Mientras lee Bravura, la al parecer segunda novela de Emmanuel Carrère, este lector que me he inventado y que probablemente alguna vez pensó en escribir o quizá en la locura de ser escritor se pregunta qué hubiera ocurrido si hubiera escrito tan bien como Carrère a los veinticinco años, cuando probablemente estuvo inmerso en la creación —dice creación aunque le gusta mucho más decir escritura, pero lo deja así— de Bravura; o si hubiera sido tan bueno como Roberto Bolaño cuando escribió El espíritu de la ciencia ficción. Le ha dado vueltas a estas reflexiones mínimas por la mañana. No mucho tiempo, unos minutos. Reflexionar mucho sobre algo pequeño puede convertirlo a uno en filósofo o en nada. ¿O quizá es lo mismo? Que me disculpen los filósofos. ¡Claro que no es lo mismo!
Piensa en esa tormenta íntima que se ha producido con el cambio de editor de la obra de Bolaño de una editorial a otra, las dos siempre atractivas para él desde hace años. ¿Quizá demasiados años? No. Nunca se es viejo para leer. Le llegan críticas de esa novela que Bolaño dejó terminada al parecer en 1984. Los más críticos dicen que no aporta mucho y los más lúcidos que ya estaba allí parte de su obra posterior, a la postre, tras ese bonito año de 1984, una magnífica por no decir gran obra.
El caso (ahora pongo punto y aparte para respirar, no es por otra cosa) es que ha leído, sí, esa novela y al terminar se ha hecho muchas cuestiones. No sólo por qué la ha devorado en dos mañanas a pesar de no tener tiempo para ello, entre el cambio de un pañal y otro y soñar con el futuro o negarse a languidecer rememorando el pasado. El pasado es pasado y punto. Ya no sirve lo malo. Sólo somos bondad y si no apaguemos la luz.
Como les decía yo, el creador de este personaje, él piensa en qué tiene El espíritu de la ciencia ficción. Podría contarlo, se dice, haciendo una reseña breve y humilde, pero sería una falta de respeto a las personas que ejercen la crítica, sean o no verdaderos críticos, sean o no sólo reseñistas al peso. No estaría bien. Tampoco sabría. Porque, discúlpenle ustedes, pero se pregunta cómo afrontar la crítica de un libro. ¿Se debe contar el argumento sin estropear el final del libro? ¿Se debe escudriñar el estilo o la estructura o sencillamente arrasar con el libro porque hoy todo dios escribe y casi nadie está a la altura del reseñador de turno? ¿Qué se debe hacer? ¿Se debe animar a la lectura sin prejuicios? ¿Se debe comportar uno como un experto en destrozar a escritores jóvenes? ¿O es más sencillo sólo hacer una crítica de los escritores consagrados para así no mojarse? Podría hacerse muchas más preguntas pero teme aburrirse y aburrirles a ustedes si aún siguen ahí, a su lado, tan sólo con el divino gesto de lo suyo, que es leer.
Por tanto (otro punto y aparte reparador), la novela de Bolaño le ha gustado o más que eso. Dice mucho de su grandeza, la de Bolaño. Y como dice el editor del libro, más o menos, se dice él (le hago decir yo, que soy quien lo crea), que sí, por favor, lo suplica: si hay más novelas de Bolaño o papeles o diario o lo que sea que él haya escrito, sí, por favor, publíquenlo con sumo cuidado, con todo el cariño. Él, se dice con cierto alivio y fe en sus herederos, ruega que publiquen todo lo inédito de Bolaño.
Entretanto, sigue con las páginas de Bravura, que le cuestan. Nunca la lectura de un Carrère le costó tanto. Debe ser él. Muchos libros se le escapan de las manos por su espíritu soñador o porque siempre pide mucho de quien ya le gustó con otras narraciones o poemarios. La exigencia le hace pensar y dispersarse con ello. Ya saben, en su caso, no por ser filósofo, sino por ser nada.
Pero este artículo va de Bolaño y continúa con él, el chileno más mexicano de la historia.
En una ocasión un amigo, muy lector, le preguntó que qué tenía Bolaño. En realidad no pudo contestar. Remitió a la pregunta que siempre se hizo Gabriel García Márquez sobre Bajo el volcán, esa novela de genio de Malcolm Lowry. “Gabo” vino a decir algo así como que había leído muchas veces ese libro, o varias, y que aún no había descubierto su magia. Quizá sea la palabra que mejor podría definir a Bolaño, si se lo permiten decir los verdaderos críticos, magia. No sabemos por qué sus libros son tan buenos, pero le queremos por ello. Y le seguimos leyendo.
Hace años, cuando leyó en la prensa que había muerto Bolaño con apenas 50 años porque no habían encontrado un hígado para transpantarle odió la Medicina a la par que no la comprendió. ¿Podía ocurrir esto en pleno siglo XXI? Su ambición lectora le hizo pensar que grandes obras acababan de morir con él. Fue egoísta y se criticó por ello. Lo importante, se dijo inmediatamente, fue su pérdida. Lo otro, la obra, era secundario, claro que era secundario. Recuerda él que por entonces ya se dijo que había dejado sin terminar una obra descomunal: 2666. No la leyó cuando se publicó. Prefirió esperar años. Cuando piensa que una novela le va a encantar, por una parte prefiere no learla para disfrutar de ella sin abrirla. Paradoja imposible. Pero sí, porque cuando ya la haya leído, después, no podrá disfrutar de primera mano con su lectura. Cuando empezó a leerla, se dijo, bien, pero también se puede releer.
Ahora que termina El espíritu de la ciencia ficción piensa que bien se puede decir que ahí está el espíritu Bolaño. No se la pierdan.
Yo, por mi parte, que me he inventado este personaje que habla de libros, no puedo decir en esta ocasión que no coincida con él. Es más, suscribo todo lo por él dicho.
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