viento en la cara.
Océano mar, de Alessandro Baricco.
El escritor italiano, un mago constructor de universos deliciosos y apetecibles, publicó en 1999 este libro en el que el océano es el protagonista de historias marcadas por las corrientes marinas y donde el mismísimo mar tiene voz propia. Una lectura que envuelve y que bien puede proporcionar unas horas donde solo suena en la mente el rugir de las olas.
Los aires difíciles, de Almudena Grandes.
Editada en 2002, en esta obra la autora madrileña se alió de ese poniente y levante gaditano que tan bien conocía para hablar de amor, de superación, de dolor y de sanación tras un naufragio. Por eso esta novela no podía faltar, porque Cádiz es también protagonista, una localidad que bien podría ser un soñado destino perfecto.
Gran Sol, de Ignacio Aldecoa.
Aunque Aldecoa era un vasco de interior siempre adoró el mar, y por eso en esta novela (1957) nos propone meternos en la piel de los oficios del mar, algo que conoció de primera mano, ya que se unió a los pescadores de altura de la costa cantábrica para poder contar sus vidas, llenas de lucha, frustraciones y esperanza. Un chapuzón en estas salvajes aguas situadas en el Atlántico Norte.
Corto Maltés, de Hugo Pratt.
Y de los marineros reales a los ficticios, en concreto al más literario del siglo XX, Corto Maltés, este hijo de una gitana de Gibraltar de mirada profunda con el que perderse a lo largo y ancho del mundo para surcar Bajo el sol de medianoche o bailar al ritmo de La balada del mar salado, donde Pratt hizo suyo el universo de las islas y los océanos.
Moby Dick, de Herman Melville.
Sin dejar el mar, que para eso lo necesitamos más que nunca estos días, recuperar otro clásico siempre es una buena opción, sobre todo si se trata de esta historia que nos sube al Pequod en busca de un gran cachalote blanco. Una obra maestra con la que más de uno sufrirá los sudores fríos del capitán Ahab.
El viejo y el mar, de Ernest Hemingway.
Aunque hablamos de una novela corta (1952), esta es una de las obras más grandes del escritor estadounidense, un amante del mar (y de España) donde la ternura y la crudeza de la soledad se sumergen en la inmensidad del mar.
La playa, de Cesare Pavese.
La playa peruana de Cabo Blanco, las colinas del Piamonte y las bulliciosas playas de la Liguria italiana son los escenarios de esta novela del autor italiano, donde la despreocupación de los días veraniegos contrasta con las plúmbeas dudas existenciales de sus personajes.
Llámame por tu nombre, de André Aciman.
No nos movemos de Italia, porque es también en una localidad de la costa italiana donde se desarrolla esta novela, donde el estadounidense nos presenta a Elio y Oliver, un ejercicio literario luminoso que nos lleva a lo más profundo de los sentimientos y el erotismo entre dos hombres. Un paseo por esos rincones del amor donde siempre hay una brisa que mitiga el calor.
Sangre en la piscina, de Agatha Christie.
Las piscinas son también esos lugares deseados y más accesibles para aquellos a los que la playa se les antoja como un oasis en este desierto estival, así que nada mejor que mezclar piscina y misterio en esta historia de la dama del suspense, en la que Poirot tendrá que enfrentarse a una difícil red de relaciones amorosas para resolver un crimen que sucede junto a una piscina.
Doctor Zhivago, de Borís Pasternak.
Termina esta lista con una recomendación para los amantes del invierno, porque en estas páginas Pasternak nos lleva al helador Moscú en plena Revolución de 1917 (pese a que la versión cinematográfica se rodara casi en su totalidad en España) y recuperar la vida y pasiones del doctor Yuri Andréyevich Zhivago, este personaje con el que viajar por una época histórica que viene bien también recordar estos días.
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