El diálogo con los muertos es fácil. La conversación es sencilla, tan sencilla como dolorosa a veces y calmada otras. El interludio es tan complicado que una vez que llega el adiós las palabras solo expulsan alivio, aunque haya tristeza en ellas. Esto es algo que una aprende cuando asume la parte emocionalmente buena de las despedidas.
Hace unas semanas recibí un mensaje de Mònica, hija de Joan Margarit. En él me invitaba a formar parte de un homenaje a su padre en la Biblioteca Nacional. El elenco lo formaban poetas, amigos todos del autor. Joan dejó un poemario escrito al que puso punto final horas antes de morir y tituló Animal de bosque. Para quien crea que es un libro de alguien que se despide, se equivoca: es un libro de alguien que se muere y quiere dejarlo todo lleno de luz. En sus poemas solo hay calma y amor constante, amor que late, amor que le sobrevive, porque Margarit es mucho más que un cuerpo que se ha apagado.
Cuando recibí su mensaje, sentí tanto alivio como lágrimas lloré el día que me enteré de su muerte. Nunca lo conocí en persona, y creo que era la única de los invitados que no tuvo el gusto. Pero Joan me dijo que sí, hace ya unos años, sin conocerme. Me dijo que sí a un prólogo que llevaré siempre por bandera y yo, en todos estos años, no tuve oportunidad de agradecérselo en persona. El tiempo pasa a través de todos como la sábana de un mago, pero las palabras no dichas y las miradas no cruzadas se enquistan. Y pesan como losas.
La semana pasada tuve la oportunidad de subirme a un escenario y cumplir mi parte, estrechar la mano de Joan leyendo uno de los poemas más complicados de recitar y hermosos de leer del que será su último libro. La emoción de ver a su familia en primera fila y sentir la mirada del poeta, por fin, justo delante de mí mientras recitaba sus versos con la voz cortada, será ya algo inolvidable en mi memoria.
Escribe Margarit en «Las dos nevadas»: (…) debilitado / por una quimio que no me ha podido / curar este linfoma, te he tenido a mi lado / con la misma sonrisa, y ayudándome / a componer estos poemas. / Te los ofrezco hoy, acabando este año / que para mí ya está entre los que fueron / los más felices de mi vida.
Que te dé la tierra lo que nos dejas en vida todavía hoy, siempre mañana, Joan. Y gracias. Siempre gracias.
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