Sí, padre, lo confieso: soy de Clásicas. Filólogo Clásico. Latinista, que no pendolista. Bueno, algo de pendolista tengo, a pesar de gastar una letra que espanta, por mucho que doña María Luisa se esforzara por mejorarla en las aulas de las vetustas escuelas públicas de Elche de la Sierra.
Soy latinista, sí, ego confiteor. Y no he pecado, creo. Es cierto que amo las lenguas y el mundo clásico, que gozo con ellos cual marrano hozando un sotobosque en busca de trufas.
Me reconozco un pecador recalcitrante. A las Clásicas les debo cuanto soy. Como persona bien nacida (mi padre siempre me adoctrinaba con que es de bien nacido ser agradecido), he de ser también persona agradecida: a ellas, a las Lenguas y Culturas Clásicas. Al Latín y al Griego y viceversa (que es latín): al Griego y al Latín.
Y lo que es peor: hago proselitismo. He contaminado con mi estigma a mis dos hijos y pretendo contagiar del amor a lo grecolatino y a las Humanidades a todos cuantos alumnos y no alumnos se me acercan, como quienes me honran visitando esta celda de Zenda, La cueva del fauno.
Tengo claro que «ser de clásicas» ha sido, es y, por desgracia, será nadar contracorriente. Somos unos bichos raros, unos estrafalarios que se emocionan con unas lenguas, a las que quieren muertas, pero que se resisten a ser enterradas. Unos pringaos que se ilusionan viendo cuatro piedras griegas, romanas, celtas o iberas arrumbadas de cualquier manera. Unos colgaos que se estremecen recitando versos de autores desaparecidos hace milenios.
Lo de las piedras… Tiene guasa eso de viajar a verlas, con lo a gustito que se está tirado a la bartola en la piscina del Resort, donde te sirven mojito y mulata o mulato, al gusto, sólo con llevar la pulsera. O comiéndote en el chiringuito unas gambas, que de rojas tienen los polvos que le echaron en el chino en el que los compraron en tiempos de Confucio.
Luego, pasa lo que pasa. Como le sucedió a un “honesto” vecino de un pueblo en el que trabajé, hombre cabal y trabajador, hecho a sí mismo y forrado a millones, porque supo escalar, en un solo peldaño, de maestro de obras a promotor inmobiliario. Y retirarse a tiempo antes del estallido de la burbuja. Menos mal que tenía todo puesto a nombre de su suegra demente, que si no, los acreedores lo dejaban sin un céntimo…
Para que no lo tildaran de «paleto o cateto» se apuntó a un viaje cultural a Atenas. Tras visitar el piazo roca ésa a la que decían la Necrópolis, allá en tó lo alto, con el sol cayendo a pico y espuertas, acordándose de los quinticos que estaría tomándose en su playa, viendo a las churris destetás, macizotas y no como las “carótidas” ésas que les enseñaron sujetando un balcón con sus cabezas en la iglesia de san Erección o váyase a saber usted con la de nombres raros que se gastan esos griegos.
¡Vamos, que después de la panzá de subir, sudando a chorros y alegrado sólo por los mini shorts y tops de algunas guiris, encontrarse con un puñado de piedras y columnas esturreás de eso que llaman el Paretón! Todo lleno de grúas, pero sin un solo albañil encaramado al andamio. Tanto penar pa ná.
El guía, entusiasmado, hablándole de no sé qué santa Tenea a la que le iban a hacer una estatua de marfil y oro de doce metros de alta. ¡Joder con los griegos! Luego dicen que están en crisis, pero les pasa como a los españoles, que para sacar panza poniendo enjoyada a su virgen, no escatiman. Que va a ser un tal Fideos, al que no conocen ni en su casa, el que haga la estatua de la virgen Tenea. Seguro que el genares del Fideos se llena los bolsillos con los sobrantes del oro y del marfil.
Acalorado hasta la extenuación, hubo de soportar, encima, que el pringao del guía le preguntara, emocionado, que qué le había parecido la visita al Paretón de sus entretelas. Para quitárselo de encima y evitar que le siguiera dando la tabarra con más historias de esos pederastas de griegos, le soltó la primera respuesta de compromiso que le vino a la mente: «Está mú bien, mú bonico tó, pero seguro que quedará precioso cuando acaben con las obras y pongan toas las piedras en su sitio. Entonces sí que merecería la pena volver a verlo tó entero. Es más, me contratan a mí, me traigo a una cuadrilla de mis indios y mis moros y lo rematamos en un pis pas». Doy fe de que es verdad o, al menos, como tal me lo contaron.
