Estos siete poemas, extraídos de la sección “Cálamo” de Hojas de hierba, pertenecen al libro Diecinueve poemas de amor de Walt Whitman, traducidos por Juan José Igarabide y publicados en edición bilingüe por Editorial Laetoli. Los poemas van acompañados de un extenso epílogo de Rodrigo Andrés, profesor de la Universidad de Barcelona, que lleva el título “Walt Whitman y el amor entre hombres”.
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Cuando supe al anochecer
Cuando supe al anochecer cómo había sido recibido mi nombre con aplausos en el Capitolio, lo que vino después no fue para mí una noche feliz,
y cuando salía de parranda o se realizaban mis planes tampoco era feliz.
Pero el día en que me levanté de la cama al amanecer con una salud de hierro, fresco, cantando, respirando el aliento perfecto del otoño,
cuando vi a la luna llena palidecer por el oeste y desaparecer en la luz de la mañana,
cuando paseé sólo por la playa y me bañé desnudo riendo en las aguas frías y vi amanecer,
y cuando pensé que mi amigo querido, mi amante, estaba ya de camino, entonces fui feliz.
Entonces cada respiración sabía más dulce, y ese día la comida me sentó mejor y el hermoso día pasó bien,
y el siguiente día llegó con igual alegría, y a la tarde siguiente llegó mi amigo,
y aquella noche, cuando todo estaba silencioso, oí cómo
rodaban las aguas, lenta y constantemente, hasta la costa,
oí el susurro siseante del líquido y la arena, como si se dirigieran hasta mí murmurando para felicitarme,
porque aquel al que más amaba dormía a mi lado bajo la misma manta, en la fría noche,
en la quietud de la luna de otoño su cara estaba vuelta hacia mí
y su brazo descansaba alrededor de mi pecho, y aquella noche fui feliz.
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El fuego no arde ni consume
El fuego no arde ni consume,
ni las olas del mar van y vienen con prisas,
ni el aire delicioso y seco, el aire del verano maduro, empuja suavemente copos blancos de innumerables semillas
que flotan, moviéndose con gracia, para caer donde pueden.
Nada de esto, nada de esto supera a mi propio fuego abrasador
que arde por el amor de quien amo,
ni nada va y viene con más prisas que yo.
¿Se apresura la marea buscando algo sin renunciar nunca? Yo también.
Ni los copos ni los perfumes ni las altas nubes cargadas de lluvia surcan el aire libre
como surca mi alma el aire libre flotando
en todas direcciones, amor, en busca de amistad, de ti.
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Ciudad de orgías
Ciudad de orgías, paseos y placeres,
ciudad a la que hará ilustre algún día que yo haya vivido y cantado entre ti,
ni tus marchas ni tus cambiantes escenarios ni tus espectáculos me recompensan,
tampoco tus interminables hileras de casas ni los barcos en los muelles,
ni los desfiles por las calles ni los brillantes escaparates llenos de productos,
ni conversar con personas instruidas ni participar en veladas y fiestas,
nada de esto sino, al pasar, Manhattan, tu frecuente y veloz destello en ojos que me ofrecen amor,
que ofrecen respuesta a los míos. Ellos me recompensan,
los amantes, los continuos amantes, sólo ellos me recompensan.
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He visto crecer un roble en Luisiana
He visto crecer un roble en Luisiana,
se erguía solitario y el musgo colgaba de sus ramas,
allí crecía sin compañero echando hojas felices de un verde oscuro,
y su aspecto rudo, inflexible, lujurioso, me hizo pensar en mí.
Pero me preguntaba cómo podía echar sus felices hojas allí solo, sin un amigo al lado, porque yo sabía que no podría.
Y le arranqué una ramita con unas cuantas hojas y enrollé a su alrededor un poco de musgo,
y me la llevé y la coloqué a la vista en mi habitación.
No la necesito para recordar a mis queridos amigos
(pues creo que últimamente no hago más que pensar en ellos)
pero es para mí un objeto curioso: me hace pensar en el amor masculino.
A pesar de todo, aunque el roble resplandece allí en Luisiana,
solitario, en un amplio espacio descubierto,
echando hojas felices toda su vida sin un amigo, sin un amante a su lado,
sé muy bien que yo no podría.
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En este momento, lleno de deseo y pensativo
En este momento, lleno de deseo y pensativo, sentado a solas,
me parece que hay otros hombres en otras tierras, llenos de deseo y pensativos,
me parece que puedo echar una ojeada y verlos en Alemania, Italia, Francia, España,
o lejos, muy lejos, en China, Rusia o Japón, hablando otras lenguas,
y me parece que si conociera a esos hombres me sentiría tan cercano a ellos como a los de mi propia tierra.
Sé que seríamos hermanos y amantes,
sé que sería feliz con ellos.
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Cuando pienso en la fama conquistada
Cuando pienso en la fama conquistada por los héroes y las victorias de poderosos generales, no envidio a los generales,
ni al presidente en su presidencia ni al rico en su mansión,
pero cuando me hablan de la fraternidad de los amantes y de cómo ha existido entre ellos,
cómo han estado juntos a lo largo de su vida, a través de peligros y odios, impasibles, tanto tiempo,
en la juventud, la edad adulta y la vejez, y qué decididos, cariñosos y fieles han sido,
me quedo pensativo, y me marcho precipitadamente lleno de la más amarga envidia.
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Un vistazo
Un vistazo a través de un resquicio
de un grupo de trabajadores y cocheros en una taberna alrededor de una estufa en una noche de invierno, yo sentado en un rincón sin hacerme notar,
de un muchacho que me ama y al que amo y que se aproxima en silencio y se sienta al lado cogiéndome de la mano,
un largo rato entre los ruidos de los que entran y salen, los que beben y dicen tacos y chistes verdes,
allí nosotros dos, contentos, felices de estar juntos, hablando poco o quizá nada.
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Autor: Walt Whitman. Traductor: Juan José Igarabide. Título: Diecinueve poemas de amor. Editorial: Laetoli. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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