En diciembre de 1985, un día después de Navidad, un hombre que dormía junto a su mujer en una retirada cabaña situada “en un rincón perdido del norte del estado de Nueva York” (allí donde “nuestras experiencias más relevantes tuvieron lugar”), se despertó sobresaltado al escuchar “un silbido con una cadencia repetitiva”, pero, incapaz de reconocer el origen de aquel ruido que procedía del interior de la casa, intentó volver a conciliar el sueño. Entonces escuchó algo más, y vio que la puerta del dormitorio se estaba moviendo. “Al rato observé una silueta compacta que se asomaba. Era una figura bien definida, pero al mismo tiempo tan alucinante que en un primer instante no pude siquiera procesarla. Me quedé allí sentado, observando, demasiado aturdido incluso para moverme”. El hombre se desmayó de la impresión y lo siguiente que recordaba era que recuperó la consciencia “en una pequeña hondonada en el bosque.” Después llegarían otros recuerdos, como las luces cegadoras que le rodeaban y esa “desordenada mesa redonda” en la que, en algún momento de la noche, había estado tendido, mientras lo inspeccionaban unas criaturas similares a aquella que se había colado en su habitación. ¿Qué demonios significaba todo aquello? El hombre se llamaba Whitley Strieber y un par de años más tarde publicó un libro sobre aquella experiencia titulado Comunión.
El libro se convirtió en un éxito de ventas para aquel escritor —procedente del mundo publicitario— que ya había disfrutado de una enorme popularidad tras la publicación de dos novelas de terror, The wolfen (1978) y The hunger (1981), que se convertirían con el tiempo en películas de culto. Su popularidad comenzó a decaer tras la publicación de sus siguientes libros, con los que Strieber parecía dar palos de ciego en busca de un público que se alejaba rápidamente de su bastón. Había escrito novelas de misterio, novelas sobre apocalipsis nucleares y novelas de fantasía juvenil. ¿Qué quedaba por hacer? Por aquel entonces, Strieber pasaba una parte de su tiempo tirando folios a la papelera y otra parte acudiendo a las reuniones que se celebraban en la casa de un artista plástico llamado Budd Hopkins. Tiempo atrás, Hopkins había conocido a una mujer que afirmaba haber sido secuestrada por extraterrestres, y su prueba, más allá de las confesiones que hacía bajo hipnosis, eran las inexplicables marcas que recorrían su cuerpo y la todavía más inexplicable piececita de ingeniería supuestamente extraterrestre que los médicos le extrajeron de la nariz. (De la confesión de Kathy Davis —en realidad Debra Tomey— que leí con catorce años en el libro Intrusos, siempre recordaré la frase del médico que hizo la extracción: “Resulta muy extraño. Últimamente extraemos de cada vez más personas cosas así”). Strieber también puso su inconsciente en manos de Hopkins y, ya desde las primeras sesiones, comenzó a recordar entre sollozos una historia similar a la de Debra Tomey. El libro de Hopkins, que se centraba en el caso de Debra, apareció en 1987. Unos meses después, en plenas fiestas navideñas, lo hizo el de Strieber. Ambos desataron una epidemia de recuerdos reprimidos en Estados Unidos y ambos compitieron por convertirse en el libro más vendido de la temporada. Sólo Comunión consiguió vender más de dos millones de ejemplares en suelo americano.
A lo largo de los años, Strieber siguió aumentando su bildungsroman sobrenatural con nuevos libros en los que trataba de explicar los motivos por los que una especie no humana (tampoco necesariamente de otro planeta: Strieber siempre ha reconocido ignorar cuál es su origen) aprovecha ese momento irremediable en el que nuestra parte consciente deja caer los brazos y nos internamos por las vastas y peligrosas regiones del sueño. Algunas de sus teorías coinciden con las de Jacques Vallée, que en su libro Dimensiones planteaba la posibilidad de que se tratara de un tipo de entidades que visitan a la humanidad desde sus orígenes abriéndose paso a nuestro mundo por puertas dimensionales (aunque esto es resumir mucho una idea enormemente compleja que sitúa a los grises de la literatura ufológica y a los seres de las leyendas feéricas en el mismo plano); en otras coincide con el punto de vista de uno de los más interesantes y originales investigadores del (así llamado) “fenómeno de las abducciones”, el inglés Nigel Kerner, en particular en el libro The Key, donde un misterioso visitante que llamó a su puerta en un hotel de Toronto —una especie de hombre de Porlock a la inversa— le reveló, entre otras cosas, la existencia de máquinas inteligentes que usaban como principal activador el alma humana.
