Siempre me han gustado las ucronías. Me parece que es la gran herramienta que la ficción ha añadido a la reflexión histórica. Esa pregunta mayéutica: “¿Qué hubiera pasado si…?”, nunca deja de aportar perspectivas históricas inauditas y nos permite, como lectores, experimentar lo que habría sido el mundo de haberse tomado otro camino.
Por supuesto, imaginar un mundo así es razonablemente sencillo. La brillantez de Dick radica en imaginar además que dentro de ese mundo hay un hombre solitario escribiendo en alguna parte que este universo no es real, que en realidad fueron los aliados quienes ganaron la Segunda Guerra Mundial… con la perturbación ontológica correspondiente. Esta vuelta de tuerca dickiana, a mi entender, es maravillosa.
Otra ucronía brillante es Civilizations, de Laurent Binet. En ella, el autor recrea un mundo en el que no han sido los españoles quienes han descubierto América —Colón se murió en su expedición— sino que los incas de Atahualpa, empujados por Huáscar, se han visto obligados a cruzar Suramérica, a embarcar y huir primero a las Antillas y, cuando son acosados in extremis, hacia el oriente desconocido. Y llegan a nuestro mundo.
A partir de ahí, los incas, con la ayuda de moriscos y judíos, conquistan la Península Ibérica, y Atahualpa llega a hacerse con el poder tras haber hecho prisionero en la Alhambra a Carlos V, y a la muerte de este impera en Europa como regente del príncipe Felipe. La fantasía continúa con Erasmo reflexionando sobre la situación del cristianismo a raíz del impacto de la extraña religión que traen los nuevos dueños del continente, etcétera.
Lo más importante de estos experimentos mentales es que nos obligan a mirar la realidad histórica con ojos más relativistas de lo habitual, y a comprender que las cosas sucedieron como sucedieron, pero que pudieron perfectamente haber sucedido de otra manera. Eso es algo que los buenos historiadores siempre tienen en mente. En palabras de John Elliot: “Los historiadores tenemos que mostrar la complejidad de cualquier momento histórico importante: probar que había varias opciones abiertas, que hay que entender por qué se escogió una y no otra” (El País, 12/03/22). Leer ucronías vale para esto.
Todo lo dicho viene a cuenta de la última novela de Leandro Pérez, en la que nos presenta una de las ucronías más interesantes que he leído últimamente en España (y tan es así que parece increíble que nadie la hubiera planteado todavía): el golpe del 23F ha triunfado, Juan Carlos de Borbón ha muerto, y los militares han vuelto a tomar el poder. Esa es la premisa de su ficción.
A partir de ahí, el autor juega un doble juego. Por una parte, desarrolla una reflexión histórica sobre cómo hubiera sido España de haber triunfado el 23F y, sobre todo, qué hubiera significado la lucha por la libertad en ese nuevo contexto. En un mundo político cada vez más hostil, la lucha por la libertad cobra unas connotaciones totalmente diferentes y dramáticas, que nos obligan a valorarla bastante más.
Esa seguramente es la parte más estimulante, en lo intelectual, para quienes disfrutamos con los juegos de la imaginación histórica. A través de diversos extractos de prensa, Pérez va dando suaves pinceladas de cómo habría sido ese mundo alternativo. Es un juego bonito, con muchos guiños a la actualidad, que deleita al lector.
Fuera de ese trasfondo de política ficción, la novela es de un clasicismo absoluto y seguramente tranquilizador para los lectores menos inquietos.
Se trata de una novela muy completa literariamente, quizás la más completa de las tres que ha publicado Leandro Pérez hasta la fecha, en la que una protagonista, la periodista Libertad Guerra, narra sus avatares en este contexto tan peculiar en el cual las archiconocidas referencias de la época —canciones de Serrat, Sabina, los mítines, las células políticas— cobran una nueva significación.
La historia de amor ayuda sabiamente a mantener la atención del lector y a darle tintes emocionales, también muy sabios, a la novela. Esa trama sentimental se alterna con las reflexiones histórico-políticas, y de la alternancia de lo uno y lo otro, en un texto elaborado con gran minuciosidad, resulta una novela altamente satisfactoria y recomendable.
En México, es casi lema nacional «el si hubiese… no existe». Parece simplón, pero es tan complejo, que hasta todos los de allí lo entienden. Por eso pocos utilizan la palabra ‘habría’ o ‘hubiera’.
La historia indaga lo que pasó, la ucronía lo que podía haber pasado. Es una verdad a medias. El historiador trabaja con una realidad no evidente, pero que va descubriendo por la investigación. El historiador no inventa, interpreta, pero interpreta la realidad. Ralidad pasada, sì, pero no lo que le da la gana. El escritor de ucronías no emplea el mismo método. Una cosa ea literatura, otra ciencia (ciencia equivale a saber). El saber sobre el pasado está ‘fuera’, está escrito o fijado en sus vestigios, no en una vulgar especulación personal sobre algo que no hemos vivido. La historia exige objetividad, salir de nuestro ‘yo’, la ucronía no. La historia puede demostrarse, la ucronìa no. Ambas están separadas la realidad. Los historiadores son enemigos de las ucronías (no así de las buenas novelas históricas), como es normal, porque en la ucronía la posibilidad de adulteración de la realidad es enorme y porque carece de utilidad el comparar realidad con ficción, a no ser que el objetivo sea manipular la realidad. No nos distraigamos con paparruchas. El tiempo es limitado, el estudio es arduo y las ciencias sociales no deben confundirse con los juegos.
Las ucronías o distopías son muy interesantes pero, en mi opinión, van siempre en la misma dirección. Qiiero decir, ¿por qué no se imaginan que el marxismo hubiera vencido en EEUU y en el resto del mundo y qué hubiera sucedido al respecto? ¿Qué hubiera pasado si la República vence a Franco y la revolución anarquista y comunista se adueña del país y hubiéramos entrado en la IIGM, cayendo bajo la influencia del telón de acero?
Es muy curioso que nadie imagine esas situaciones que también podrían haber sido posibles y que pertenecen al mundo de lo que no ha pasado pero podría haberlo hecho. Creo que hay mucho buenismo izquierdista en la configuración de las ucronías y una tendenciosidad evidente para imbuir en la gente el miedo a la multirrepetida palabra: fascismo. Opino que hay que tenerlo, por supuesto, pero también a la otra tendencia ultra: el marxismo.