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Sobre el fracaso

Sobre el fracaso

Revisando el No me acuerdo de nada, de Nora Ephron, volví a toparme con un artículo en el que la escritora y cineasta neoyorquina reflexionaba sobre el fracaso; en especial sobre sus propios fracasos. Me pareció algo muy valiente. Hablar del éxito —sin el que, por cierto, se puede vivir la mar de bien— es fácil. A todo el mundo le gusta el éxito, ¿no es así? Sin embargo, hablar del fracaso (en particular acerca del propio) es difícil. Pero, sobre todo, necesario. Es por ello por lo que me pareció oportuno escribir esta pequeña nota.

En una época de brillos, oropel y fuegos fatuos, de Instagram, TikTok, criptopelotazos instantáneos, culto a la apariencia, influencers y triunfalismo new age, conviene recordar —sobre todo a los más jóvenes— que no hay éxito sólido ni duradero sin una buena dosis de fracasos.

Fracasos los hay de muchos tipos. Los hay tan incipientes que ni siquiera habría que llamarlos fracasos, sino «ejercicios de calentamiento y estiramiento». Por ejemplo, Stephen King ha confesado que tenía un clavo en su escritorio donde colgaba todas las cartas de rechazo que recibía. J. K. Rowling también se enfrentó al rechazo de varias editoriales que no quisieron publicar el manuscrito de Harry Potter (imagino que muchos de esos editores brindarían luego con cicuta para celebrar el éxito de la saga). O Bonnie Garmus, quien vio cómo noventa y siete editoriales rechazaban Lecciones de química antes de que se publicase, se convirtiese en un absoluto best seller y fuese adaptado al audiovisual en formato de serie protagonizada por Brie Larson.

"Ahora bien: si tienes que fracasar, lo harás de manera inevitable. Y no importa el número de estupideces y payasadas que lleves a cabo en redes sociales para tratar de remediarlo"

Como digo, estos fracasos son pasajeros, relativos y constituyen el entrenamiento y fase de formación de casi cualquier creador, salvo excepciones más o menos honrosas (o más o menos deshonrosas, claro).

Otros fracasos, sin embargo, tienen lugar cuando un autor ya ha conseguido abrirse camino e incluso ha cosechado algún éxito notable. En este sentido, Juan Gómez-Jurado ha comentado en más de una ocasión que su obra El paciente supuso un fracaso en su momento (no obstante, sigo pensando que la novela tiene uno de los arranques más potentes que soy capaz de recordar: «Todo comenzó con Jamaal Carter»). Acerca del rotundo éxito posterior del universo Reina roja no estimo que sea necesario añadir nada más.

Yo mismo he experimentado el fracaso en carne propia. ¿Recordáis mi novela El artificiero y la mariposa? Claro que no, porque fue un fracaso estrepitoso (al que le tengo mucho cariño, pero del cual no tengo la menor intención de hablar en estos momentos).

Por si te lo estás preguntando, no hay nada que puedas hacer al respecto: puedes planearlo todo, puedes jugar con buenas cartas, tu equipo puede entregarse a fondo. O bien puedes consolarte pensando que un puntual fracaso actual quizá se convierta en un éxito futuro (o en una «obra de culto», que, como todo el mundo sabe, es la medalla de bronce de cualquier trabajo artístico). Ahora bien: si tienes que fracasar, lo harás de manera inevitable. Y no importa el número de estupideces y payasadas que lleves a cabo en redes sociales para tratar de remediarlo (y no, no sirven de nada los muchosfollowers que tengas; sólo amplificarán tu patinazo).

"No deberíamos ocultar los derrapes y patinazos porque existen, suceden y son la base de cualquier triunfo"

Pero, por otro lado, tampoco tienes que preocuparte mucho: el éxito y el reconocimiento son igual de caprichosos y aleatorios y, en caso de que tengan que alcanzarte, lo harán sin que tengas que esforzarte demasiado (bueno, tal vez un poco sí) o incluso si tratas de escapar de ellos.

De modo que, por supuesto, no te tomes ni el éxito ni el fracaso como algo excesivamente personal.

A lo que voy: cuando sólo mostramos la parte brillante y luminosa de nuestra trayectoria, el experimento que ha salido bien, estamos ya no sólo desanimando a las personas que tratan de hacerse un hueco, que tienen sueños e ilusiones y que podrían llegar a pensar que no queda ninguna esperanza para ellas —dado que no han conseguido comprarse un Ferrari y una mansión en los Hamptons antes de cumplir los treinta, debido a su falta de talento y fuerza de voluntad—, sino que les estamos mintiendo de manera escandalosa e infame. No deberíamos ocultar los derrapes y patinazos, porque existen, suceden y son la base de cualquier triunfo (o, al menos, un inevitable daño colateral). Al contrario, deberíamos aceptarlos con deportividad y sentido del humor.

"Por muy consagrado que sea un autor, si se mantiene en activo el tiempo suficiente, tendrá que enfrentarse tarde o temprano al fracaso"

Dicho sin rodeos: por cada éxito, por modesto que sea, que cosechamos, hay diez fracasos en nuestro cajón; el logro es sólo la punta de un iceberg formado por innumerables intentos fallidos. ¿O acaso los deportistas de élite pasan de la cuna al podio directamente? De ser así, ¿qué sería de los fabricantes de crema para los esguinces? ¿Es que nadie piensa en ellos?

A los creadores de cualquier disciplina les sucede algo similar. Y no sólo a los principiantes o aficionados. Por muy consagrado que sea un autor, si se mantiene en activo el tiempo suficiente, tendrá que enfrentarse tarde o temprano al fracaso: un libro que no se vende, una película que no funciona, un disco que nadie escucha (e, indudablemente, que nadie compra). Es algo tan inexorable como una ley natural. Forma parte de la profesión. Asúmelo, relájate y disfruta.

Ahora bien, y ésta es la buena noticia, tenerlo presente, lejos de desanimarnos, nos libera y nos permite concentrarnos en lo verdaderamente importante. Y ¿adivináis qué es? Es nuestro próximo fracaso. Porque sólo así sabremos que seguimos dando pasos, que no hemos tirado la toalla, que aún estamos luchando y avanzado poco a poco. Tal vez así consigamos alcanzar ese éxito soñado.

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