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Si miras a los ojos de Chirbes te cegarán

Si miras a los ojos de Chirbes te cegarán

La tercera y última entrega del autor de Crematorio deslumbra por una íntima desolación que desnuda.

Chirbes es usted y yo. Y el vecino, y el que nos cruzamos por la calle. Chirbes es todos a la vez y únicamente él mismo. Nos leemos a nosotros mismos leyéndole. Con la diferencia de que él es capaz de contarlo todo, de zarandearse, de desesperarse y desnudarse. De contar lo que nosotros ocultamos, eso que nos avergüenza, que no queremos que se sepa. Esa autenticidad nos desarma. Y nos afecta porque nos contagia al verle caerse, y levantarse; o nos desmadejamos en una lánguida galbana.

Escribe sin alharacas, tal cual siente. No busca «literatura. Es un mea culpa, sin más (¿sin más?). Nos estremece la sencillez con la que relata cómo goza con el adagio del segundo movimiento de la Sinfonía italiana de Mendelssohn o disfruta sin paréntesis con las cartas que Henri Barbusse escribió a su mujer desde el frente. O constata, en minúsculas, que en una charla sobre literatura y guerra, tras haber publicado con éxito Crematorio y haber sido reconocido con el Premio de la Crítica, “no creo que fueran más de quince personas”.

"Como ya no es ningún chaval cuando escribe estos diarios, ha decidido tirar la casa por la ventana, nada tiene que perder. Sospecha que su salud es peor de lo que parece"

En la primera entrada de este tercer tomo de su Diarios (Anagrama), que abarca desde 2007 hasta 2015, el año en que fallece, abre un pantone, por si quien abra el libro va despistado. Ese 8 de enero Chirbes se despierta a las seis de la mañana y se dedica a releer lo que lleva escrito de Crematorio, que se publicará al año siguiente. Encuentra a la novela “insalvable”, la ve “mediocre”. Su balance es “demoledor”. Líneas después aparecen palabras como “pereza”, “inseguridad” y “escepticismo”. Y para colmo, confiesa, lleva cuatro meses desde su última relación sexual. Dato que nos informa pero que nos deja fríos, pero a la vez es destacable, porque refleja el otro ingrediente con que amasa estos diarios, el de la vida. Vida y literatura o al revés, haz y envés de sí mismo

¿Hay que creerse todo lo que dice Chirbes? En principio no tenemos por qué dudar, pero ese 8 de enero de 2007, en que Chirbes tiene 58 años, ha anotado también: “¿Cómo puede uno querer ser escritor, si no tiene nada que decir?”. Para entonces ya ha publicado Mimoun, La buena letra, Los disparos del cazador, La larga marcha… y seguramente ande pergeñando la novela póstuma Paris-Austerlitz, que ahora debiéramos releer. No es un novato, quiero decir; cierto que ha debutado «tarde», con 38 años, aunque no lo es menos que para entonces ya había escrito otras tres que no consideró válidas. O sea: siempre estuvo en el ajo, con mayor o menor fortuna. Cuestión distinta es que se sienta inseguro o que lo confiese con la boca pequeña (¿por miedo a fracasar?). Esta obsesión es una constante de su vida y será recurrente, una y otra vez, sin piedad, en estos diarios.

Como ya no es ningún chaval cuando escribe estos diarios, ha decidido tirar la casa por la ventana, nada tiene que perder. Sospecha que su salud es peor de lo que parece. Su libro es su única baza: “Crematorio, ¿se salva?, ¿por qué?, ¿qué prepotencia puede llevarte a decir que sí, que Crematorio sí y El corazón helado —de Almudena Grandes, a la que líneas más arriba acaba de zarandear— no?”. Y casi a renglón seguido muestra su honestidad de nuevo: “Lo único que puedes hacer es practicar el juego limpio, jugártela”. Y se la jugó. A pecho descubierto. Tanto con Crematorio como con En la orilla (2013), las dos reconocidas con premios, críticas y ventas.

"También, parece que no le importa, sin tapujos ha puesto en solfa a autores reconocidos de otras épocas y coetáneos, algunos próximos, como Marta Sanz, con los que roza la crueldad"

También, parece que no le importa, sin tapujos ha puesto en solfa a autores reconocidos de otras épocas y coetáneos, algunos próximos, como Marta Sanz, con los que roza la crueldad. La lista es larguísima. Cierto, pero no es menos cierto que ha acusado recibo de autores cadetes, recién licenciados. Y siempre sabiendo que todos sus diarios se publicarán. En varios momentos leemos que está leyendo, y revisando, lo que escribió a mano y generalmente a pluma tiempo atrás: “Mientras copio en el ordenador estas líneas, seis o siete años después de haberlas anotado por primera vez…”, escribe el 3 de julio de 2007. ¿Cobardía, me importa un bledo porque ya estaré muerto, u honestidad, escribir lo que realmente siente y le apetece?