Sí, tiene tela eso de ser de clásicas. El ir justificándote siempre ante la sociedad cada vez que te preguntan si es que todavía se estudia latín y griego, que para qué sirve eso, que si es que vas para cura o monja. Y, si encima eres profesor, el luchar contra la indiferencia, el menosprecio no sólo de una parte de tu alumnado, sino, sobre todo y más doloroso, de tus propios compañeros y, en especial, de la Administración, que cual Santa Inquisición nos somete de cuando en vez a autos de fe.
Pero, y parece una contradicción, cada día te das cuenta de que el mundo grecolatino está más vivo: latín y griego se repescan con frecuencia para lanzar nuevos productos en el mundo de la publicidad (os invito, por ejemplo, a pasaros por la sección de vinos de un supermercado, donde podréis encontraros marcas como «Protos», «Genus», «Lar de Barros», «Bulla»,…), películas de temática clásica aparecen con frecuencia en las carteleras («Furia de Titanes», «La última legión»,…), decenas de negocios tienen nombres de nuestra esfera (Venus, Atenea, Minerva, Vox Populi…).
Por ello es una alegría ver que, aunque parezcamos muertos, no lo estamos. Así, se comprende que escenarios de toda España se llenen para ver los festivales de teatro grecolatino con miles de estudiantes, que se sigan constituyendo jornadas de cultura clásica en Sagunto, Tarraco o Mérida, que se organicen asociaciones de amantes del mundo clásico dinámicas, creativas e ingeniosas. ¿Será que, pese a quien pese, no estamos muertos? O, ¿es que, tal vez, ahora que vuelven a estar de moda, seamos unos zombies? Eso sí: unos zombies clásicos… y algo zumbados.
Llevo 29 años dando clases de Latín en institutos públicos, que los hay y tan buenos o más que algunos concertados o privados, manque les pese a Her Egnatius Wert y a los de su alcurnia “liberal”. 29 años respondiendo siempre a la misma pregunta, formulada por algún alumno resabiado, con ganas de hacerse notar ante su gallinero: «Profesor, ¿para qué sirve el Latín?». No imagino a un docente de Matemáticas o de Inglés tener que responder a estas mismas cuestiones: sus materias están bien vistas socialmente. Y eso que a mí un polinomio no me ha servido en mi puñetera vida: no me veo al Patricio, el de la pescadería, haciéndome uno para calcular a cuánto sale el kilo de congrio. Ni a la Nati echándole la bronca en la lengua de Shakespeare a sus hijos por no levantar la tapa al orinar.
En mis años mozos les respondía a sus impertinencias con: «Para que un tonto como tú me haga una pregunta tan estulta como la tuya».
Recuerdo con ternura a un zascandil onubense, un pedazo de carne con ojos, más alto que dos armarios, que, vago como él solo, clase tras clase, con tal de perder minutos, me espetaba: «Maestro, ¿pa qué sirve er latín, si no me voy a meter a cura?». Hasta que un día le bufé : «QVOVSQVE TANDEM, LUDOVICE, ABUTERE POLIMINIBUS MEIS?«. Me negué a traducirle el latinajo, pero el muy desgraciado, a pesar de lo perro que era, se las ingenió para descubrir el significado. No llegó a terminar el BUP y cada vez que me cruzo con él, cuando conduce un autobús urbano en Huelva, saca sus dos metros por la ventana, da un tremendo bocinazo y me grita: «No me toques los poliminibus«, que es lo único que recuerda. Para que luego digan que el latín no sirve para nada.
Fue a comienzos del pasado verano, cuando, tras regresar de una de esas noches al borde del mar que tanto gustaban a Kavafis, mi hermano de alma Juan de Dios, profesor de Filosofía en mi antiguo centro de Alhama de Murcia, me hizo ver la luz. «Yo siempre les digo a mis alumnos que la Filosofía no sirve para nada. Que ya está bien de que estudien cosas que sirven para algo. Que me sigan, que se dejen llevar en nuestro recorrido por los laberintos de la filosofía y que, al final de curso, mediten si son los mismos que eran al comenzar». Ya dijo Aristóteles que la grandeza de la Filosofía está en que no está al servicio de nada ni de nadie, sino que busca el saber por sí misma. Creo que fue Sócrates quien asevera que una vida que no es pensada no merece ser vivida.
Tiene razón Juande: el latín no sirve para nada, como la música, pero, para mí, una vida que no estuviera acompañada por la música y, ¿por qué no?, por el latín no sería vida.
