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Sobre los vivos y los muertos

El aire de una canción

Tenemos Aroa y yo un litigio abierto desde hace meses a propósito de «Al alba». No es culpa de ninguno de los dos, sino del propio Luis Eduardo Aute, que a lo largo de su vida fue dando pistas contradictorias sobre el propósito final de esa canción que terminó inscrita en el imaginario sentimental como uno de los himnos más hermosos de cuantos se hayan podido escribir contra la pena de muerte. La leyenda asegura que Aute la compuso al calor de los últimos fusilamientos del franquismo y que letra y música nacieron como una suerte de rebelión poética contra esa ignominia última del régimen que se desmoronaba. En julio de 2016, durante una entrevista pública que mantuvimos en la Semana Negra de Gijón acerca de su vida y de su obra, él mismo desmintió el extremo: me contó que su única pretensión había sido la de escribir una canción de amor, pero que mientras hilvanaba los versos se fueron colando referencias más o menos veladas a las últimas sentencias de muerte firmadas por el dictador, en parte porque aquel asunto estaba por aquellos días en el aire y en parte porque poco antes había intentado escribir una canción que tratara expresamente el tema sin llegar a conseguirlo. Aroa, que no estuvo en aquella charla, no terminaba de creerse mi versión y la terminé convenciendo con algunos artículos que encontré en Internet en los que Aute venía a contar lo mismo que me había contado a mí en aquella charla, celebrada unas semanas antes de que sufriera el infarto que lo obligó a retirarse. El asunto parecía liquidado hasta que meses después di en YouTube con una entrevista que Mercedes Milá hizo al cantautor en la década de los ochenta, para un programa que presentaba en TVE, y en la que éste abiertamente reconocía que sí, que, aunque en su momento lo omitiera, «Al alba» había nacido como una protesta por aquella pena que el régimen había impuesto y que contó incluso con la oposición del Vaticano. Parecía que la polémica se desplazaba de eje, y había razones para no dudar de ninguna de las declaraciones: con el tiempo, Aute podía haber diluido en su memoria las circunstancias que habían motivado la canción, nos ocurre a todos a menudo con las cosas que van quedando lejanas en el tiempo y de las que no sabemos dar cuenta exacta. Pero hace unos meses hubo un nuevo giro de guion cuando alguien rescató en Twitter otra entrevista televisiva, esta vez con la cantante Rosa León. Ella fue la primera que dio a conocer «Al alba» ―grabó la canción en su voz antes de que la registrara su propio autor en la suya― en un disco que apareció en 1975, antes no ya de la condena o los fusilamientos, sino de que los condenados hubiesen cometido el crimen que los condujo hasta el pelotón de fusilamiento. Según sus palabras, fue en los conciertos en los que la cantó durante el verano de ese año cuando comenzó a dedicársela expresamente a aquellos cinco hombres cuyo destino había quedado sellado por obra y gracia del pulso tembloroso del caudillo; la partitura, en consecuencia, adquirió la pátina contestataria que terminó definiéndola. León rizaba aún más el rizo: Aute la había escrito bastante antes, allá por 1974, lo cual anularía completamente la posibilidad de que tuviese nada que ver con aquellos fusilamientos y, por tanto, arruinaría la tesis generalmente asumida. O no tanto: según esta nueva revelación, el nacimiento de «Al alba» habría coincidido en el tiempo con el fusilamiento de Salvador Puig Antich. En este punto, hemos decidido Aroa y yo firmar un empate técnico: puede que el origen de la canción fuese distinto al que siempre habíamos creído, pero al fin y al cabo no es tan diferente su aire.

