A qué viene esta llovizna tibia, sin carácter, como un susurro. Antes de llegar ya se ha arrepentido. Ni empapa ni dejará rastro. Ahora es urgente una tormenta que ahogue las alcantarillas, que desborde las acequias, que no den abasto las gárgolas.
Se necesitan torrentes que arrastren hasta el mar circos enteros, elefantes y jirafas, que se asombren los cocodrilos, que enmudezcan las hienas. Han de ahuyentarse las águilas y hasta que no se espanten los cuervos ha de seguir lloviendo.
Cuando el mundo duerma, mientras respire la hierba, un diluvio ha de asolar ciudades y aldeas, el agua debe saltar encima de los puentes y la sal ha de llegar hasta la nieve.
No queda otra opción.
Desenvainen, si no, sus aceros los mejores guerreros. Empuñen sin parpadear las espadas, miren a través de sus yelmos los ojos del enemigo y espoleen sus caballos mientras apuntan a su corazón las lanzas afiladas.
No hay tregua, no debe haberla.
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