Soy padre de dos jóvenes, Aris y Edu. Me tocó responderles a ellos para qué sirve el Latín y no pude soltarles las borderías de antaño, más que nada por miedo a los improperios que me pudiera lanzar su madre.
Éstos fueron mis razonamientos:
“Mirad, hijos, desde el punto de vista de la sociedad materialista en la que vivimos, el latín no sirve para nada, no se habla en ningún sitio corrientemente, no os vais a hacer ricos con él ni os van a llamar para la nueva edición de «Gran Hermano» y, encima, os van a mirar raro si decís que estudiáis latín. Si vais a “Supervivientes”, la Pantoja no os va a rebuznar en latín ni Paquirrín va a pinchar un tema en la lengua de Homero (aparte de que para este cenutrio y millones más el único Homer que existe es el de los Simpson).
¿Cómo explicaros el hormigueo, las «fuertes emociones» que siente uno al desentrañar y traducir un texto griego o latino? Es algo semejante al placer por el trabajo bien hecho, por la belleza de su acción que experimentan los forenses que realizan la autopsia a un cadáver para hallar la causa de su muerte y atrapar al asesino. Sí, esos forenses que están tan de moda en las series televisivas como «C.S.I. » o «Bones». Pues bien, los traductores somos los forenses de lo que los grandes maestros de la Antigüedad dejaron escrito. Disfrutamos tanto metiendo el bisturí en sus expresiones, en sus palabras y vertiendo éstas a nuestra lengua materna, que deseamos compartir este don con nuestros alumnos, aunque ni éstos ni el resto de la sociedad esté aún preparada para valorar este regalo.
Mirad, chicos: durante gran parte de la Edad Media el griego desapareció de la Europa occidental y se olvidó casi por completo, ignorándose cómo se leía inclusive. Gracias a la impagable labor silenciosa de algunos monasterios y de las escuelas de traductores de los reinos islámicos, se pudieron copiar muchos manuscritos y transmitir de generación en generación, pero en ese largo camino se perdieron para siempre miles de obras. Pensad que en esta época se hablaba un latín macarrónico, merced a que era la lengua de la iglesia, pero se despreciaba todo lo griego e incluso lo latino que no fuera religioso. No podemos permitir que se vuelva a repetir ese error y que el Latín y el Griego caigan de nuevo en el olvido, pues pasaría como con el idioma de los íberos, que pueden leerlo, pero nadie sabe lo que dice porque son incapaces de traducirlo y comprenderlo, hoy por hoy. Los Clásicos somos, entonces, también los transmisores, los guardianes de nuestras lenguas y culturas.
Sabed que sin saberlo, sin darnos cuenta siquiera, somos Grecia. Somos Roma. Todos. Grecia hizo posible que en ella viera la luz, en la remota isla de Quíos, un aedo, un cantor y poeta ambulante ciego, Homero. Sí, habéis leído bien: un ciego que vio la luz, un ciego que alumbró unas de las historias más maravillosas jamás cantadas, auxiliado, como él mismo reconoce con una humildad que le hace aún más grande, por su Musa, de la que se declara mero intermediario, mero transmisor de su canto. Pensad que fue capaz de componer, memorizar y cantar unos 24.000 versos, preñados de historias de guerra, sí, pero también de amor, de aventuras, de monstruos, de humor, de amistad, de Humanidad, al fin y al cabo. Todo está en «La Ilíada», en «La Odisea». Dejaos seducir por ellas, tomaos el tiempo que necesitéis y comprenderéis cómo un ciego pudo ver la luz.
¿Sabéis que Homero compuso sus obras en el siglo VIII a. C. y que hasta casi 500 años después no fueron recopiladas y puestas por escrito por los eruditos de Alejandría? O sea, que durante casi cinco siglos se transmitieron por vía oral, porque otros aedos, transidos por la veneración a su Didáskalos, se encargaron de memorizarlos y divulgarlos, cantándolos por plazas y mercados, por palacios y villorrios. Cuando esos aedos morían, otros tomaban el relevo y, así, llegaron sus versos a todos los confines del Mediterráneo, fecundando las almas de las personas sensibles e inquietas.
Por cierto, Juande me contaba que, según una tradición espúrea, Homero murió por vergüenza de no ser ya tan sabio, al no poder solucionar un acertijo que le plantearon en una aldea remota. ¡Él, que había inventado memorizado y cantado los dos poemas épicos por excelencia, se dejó morir por temor a estar volviéndose un ignorante con la vejez! El acertijo que le plantearon era «¿Cuál es el único animal que tiene las patas en la cabeza?». Ahí os lo dejo. A ver si vosotros sabéis lo que el vate no supo adivinar.