La huella de un crimen

"Tampoco sé si me tranquiliza o me inquieta un poco constatar que estamos avanzando cada vez más hacia un mundo donde cualquier acción pública o privada puede captarse"

La historia es tan particular que cuesta no quedarse atrapado en sus redes. Por Tajueco, un pueblo ínfimo de la provincia de Soria, pasó en octubre, después de quince años, el coche de Google Maps para realizar su trabajo. Las fotografías que capturó de sus calles, plazas y callejuelas se colgó en el debido momento en la red. En una de ellas, un hombre se inclina sobre el maletero abierto de un coche para manipular una especie de paquete de gran tamaño que está envuelto en lo que parecen plásticos y cuyas formas bien pueden dibujar la silueta de una figura humana. No sé muy bien cómo, pero la Policía dio con la imagen en cuestión mientras investigaba la desaparición de un ciudadano cubano por esas mismas latitudes y ha terminado concluyendo que es muy posible que ese cuerpo extraño que el hombre de espaldas introduce en el portaequipajes del vehículo pertenezca a la persona a la que anda buscando. No sé si me fascina más el azar que llevó a los investigadores a dar con la imagen en cuestión o el que truncó los planes del presunto asesino, al que imagino preparando el crimen con suficientes dedicación y esmero como para no dejar pistas sin sospechar que lo terminaría pillando con las manos en la masa una cámara que registró su maniobra no porque le despertara el menor interés, sino porque sencillamente hacía su trabajo con su asepsia y su mecanicidad habituales. Tampoco sé si me tranquiliza o me inquieta un poco constatar que estamos avanzando cada vez más hacia un mundo donde cualquier acción pública o privada puede captarse y exponerse sin que medie la aquiescencia o el mero conocimiento de sus responsables, que no transcurrirá mucho tiempo hasta que llegue el día en que, mal que nos pese, Google lo sepa absolutamente todo.

Cuentos de Navidad

"Si hay tiempo y ocasión, procuro ver también la maravillosa adaptación cinematográfica que de esa historia hizo John Huston, a ser posible en plena noche"

Todos los tiempos admiten o necesitan o engendran su relato, pero acaso sea la Navidad uno de los más propicios, aunque sólo sea por la tentación inevitable de recurrir a la nostalgia cada vez que caen sobre el calendario los últimos días de diciembre o por su propensión reiterada a la moraleja. Y, al igual que toda época, también ésta tiene sus clásicos, obras a las que volver en busca de ese espíritu que se entiende propio de estas fechas y que supieron adaptar los parámetros de la celebración cristiana a las circunstancias para hacerlos decir cosas distintas por más que, en el fondo, insistieran en la misma. Están, si de cine hablamos, ¡Qué bello es vivir! o Plácido, películas que esconden bajo su aparente levedad un poso importante de amargura, y está «Fairytale of New York», la portentosa canción de The Pogues que acaba de versionar en español Iván Ferreiro y que viene a plantear el reverso de la película de Capra: el pasado mejor como bálsamo con el que consolar las inclemencias de un presente deplorable. En el campo de la literatura, el rey indiscutible es Dickens con su fábula de los tres fantasmas y su final optimista ―es posible ir a mejor si uno hace propósito de enmienda y pone voluntad en ello― que en determinadas lecturas la severa crítica social que se cuela de tapadillo entre sus párrafos. Procuro echarle un vistazo ―si no total, sí a algunos de sus pasajes― cuando se acercan las vísperas de la Nochebuena. También reservo un lugar para «Los muertos», esa cumbre de la narrativa breve con la que Joyce nos ilustró acerca de la imposibilidad de desentendernos no ya de nuestra propia historia, sino también de la de aquellas personas que nos acompañan, y que alcanza sus relieves más acabados cuando uno escucha «The Lass of Aughrim» y atiende a su letra tristísima, ésa que paraliza a Gretta Conroy cuando desciende las escaleras de la mansión dublinesa de las hermanas Corkan. Si hay tiempo y ocasión, procuro ver también la maravillosa adaptación cinematográfica que de esa historia hizo John Huston, a ser posible en plena noche, cuando retoman las calles su pasión por el silencio y, si acaso, hay oportunidad de soñar que al otro lado de la ventana cae la nieve sobre los vivos y los muertos.

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