Sin novedad en el frente sale airosa de compararse con gigantes. Cuando hablamos de cine de trincheras de la Primera Gran Guerra surge el recuerdo de Stanley Kubrick y Senderos de gloria, y si añadimos a la fórmula el retrato de una amistad en medio del fuego de mortero, el de la oscarizada 1917. Salvar al soldado Ryan queda fuera de esta comparación un tanto inaceptable, pero la visualización de la guerra como experiencia inmersiva del espectador en el combate aparece también en la película de Edward Berger.
Sin novedad en el frente, película alemana que se ha infiltrado en Netflix y se ha erigido en uno de esos éxitos sorpresa de la compañía, perdurando semanas sin apenas promoción, es una lujosa y ambiciosa producción que se distancia de la noción de cine histórico actual y, por extensión, del cine que ya se estrena, semana sí semana también, en esta y cualquier plataforma. No hay revisionismo (si acaso lo es la inmersión en el bando alemán) ni recursos a la moda, tampoco flagrantes anacronismos para adaptar el relato de batalla a la ética y estética actual. No es, tampoco, una película fácil.
La película de Berger carece incluso del romanticismo de la película de Sam Mendes, pese a recurrir al relato de maduración de 1917 como soporte y esqueleto argumental, y también, voluntariamente, de la contundencia y sentimentalismo de la de Spielberg, pese a resultar heredera de algunos recursos del director americano (ese comienzo, que sigue la ropa de los soldados caídos en una oleada anterior, o la propia visualización de la batalla, con un memorable asesinato cuerpo a cuerpo que parece guiñar el ojo a una de las secuencias más crudas de Ryan).
El director alemán navega entre una y otra noción del cine con mucha seguridad, proponiendo al espectador un viaje mucho más áspero y lúgubre al corazón de la violencia, pero uno en absoluto carente de estilo o belleza. Los terribles paisajes naturales que abren y cierran el relato de estos cuatro amigos que se encuentran de cara con el horror remiten a los tormentosos cielos de Friedrich, pero poco hay de panteísta en la aproximación de Berger. Los abundantes detalles humanos que la adornan, por contraste, resultan notables y agradecidos.
Sin novedad en el frente no es, sin embargo, un retrato crudo de la Primera Guerra Mundial sin mérito creativo o artesanal. Que al principio nos encontremos con cuatro ilusionadas almas deseosas, cual artista del futurismo, de defender en la Gran Guerra el espíritu alemán, da lugar a una segunda mitad orquestada en torno a un montaje paralelo muy cinematográfico, a una suerte de cuenta atrás, que no obstante hay que saber apreciar: la de la firma del armisticio y la última batalla que va exprimiendo las fuerzas y la vida de los protagonistas, un recurso que Berger utiliza de manera sutil pero constante, potenciando el suspense pero dirigiendo sus inquietudes hacia otro lugar distinto: el retrato de una identidad cultural que invita a proyectarnos sobre las siguientes décadas que todavía le quedaban por conocer a la pobre Europa.
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