Parece un argumento de una película de Indiana Jones, pero no lo es: en el siglo XIX un joven comerciante alemán, de nombre Heinrich Schliemann, impulsado por su fe ciega en que lo que contaba Homero no podía ser una ficción, una leyenda y usando La Odisea como guía descubrió la ciudad de Troya, en Turquía, y que ésta había sido destruida por pueblos aqueos en torno al 1150 a. C., tal y como fabulaba el de Quíos. No sólo eso, también sacó a la luz la ciudad de Micenas y la que él consideró la tumba de Agamenón, rey de reyes.
Grecia, madre amantísima, nos dio el estudio de la Historia tal y como hoy la conocemos, pues de ella mamaron Heródoto y Tucídides, padres de la historiografía. En Atenas, una simple capital de una insignificante península, la del Ática, se alumbró, como homenaje sagrado al dios Dioniso, el teatro. ¡El teatro! ¡Lo que se mira! Ni más ni menos: sin él, sin el teatro no existirían ni el cine, ni la televisión. Aún hoy gente de la más diversa condición, pero con alma en las venas, se emociona con las historias pergeñadas por Esquilo, Sófocles y Eurípides y se parte de risa con los disparates escritos por Aristófanes y Menandro ¡2500 años atrás! Esperad a que vuestro espíritu esté en sazón, a que vuestras emociones se hallen maduras y leed «Edipo Rey», «Antígona», «Medea», «Lisístrata»… Entonces comprenderéis por qué ellos son / somos Grecia.
Grecia nos enseñó a cuestionarnos el porqué de las cosas, a preguntarnos por nosotros y por lo que nos rodea, dando a luz a la Filosofía. La Filosofía, otra disciplina que per se «no vale» para nada, que «no sirve» para cosa alguna, pues con ella ni vais a ganar dinero ni os van a llamar de «La Noria» ni del «Cágame de Luxe»… Afortunados vosotros, los que pensáis, los que tenéis neuronas útiles, hijos, pues nunca seréis carroña televisiva.
Sí, niños, fueron los helenos, sobre todo los de Atenas, quienes nos enseñaron a pensar, a amar la Sabiduría por encima de todo. Y ahí tenéis, si no, a Platón, a Aristóteles, a Sócrates, a Pitágoras, a Heráclito… Os recomiendo una cosa: id, si los dioses así os lo conceden, a Roma, visitad las Estancias de los Papas en los Palacios Vaticanos, buscad las que pintara el inmortal Rafael, otro greco-romano que vivió en el Renacimiento Italiano, encontrad el fresco llamado «La Escuela de Atenas» y localizad en él a los filósofos más famosos de la Grecia Antigua, intentando poner cara a cada uno de los que allí se representan y disfrutando al reconocerlos y saber qué nos están indicando.
Cuando aquellos que se declaran científicos, furibundos talibanes de los números y de las fórmulas matemático-físicas, despotrican de nuestras materias y de las Humanidades en general, me dan pena. Son, aparte de mentecatos e ignorantes, unos desagradecidos: olvidan que Euclides, matemático y geómetra que vivió en Alejandría entre los siglos IV y III a. C., es el padre de la Geometría moderna y que en griego escribió sus axiomas. La geometría de Euclides, además de ser un poderoso instrumento de razonamiento deductivo, ha sido extremadamente útil en muchos campos del conocimiento; por ejemplo, en la física, la astronomía, la química y diversas ingenierías. Desde luego, es muy útil en las matemáticas. Inspirados por la armonía de la presentación de Euclides, en el siglo II se formuló la teoría ptolemaica del Universo, según la cual la Tierra es el centro del Universo, y los planetas, la Luna y el Sol dan vueltas a su alrededor en líneas perfectas, o sea circunferencias y combinaciones de circunferencias.
Estos palurdos «de ciencias» que reniegan de la Herencia Clásica olvidan, o lo que es peor: ignoran, el débito que tienen sus disciplinas con Pitágoras, con Tales de Mileto, con Arquímedes… Sólo así se explica su osadía al despotricar contra sus padres, que pensaban y escribían en griego. O, si no, ¿de dónde se piensan estos zopencos que vienen vocablos como hipotenusa, trigonometría, isósceles, pentágono o triángulo?