Después de Intrusos, Hopkins siguió su propia línea investigativa, aunque en Sight Unseen, Science, UFO Invisibility and Transgenic Beings coincidió en algunos de los puntos de vista que Strieber expresó en The Key, que había sido publicado un par de años antes, y que más tarde desarrollaría en su novela Hybrids (2011). A pesar de que Hopkins sea considerado el principal investigador del fenómeno de los abducidos —más concretamente, “el padre del movimiento de las abducciones”—, Strieber fue quien se ocupó de mantener en vilo el interés de los lectores a través de sus autobiografías y de las novelas basadas en sus propias experiencias (una de ellas, Majestic, publicada por Ediciones B en 1991). Pero no es menos cierto que los mejores libros en torno al impacto que supuso Comunión no vendrían necesariamente de la mano de Strieber.
A finales de la década de 1980, Budd Hopkins había abandonado el trabajo de campo en solitario para iniciar una serie de investigaciones en compañía de John E. Mack, un psiquiatra formado en la universidad de Harvard que se había sentido intrigado por el creciente número de americanos que confesaban haber sufrido una abducción. Las entrevistas y sesiones de hipnosis que Mack y Hopkins realizaron en colaboración tuvo un resultado insólito: al menos 350 americanos eran secuestrados a diario por seres a los que, siguiendo la definición de Strieber, se describía como de origen no humano. Mack escribió sobre su experiencia como investigador del fenómeno en el libro Abducidos, un estudio que comienza como un ensayo sobre un posible trastorno todavía por identificar pero que poco a poco se va convirtiendo en un relato de terror. Si bien Hopkins, en Intrusos, ya había conseguido producir una sensación inquietante en el lector que dejaba su libro sobre la mesilla antes de internarse una vez más en la oscuridad, Mack llegaba todavía más lejos al revestir sus investigaciones de un aparato técnico que hacía pensar que toda esa histeria colectiva en torno a unos misteriosos visitantes de dormitorio no era ninguna broma. Su seriedad contrasta de un modo realmente turbador con las reconstrucciones que los abducidos hacen de sus experiencias bajo estado de hipnosis: “Veo un montón de cosas que parecen como esqueletos, pero un cruce de esqueleto y de insecto que camina. Suben y bajan por esos planos inclinados.” “Esa cosa me observa como a una rana antes de cortarla.” “Nuestra energía vital la mata el miedo. No podemos comunicarnos entre nosotros si tenemos miedo. Ni siquiera podemos dejar que la vida entre en nosotros. Ante ellos sentía que todo iba a morir.” “Ellos vendrán aquí cuando la tierra sea un lugar seguro. Pero eso no sucederá hasta que no seamos cada vez menos, a medida que vayamos muriendo a causa de nuevas enfermedades…” Estas frases sueltas, proporcionadas por distintos individuos, extraídas de diferentes confesiones en estado de trance, se repiten de un modo u otro a lo largo de más de quinientas páginas de pura pesadilla narrativa. Pero lo inquietante es que aquí la narrativa supone un soporte para trasladar una serie de experiencias en el límite de la propia realidad, y no un género de ficción cuyos efectos terminan en el momento en que el libro que nos ha dejado tan turbados regresa a la mesilla.
El rostro, entre humano e insectoide, que pobló durante el invierno de 1987 las estanterías de las librerías americanas —y que extendería su dominio a más de un mal sueño también en el resto del mundo: en España se publicó al año siguiente—, pareció despertar los recuerdos reprimidos de miles de individuos que reconocieron en ese semblante el origen de sus peores pesadillas. Prueba de ello fueron los cientos de cartas que el matrimonio Strieber recibió durante aquellos días de la campaña navideña en que Comunión ocupaba el primer puesto en la lista de ventas del New York Times: independientemente de su origen, de su sexo o de su formación académica, si en algo coincidían los autores de aquellas cartas era en que, en algún momento indeterminado de sus vidas, también ellos confesaban haber sufrido una experiencia similar a la que relataba Strieber. Al cabo de un mes, el correo recibido con historias parecidas había logrado colapsar las oficinas de la editorial Avon. A Strieber le pareció que en todas esas cartas se encerraba una parte del misterio que le había acompañado a lo largo de su vida y, dispuesto a seguir ese rastro, completó un libro muy interesante que todavía sigue inédito en español, The Communion Letters (1997), una recopilación de casos terminales en los que esa enigmática entidad a la que Strieber identificaba con la diosa Ishtar asomaba al rostro aterrorizado de un durmiente que, desde ese instante, dejaría ya de recordar.
