La inspiración no debe forzarse. De hacerlo, puede convertirse en ese tornillo al que se le ha gastado la cabeza, sin lograr que gire. Hay que dejar que fluya, sea cuando sea, y donde sea: durante un viaje de metro, asfixiado por el calor de la gente, entre el murmullo estrepitoso de una cafetería, o en la tranquilidad del baño de casa. Da igual. Si surge con naturalidad y, como una espora, se extiende por cada pensamiento, parasitando a éstos para ganar su sitio, préstale atención, porque de ahí puede salir una historia, tal vez no maravillosa, pero sí decente como para incitar a un escritor a trabajar en ésta.
Seguro que pensáis: «¿Y qué tiene que ver esto con el título del artículo?». Mucho, porque, mientras estaba metido en este periodo de documentación, más parecido a un momento sacado de una mala película de espías, las esporas de una idea fueron haciéndose hueco en mi cabeza.
Cuando esto ocurre, escojo un cuaderno de anillas (el formato y tipo de hoja me es indiferente) y lo lleno de anotaciones, esquemas, fichas de posibles personajes y escenas, junto a centenas de post-its con los que cubro las ventanas y las paredes (aquellas que no son de pizarra, y que guardan más ideas, que emplearé en algún momento u otro). Los primeros apuntes que llegaron a éste tenían relación con un género cinematográfico que, para mi sorpresa, muchos defienden como inexistente: el snuff. Para aquel que desconozca de qué se trata, se puede hacer una breve, y genérica, definición, explicando que son aquellas filmaciones, principalmente en formato amateur, en donde se tortura, viola y/o asesina a una persona, con una finalidad comercial en muchos casos. La primera vez que se emplea este término para calificar películas de esta temática es en 1971, en el libro “The Family: The Story of Charles Manson’s Dune Buggy Attack Battalion”, pero no me extenderé más sobre esto.
Pensé en cómo podría afectar a alguien descubrir que un ser querido ha sido la “estrella” de una película snuff. ¿Qué rumbo tomaría su vida? ¿Hasta qué punto podría llegar a degenerar su mente? ¿Qué medidas tomaría? Sin embargo, no me esforcé en crear la escena de estas grabaciones. El Ivan Mourin de hace diez años la habría detallado al dedillo, pero eso echaría para atrás a muchos de los lectores. Sin embargo, me centré más en pensar cómo podría mostrar sin enseñar, sólo mediante la intuición. Para ello, fui dejando pequeñas pinceladas (por ejemplo, la marca dejada en un hueso) a lo largo de la novela para que el lector las descubra y ate cabos.
Definitivamente, y por las opiniones recibidas hasta el momento de redactar estas líneas, parece que lo he conseguido. Es más efectivo despertar un escalofrío que no una náusea.
El siguiente paso es la creación de personajes. Tenía claro que no quería un único protagonista, y por eso me decanté por tres: el primero, Héctor Langarela, un periodista de sociedad que da el disparo de salida en la novela, tras la desaparición de su hijo; después está Tonet, un adolescente con grandes dotes para la informática, que debe acudir al funeral de una amiga que se ha quitado la vida por algo que le ha ocurrido en internet, pero que ha ocultado hasta momentos después de ser enterrada; y, por último, Félix Bataraz, un subinspector de los mossos d’esquadra que, por motivos ajenos, acaba siendo degradado y vuelve a la calle como patrullero. Desde un principio descarté tener héroes destacables, o antihéroes, porque deseaba que el lector pudiera sentirse muy identificado con ellos, al ser trazados como personas muy comunes, sin grandes cualidades, empezando por Héctor, cuyo dolor por lo que descubre lo va consumiendo y lo transforma en alguien que toma decisiones que pueden arrastrarlo, tanto a él como a los más allegados, a la perdición. En el caso de Félix, nadie encontrará a un policía dañado por la vida, el alcohol, o, por el contrario, a un súper agente; aunque es cierto que es muy respetado (no por todos, pero sí por la mayoría) en el Cuerpo, destaca por ser alguien muy afable y con una gran empatía, además de por estar muy ligado a su hogar, a la familia.