¿Qué queréis que os diga? La mayoría de las disciplinas que habéis estudiado en el instituto, aunque sean de ciencias, le deben el nombre al griego: Historia, Filosofía, Tecnología, Matemáticas, Física, Química, Biología,… Incluso Informática alberga un sufijo de origen heleno. Indagad sobre la etimología de las mismas y reflexionad en torno a por qué le deben su nombre al griego, una lengua hoy por hoy tan denostada.
Y, ¿de la medicina qué os puedo decir? A poco que os fijéis descubriréis una pervivencia latente del léxico griego, en primer lugar, en las disciplinas sanitarias. Así, sólo con saber que «-itis» en la lengua de Homero significa «inflamación o infección», podréis descubrir, usando de nuevo nuestra lengua, lo que significa Otitis, Laringitis, sinusitis,… Mirad, si no existiera nuestra lengua madre, yo, que cojeo un poco del lado izquierdo, no padecería una «Aquileitis», sino un hinchazón en el zancarrón. Átate los machos: suena mucho más fino lo de Aquileitis, ¿no? Por cierto, a ver si descubrís por qué se llama así esta dolencia, consistente en la inflamación del tendón de… ¿quién?
Y todo porque Hipócrates, otro clásico, sentó en griego los cimientos de la medicina moderna.
Antes os dije que durante los siglos oscuros, en pleno corazón de la Edad Media, el griego, fundamentalmente, pero también el latín se habían olvidado, menoscabado hasta que un grupo de artistas e intelectuales, en la floreciente Italia del siglo XV, volvió a redescubrir el mundo clásico, produciéndose así el bienhadado Renacimiento, que no era ni más ni menos que la vuelta a la luz de todo lo que Grecia y Roma aportaron al ser humano. De este modo, sin Apolodoro de Damasco, quien a instancias del emperador Adriano reconstruyó el Panteón de Agripa, Brunelleschi no hubiera podido rematar la cúpula de Santa María del Fiore, en Florencia, y sin ellos, el inmortal Miguel Ángel no hubiera podido cerrar la inmensa cúpula sobre el altar mayor de San Pedro en el Vaticano.
El panteón «diseño angélico y no humano», según Miguel Ángel. «El más bello recuerdo de la antigüedad romana es sin lugar a dudas el Panteón. Este templo ha sufrido tan poco, que aparenta estar igual que en la época de los romanos.» en palabras de Stendhal.
Y por ir rematando este capítulo, ¿no deberíamos estar eternamente agradecidos a los hijos del Egeo por habernos regalado sus historias, sus mitos? ¿Hay algún jardín más frondoso, más tupido, más aromático que el sembrado por los mitos clásicos? ¿Qué sería de nuestras vidas sin los dioses del Olimpo, sin sus héroes y heroínas? Los dos conocéis a Irene, que te subyuga con su mirada bicolor, y sabéis que noche tras noche le reclama desde chiquitina a su madre que le cuente un mito (Cuéntame un mito): no imagino nana más dulce que dormirse arrullado por la voz de Charo, mientras de su boca toman vida Orfeos y Eurídices.
En efecto,Gracias, Grecia, por regalarnos la Filosofía, el Teatro, la Historiografía, los fundamentos de la Medicina, tu Arte,… tus Mitos.
Y de Roma, del Latín y su pervivencia en el mundo actual podría empezar y no terminar. Básteos saber, pueri, que los días de la semana están consagrados todos a un dios romano (Lunes es el Lunae Dies, el día de la luna; Martes está dedicado a Marte,…). Que los meses del año toman también su nombre de la lengua del Lacio, que latinos son los nombres de los signos del zodiaco, que en la tabla periódica de los químicos, sí, muchos elementos proceden de su nombre latino (Fe. de ferrum, Aur. de aurum,…). Os animo a investigar cuántos de los elementos de la tabla periódica de los elementos les deben su nombre a la tradición grecolatina y a descubrir cómo ha sido posible eso si se supone que Química (palabra que se supone del griego “quima”, de “queo”, verter, y que en árabe da alquimia) es de Ciencias y no debería mezclarse con las Humanidades.
Mirad, hijos, el problema es que vivimos en una sociedad regida por un materialismo galopante y mandada por unos petimetres analfabetos (pues desconocen los rudimentos del alfabeto griego), que odian todo lo clásico por ignorancia, por mezquindad, por ineptitud y por cortedad de miras. Pero también por vergüenza, sí. Temen que les demos lecciones de democracia invocando las figuras de Arístides el Justo, de Temístocles, de Pericles, de Solón,… Tiemblan al pensar que les mencionemos la rectitud e integridad de personajes como Catón el Censor y de Cincinato, un romano de noble origen que abandonó el arado para salvar a su ciudad haciéndose con el mando absoluto y, que al conjurar el peligro, renunció a su poder y regresó a sus campos.
