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Simpatía por el pacú, de David Gistau

Simpatía por el pacú, de David Gistau

Heredero de la mejor tradición del columnismo español, David Gistau se convirtió en símbolo de una nueva generación de periodistas que renovaron la profesión en las primeras décadas de este siglo. Desde las páginas de El Mundo y ABC, dejó constancia de su exquisito estilo literario, su fino sentido del humor y su portentosa capacidad para convertir la anécdota en un asunto trascendente, como demuestra en este artículo.   

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Habrán visto la foto del pacú capturado en Suecia. Es un bicho feo, semejante a la piraña, pero con una inquietante dentadura como de humano fumador por lo que parece el resultado del conjuro de una bruja. Un señor bajito con branquias y mal carácter, el pacú. Se diría que está a punto de exponer la teoría del hombre blandengue de El Fary.

El pacú tiene una fijación mental que lo hace singular entre todos los comportamientos de la fauna. Posiblemente se trate de una obsesión de origen freudiano, pero en esto no quiero ahondar, porque mis conversaciones con pacús son demasiado escasas como para atribuirles un paradigma psicológico. El caso es que el pacú tiene la manía de morder los testículos de los seres humanos. De hecho, y en esto se parece a la muñeca hinchable, la evolución natural ha ido transformándole la boca para que tenga la forma y el perímetro perfectos para la ingestión de un cojón. Así que ahí va el pacú, con virtudes de carrilero, por las cuales esta temporada yo le encomendaría sin dudarlo el marcaje a Neymar. Pagaría algo por leer un informe médico del Fútbol Club Barcelona en el que se explicara que el jugador permanecerá tres semanas «apartado de los entrenamientos» después de la extirpación de un pacú que de niño admiraba a Míchel Salgado.

"En su relación con el poder, cada vez es más frecuente encontrar periodistas dispuestos a formar la escolta retozona de delfines"

Habrá mujeres que descubran en el pacú la herramienta de algún tipo de venganza contra un adúltero. Con esta excepción, lo lógico sería que el pacú enterneciera a pocas personas, sobre todo a las que se hallan en posesión de testículos. Sin embargo, y en relación con el modo de entender mi oficio, en el pacú veo tal lección de dignidad que consideraría lograda toda mi carrera sólo con que me fuera impuesto como apodo el nombre de este pez menospreciado. Si nuestra vida pública fuera como aquella charca, alegórica del Mediterráneo, en la que Platón veía asomadas, como si fueran ranas, las ciudades estado de la Hélade, qué función más honorable tendría el periodista que nadar siempre presto a morder los huevos de todo el que los mojara en ella. Comprendo que esta pretensión es absurda. En su relación con el poder, cada vez es más frecuente encontrar periodistas dispuestos a formar la escolta retozona de delfines. Pero no deberíamos jamás llegar al extremo de que a un cargo al que le hubiera sido encomendada una cuota de poder le faltara su pacú colgando. El pacú es el contrapeso. El pacú es el ganso capitolino. Ya lo dijo Jefferson: «Prefiero pacús sin gobierno que gobierno sin pacús». Los verbos anteriores póngamelos en condicional, porque en realidad vivimos tiempos en que los periódicos corren el riesgo de transformarse en inmensos organismos de servidumbre que disponen hasta de un sistema inmunológico propio que detecta los cuerpos extraños y los elimina.

El otro día fui a comer con un amigo asturiano que planea las citas como si tuviera miedo a ser atacado por un dron. Perdidos en las carreteras de montaña del concejo de Quirós, rodeados, eso sí, por un paisaje impresionante, fuimos a dar con una única casa, extraviada en un risco. Salió de ella, con el torso desnudo y sosteniendo un perro de presa, un hombre que dijo: «el tom-tom me los trae a todos aquí». Todos guiados por el tom-tom a un mismo lugar en el que un hombre sujeta a un perro. Eso, y no el pacú, es el periodismo contemporáneo, al que la evolución sólo conservará los dientes para que los use contra sí mismo.

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Artículo publicado en ABC el 13 de agosto de 2013

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