Pero, sin duda, en lo que más me volqué, dentro de los personajes, fue en la creación del villano (o villanos), queriendo que deslumbrara por unas peculiaridades que no puedo especificar, pero que ayudan a una visualización más intensa de éste.
Aunque es cierto que siempre hago un esquema breve de cada uno de los capítulos, la verdad es que acaba por servirme de poco: me mantengo fiel a la trama, pero, a partir del primer tercio, o el primer cuarto, los personajes y la propia historia toman un rumbo diferente, creando nuevas subtramas, modelando la conducta de éstos, y, por qué no, eliminando por el camino a alguno de ellos, sin remordimiento. Lo que tengo claro, desde que comienzo a trabajar en la novela, es el final, y no lo modifico en absoluto… excepto con Snuff. A medida que me iba acercando a la última parte de la narración, empecé a plantearme el descartar lo planificado, pensando en que el lector lo agradecería, porque podía disgustar bastante la idea original. Así fue: en los comentarios que he ido recibiendo en este primer mes, todos coinciden en el buen sabor de boca que les ha dejado este final, pero que intuían lo que iba a escribir en un principio y que, afortunadamente, descarté.
Reconozco ser un escritor de manías: tengo rituales que me acompañan durante todo el proceso creativo, trabajo con bandas sonoras de fondo, siempre adaptadas a la escena que voy a escribir en ese momento, bebo cantidades ingentes de café y té… pero la mayor de todas es que debo escribir a mano, con estilográfica y en cuaderno. Por este motivo muchas veces me han preguntado por qué no lo hago directamente en el ordenador, que es más rápido, se pierde menos tiempo al no tener que pasarlo a limpio, etc. Pues lo hago por algo muy simple: la experiencia es única y gratificante, voy acompañando el texto con dibujos, más anotaciones, inserto o quito páginas, y no lo reviso en ningún momento hasta llegar al final. Soy de los que opinan que da exactamente igual el método que emplees a la hora de escribir, ya sea en tablet, máquina de escribir (los guiones los escribo con una Olivetti Studio 45 que va como la seda), o en un rollo de papel del váter. Que nadie te diga con qué debes hacerlo, siempre que sea lo más cómodo para ti. Aunque parezca que no, el resultado se notará en la redacción.
Los diálogos tampoco los trabajo de un modo demasiado común, se podría decir. Tomo una grabadora de cinta, que lleva conmigo más de veinte años, y comienzo a interpretar a los personajes como si se tratase de una obra de radio ficción. Después reproduzco el audio varias veces, buscando los puntos flojos, dónde se puede potenciar la conversación, si resulta creíble, o si produce el impacto emocional que trato de transmitir. Con la creación de escenas, a veces, hago algo parecido: intento recrearlas para comprobar el efecto que producen, y si es posible plasmar en la vida real lo que comento. Por ejemplo, es muy fácil plantear que alguien que no tiene experiencia con armas de fuego se líe a tiros, pero, ¿ese sería el resultado correcto de la acción? Lo más lógico, en este caso, es que el arma se le cayera al suelo, le causase alguna lesión, etc. Hay que saber lo que se siente al cogerla, lo difícil que es mantener el pulso firme, la potencia que deja sobre la mano y los brazos tras efectuar el primer disparo.
El título suele quedar para el final. En esta ocasión tuve bastante claro que quería uno breve y directo. Snuff era el más acertado, aun sabiendo que mostrar de forma tan explícita la trama principal de la historia podría causar rechazo a muchos lectores si pensaban, de buenas a primeras, que la novela se centraría en la violencia más extrema, lo que no es así. Como mencionaba más arriba, y recalco, me he centrado más en insinuar que en mostrar, y no ha sido tarea sencilla.
Y mientras escribía, sumergido en la historia, conduciendo a los personajes a un destino que, en ocasiones, no sabía ni yo, ya estaba germinando la idea para una nueva obra… Así que vuelta a empezar: cuadernos, café y manías, ¡allá voy!
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Autor: Ivan Mourin. Título: Snuff. Editorial: Almuzara. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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