¿Os imagináis a algún Sánchez, Iglesias, Casado, Rivera, Abascal, Zapatero, Rajoy, Aznar, Puigdemont o Díaz haciendo lo mismo que Cincinato o siendo tan honestos como Arístides el Justo? Francamente, no, ni por asomo.
Sí, hijos, por esto y por tantas cosas más les somos incómodos a los poderosos los de Clásicas y hacen todo lo posible por anularlos y engañar a la sociedad con la patraña de que somos unos inútiles, a fin de acallarnos y que no pongamos en evidencia su supina ignorancia, su ineptitud, su mediocridad, pues por saber no se saben ni la primera declinación.
Fue mi llorado Magister Raimundus, satyrus libens, quien me dio el argumento definitivo para convencer a la Humanidad de la necesidad de aprender Latín (y su madre-hermana el Griego). Hasta 1963, cuando el Concilio Vaticano II, el latín era la lengua oficial de la iglesia y todas las misas se daban en esta lengua. Aún hoy en día el Latín sigue siendo la lengua del Vaticano y del catolicismo. Así pues, se supone que en el Cielo, paraíso de los católicos, el idioma oficial será, precisamente, el Latín.
Quise airear las palabras de mi Magister dándole un papel en el corto ROMAMOR, que dirigió Pedro Pruneda, con la intención de divulgar lo mucho que nuestra cultura le debe a Roma. Bebed del verbo y de la gracia de Raimundo, sabiendo que, aunque ya no esté entre nosotros, su ejemplo, su pasión por lo Clásico nos sigue llegando desde los Elíseos.
Ya sabéis que yo soy muy pagano y que, a mi muerte, me he pedido traslado al Averno, con pase pernocta para visitar en el Parnaso a mis adorados Homero, Horacio, Ovidio, Sófocles, Plauto y Aristófanes.
Pero los que sean católicos y sepan latín tienen un cargo asegurado en el Cielo. Es verdad, Raimundo: sólo con aprenderse cuatro conjugaciones y cinco declinaciones seguro que los contratan como Funcionarios Celestiales, con mesa propia a la derecha de Dios. Los que se sepan, además, los verbos irregulares, los valores del cum y del ut, a ellos los contratan de Directores Generales. Los que a todo lo anterior sumen saberse usos y valores de los infinitivos y participios, de ésos serán los Ministerios.
Ay, entonces llegará nuestra hora. Los mediocres politicastros que ahora nos rigen, sanguijuelas ignorantes del latín y del griego, irán al Cielo, sí. Malos no son: sólo ineptos y mediocres. Algunos llevan la corrupción en sus células y se piensan que con 3 golpes de pecho y una comunión sus pecados están perdonados.
Al Cielo sí irán, pero como no saben ni latín ni griego, currarán toda la eternidad como vuestros subalternos. Esperanza Aguirre, Ana Bottle, Susana Díaz y la Arrimadas trabajarán en una subcontrata limpiando las letrinas angelicales, de interinas a tiempo parcial. A Abascal lo pondréis de herrador de burros, mulos y otras acémilas. Marianico Rajoy besará vuestros pies y se quitará la gorra de plato cada vez que os traiga el café mañanero, al mismo tiempo que Perico Sánchez os abre la puerta y Pablete Iglesias os limpia la piscina. Aznar ejercerá de perro rabioso, muy ladrador, pero poco mordedor. Y Albertín os hará de recadero, que como chico para todo se supone que debe de valer. El inefable Valcárcel y otros zotes semejantes lidiarán con Pegasos y otros sementales como mamporreros de la yeguada de los arcángeles. Errejón, de botones Sacarino; Camps, de encargado del guardarropa. Torra y Puigdemont montarán un cuadro flamenco, “Los Separaos”: Torra, de palmero; Puigdemont, de bailaora especialista en darse el piro. La Cospedal, de modistilla tijerera; Carod Rovira, el Niño los Mostachos, de torero; Rufián, de matón chusquero con el Ortega Smith vestido de legionario,…
Dioses, qué beatitud, qué alborozo entonces, cuando la Justicia divina ponga a cada uno en su lugar.
Amén”.
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