Chirbes contagia, decíamos. Ese mismo 3 de julio se ha extendido sobre Historia de una vida (Península) de Aaron Appelfeld, que él está leyendo en francés, y es tal el entusiasmo, el cómo lo cuenta, que no tienes más remedio que conseguirlo en esos momentos. Si el lector escribiera en un papel todos los libros y películas que han enardecido a Chirbes a lo largo y ancho de sus diarios tendría hipotecado el tiempo durante meses. Es todo un regalo ese dejarse llevar, a ver qué ocurre. Es como vivir «en» Chirbes. De entrada te preguntas si lo que le gustó a él te entusiasmará a ti. Y vaya si lo haces. Es cuando «dialogas» con él de otro modo, sin pronunciar palabra, pero estando con él. Como las películas Las zapatillas rojas (1948) o Duelo al sol (1946) o Berlín: Sinfonía de una ciudad (1927) o la serie Berlin Alexanderplatz según la mirada de Fassbinder (que no hay modo de encontrar) o la más moderna El buen pastor. De libros o autores no digamos: La isla del tesoro lo encuentra tan “fascinante” como hace más de 50 años, cuando lo leyó por primera vez; ¿por qué no volver hoy a él, hay miedo a decepcionarnos, seguro que no hay que volver donde disfrutamos, y si encontráramos «tesoros» que no fuimos capaz de ver en su día? Sobre La isla del tesoro se extiende durante toda una página (160/1) y acaba derivando, por ese linchamiento colectivo en el que cae a veces el ser humano, en Furia (1936) de Fritz Lang y Conspiración de silencio (1955) de John Sturges (sí, las dos protagonizadas por el magnífico Spencer Tracy). Así que uno no avanza. O avanza despacio. Y qué importa, como si hubiera prisa. A estos diarios se viene a estar, simplemente; y sin reloj.

"Se compromete a actos y pronto se arrepiente, acuciado como el asno de Buridán, entre sus novelas o los compromisos"

Chirbes escribe sin reloj, y como el ruiseñor, canta / escribe de día y sobre todo de noche. Por eso le debió de llamar la atención este fragmento de La busca, de Pío Baroja, que copió: “Era costumbre de aquel viejo reloj, alto y de caja estrecha, adelantar y retrasar a su gusto y antojo la uniforme y monótona serie de las horas que van redondeando nuestras vidas”.

Y siempre en soledad. Baja al pueblo, Beniarbeig (Alicante), donde morirá, desde su casa casi aislada a hacer la compra cada siete u ocho días. Al final, ya ni viaja por Francia o Alemania para presentar traducciones de sus libros, o por España para conferencias. Se compromete a actos y pronto se arrepiente, acuciado como el asno de Buridán, entre sus novelas o los compromisos. Así, se deja llevar viendo películas, libros que le apetecen. Todo con tal de no enfrentarse al quehacer literario. Carece de disciplina. Por eso su angustia crece y crece. Y cuando escribe le desespera lo que tanto le cuesta, pero que a la vez desea. Esas contradicciones supuran las páginas, una y otra vez.

También “ama” esa soledad. La encuentra «necesaria» para “dejarla [su escritura] al margen de modas y modelos”. Sabe que la vida social es contraproducente, le desvía, le desorienta, para qué tanto ruido. Al mismo tiempo clama en su silencio que necesita demostrar (¿era realmente necesario?) a los demás, a quienes quiere, que puede vivir solo, que puede valerse solo. Por supuesto que se vale solo, pero a qué precio.

"La última entrada asfixia. Anota que pesa dieciséis kilos menos, que no quiere volver a hacerse pruebas. Ha tirado la toalla"

Estos diarios, que se leen como una obsesión, que tan pronto los abandonas como regresas días después con el ansia del náufrago, navegan en el presente pero también, cómo no, miran atrás (siempre Eliot, a quien vuelve). El compromiso político, su militancia, le hace repartir críticas aceradas, “soporto menos la ambigüedad resbaladiza de los socialdemócratas —nunca sabes dónde están y pueden atacarte desde cualquier flanco— que la intransigencia de la derecha”. Deja constancia de que le han propuesto que ingrese o colabore con el UPyD de Rosa Díez, quizá por el señuelo de Álvaro Pombo, al que tanto respeta literariamente, sobre todo por Contra natura, ese «desnudo» homosexual. Pero al «emisario» le dice: “Mi carácter y mi formación me llevan más allá de Izquierda Unida”. Antes, poco antes, ha dejado claro que pasó (varios meses) por la cárcel de Carabanchel, “por apoyar a los vascos en el siniestro consejo de guerra que se conoció como Proceso de Burgos”. Siempre al borde, al límite. Y por carreteras secundarias.

Su vida, parece, fue una constante huida hacia delante. “Leo, leo, leo. Por pura pereza. Para escapar del folio en blanco. De ese ponerte a prueba que es la escritura”, escribe el 16 de diciembre de 2014, ocho meses antes de fallecer. No hay tregua en estos diarios. Tampoco para el lector que ya sabe su final, que se va acercando, encogido por cada frase. Tan próximo.

La última entrada asfixia. Anota que pesa dieciséis kilos menos, que no quiere volver a hacerse pruebas. Ha tirado la toalla. Y recuerda que intentó suicidarse a los 16 años con pastillas, quizá más para llamar la atención que para que todo se termine. Se queja de la tos, se refiere a un tumor, al colon. “Lo que sea y cuando sea, con tal de que no resulte desagradable”.

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Autor: Rafael Chirbes. Título: Diarios. 3. A ratos perdidos 5 y 6.

Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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david bowman
david bowman
1 año hace

Eso de que Chirbes «no busca literatura» pongámoslo en la fresquera. Chirbes siempre buscó «literatura»: no hizo otra cosa en toda su vida y estos diarios son una buena prueba. Lo malo es que no la encontró. Y que lo sabía. En cuanto a su supuesta «sencillez» me pregunto ¿qué sencillez? Chirbes es complicado hasta el aburrimiento y la «sencillez» que usted señala, en todo caso una pose. Postureo: una impostura. Chirbes me produce la impresión de que creía que los demás le debíamos algo, como un niño mimado, huraño y mal criado que se siente condenado a un papel de tercer orden cuando debería estar en el centro del escenario. Para mí que lo más literario que tuvo Chirbes fue el ego.