Paco de Lucía tocaba con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, con la guitarra descansando ahí, en ese punto de apoyo que deja corta la frase de Arquímedes. Herejía. Las piernas cruzadas, para el teatro. Por desmelenado que nos parezca el flamenco, los puristas han destilado su ley desde el comienzo, imponiendo sacramentos y preceptos de raya al lado. Algunos aún permanecen.
«Cuando lo hice por primera vez en el teatro de la Zarzuela (lo de la pierna) dijeron que no tenía vergüenza», contó una vez Paco de Lucía. Me gusta pensar, aunque seguro que no es verdad, que esta transgresión de postura y colocación de la guitarra (pensada para que la mano izquierda no tuviera que mantener el peso del instrumento) enfadó más a los sacerdotes del cante y el rasgueo que los sitares de La leyenda del tiempo o los discos con el guitarrista de jazz Al Di Meola. La dramaturgia por encima de la instrumentación e incluso de las compañías.
Existe en Paco de Lucía, por cierto, una manera de ser andaluz que Ángel Antonio Herrera definió (ignoro si el hallazgo es suyo) como ceñida. Si damos por bueno el concepto, con Camarón ya suman dos apretaos. “Yo era muy tímido y él era muy tímido”, dice el guitarrista. “Aquello bloqueaba la espontaneidad de una relación. Nunca entendía qué sentía o qué le pasaba”. Casi mejor así.
Con el pianista Glenn Gould la etiqueta de tímido no nos sirve ni para empezar, y no sólo porque tuviera síndrome de Asperger. Gould se encomendaba al estudio de grabación como forma de purgar la parte superflua de la música, que era el público, y hasta aspiraba a la invisibilidad de sí mismo y del propio piano, una manera de prescindir de intermediarios en el camino hacia la inspiración. En el arte de la desaparición también se aproxima a Bach, un músico barroco del que la historia de la música sabe muy poco hasta que Mendelssohn lo promociona ya entrado el siglo XIX. Nunca escribió nada que no fuera un pentagrama, pero su obra, una vez descubierta y apilada, no cabe en una biografía. Lo contaba Guillermo Altares el último viernes: “Hay un programa en Radio 3 en el que, desde hace cinco años, ponen cantatas de Bach cada semana. Nunca han repetido ninguna”.
Aprendí este verano que el cajón flamenco viene de Perú, y que lo hizo famoso Paco de Lucía importándolo desde allí en los años 70, como siglos antes importamos las papas. Qué buen asiento. Sus 48 centímetros de altura aproximada servirían más o menos a todos los pianistas menos a Gould. Él tocaba anormalmente cerca del suelo, a 36 centímetros exactos, instalado sobre una banqueta que le había construido su padre. Desde tan abajo se agigantaba intentando alcanzar, no aplastar, las teclas. Desde tan abajo trataba de hacer algo mucho más importante que la transgresión: hacerlo a su manera.
La Cultureta Gran Reserva: Glenn Gould o la desaparición del piano
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