Strieber, inevitablemente, fue sometido a un escrutinio por parte no sólo de la comunidad científica —que, con la excepción de Mack, tardó un bostezo en despacharle— sino también de las revistas forteanas y del propio mundo editorial (su siguiente obra sobre el mismo asunto apareció reseñada en el New York Times como un título de ficción, con el consiguiente y monumental enfado de Strieber), algo que terminó materializándose en la obra que el periodista Ed Conroy publicó en 1989 bajo el título Informe comunión. Conroy, que había nacido y vivido en la misma localidad que Strieber, decidió emprender la tarea más sensata: investigaría la vida del abducido más famoso del momento con el fin de separar la realidad de la ficción, confiando en establecer así un escenario lo más fiel posible de su supuesto contacto con entidades no humanas. Pero Conroy, involuntariamente, llegó mucho más lejos: tras sumirse en una prolija tarea de exhumación de la vida pasada de Strieber (incluida su etapa como vicepresidente de una empresa de publicidad de Nueva York), él mismo empezó a sufrir el acoso de esas entidades, así como algunos amigos suyos con los que había compartido los avances de sus investigaciones. Sincronías, llamadas telefónicas de madrugada que le transmitían misteriosos mensajes, helicópteros que acechaban sus pasos y posiblemente hasta sus conversaciones, se fueron manifestando en una sucesión de eventos inexplicables que Conroy describiría como “una interferencia demoníaca en mi vida”. En algunos momentos, Conroy roza la tensión narrativa de las investigaciones de Keel, en especial las que éste relata en Mothman, y eso no es poca cosa: Keel es un maestro forteano insuperable tanto en su visión verdaderamente única como en su talento para contar una historia. Pero aunque Conroy no sea Keel, lo cierto es que su libro da mucho más de lo que el lector imagina, y de lo que quizá hasta el propio autor esperaba encontrar.
¿Todo esto es verdad, todo esto es mentira? ¿Existen unos seres demoníacos que nos arrebatan durante el sueño para tratar de averiguar de qué está hecha nuestra alma, o más bien el mundo entero fue durante años víctima de una histeria colectiva que se desencadenó cuando Hopkins y Strieber sacaron a la luz las experiencias de una humanidad arrebatada de sus camas? Bueno, no seré yo quien cometa la locura de darles públicamente la razón. Eso lo dejaré en manos de Baudelaire, un hombre al que jamás le falló la lucidez, y que, en una cita con la que Lovecraft encabezó su relato Hypnos, escribió —quizá con la sombra de Ishtar asomando por encima de su hombro— una frase que debería llenarnos de pavor: “Acerca del sueño, esa siniestra aventura de todas nuestras noches, podemos decir que los hombres se acuestan a diario con una audacia que resultaría incomprensible si no supiéramos que se debe a la ignorancia del peligro.”
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Editorial: Reediciones Anómalas.
Autor: Whitley Strieber. Título: Comunión.
Autor: Budd Hopkins. Título: Intrusos.
Autor: John E. Mack. Título: Abducidos.
Autor: Ed Conroy. Título: Informe comunión.
Pues no conocía de nada esta editorial y una reseña que leí del mismo crítico hace unos meses me hizo interesar en un libro («Cuando las profecías fallan») que me pareció una lectura excelente. De esta nueva reseña me llevaré unos cuantos. Se agradece que alguien haga por nosotros la labor de rastreo que no podemos hacer quienes no tenemos demasiado tiempo para llevarlo a cabo. (Un apunte: del libro «Comunión» hay una película (bastante mediocre) y del mencionado «Mothman» también (algo mejor). En ambas comparecen actores protagónicos de primera fila.) FA.