Boyhood, de Richard Linklater.
abrí la puerta una vez;
ahora quiero abrirla todo
el tiempo, sin parar
Quiero que este texto sea lo contrario al acto de abrir las manos.
I. El principio de esta reseña
Por un tiempo intenté escribirlo todo
He pensado en concebir esta reseña de una manera, después de otra. Creo que no importa lo que yo quiera, que en realidad yo no soy quién para decidir el camino de este texto. Mantengo la esperanza, pese a lo adverso: empiezo a escribir siempre con el ímpetu del primer día, con las estructuras perfectamente concebidas, con una inocencia milagrosamente regenerada. Escribo como hago el resto de las cosas: con la idea —no sé si absurda, no sé si reluciente— de que este será el acto que me salve de la degradación de los días. Agarro todas las palabras que me quedan por decir y las escondo de vosotros.
Robin Myers ha escrito Tener (Kriller 71) con vocación elíptica: el libro empieza y termina en el mismo lugar. En medio, el resto de las cosas que existen. Es curioso ese acto de blindaje; uno rescata la impresión de que la poeta desea salvaguardar todos esos relámpagos de memoria, rescatarlos del olvido al colocarlos en el interior de un libro que se manifiesta a sí mismo como tal. Este es el principio de este libro este es el final de este libro en el medio la vida en el medio los peces revoloteando en la pecera en el medio el beso que me diste en el aparcamiento aquella vez en el medio el olor a salsa boloñesa al volver de la escuela en el medio en el medio en el
Las imágenes
ya circulan por ahí
listas para sacudirnos
En Tener todo es relativamente inútil: las personas se abrazan con gesto desvaído, conscientes de que todo puede estar siempre a punto de morirse; al mismo tiempo, ese abrazo se revela como una erupción de vitalismo, una reivindicación del hecho de estar vivos. Robin Myers habla del ideal de la posesión como dibujando una luz verde que nunca se acerca lo suficiente: queremos tener las cosas pero el tiempo siempre corre más rápido. Ella se agarra a las palabras en busca de algo más impermeable al paso de los días. Si ella y sus expectativas están apretadas contra su propia desaparición, que al menos sus recuerdos se salven de todo eso.
II. La mitad de un día aleatoriamente seleccionado
a veces me pregunto si anhelaba
tener algo
para poder verlo irse
Mi vida ocurre simplemente, y en medio de todas esas cosas suelo estar yo, sin saber muy bien qué hacer pero con la necesidad de hacer algo al respecto; hoy me planteo la posibilidad de que la inacción comprenda los mecanismos del tiempo mejor que la acción, la posibilidad de que no hacer nada al respecto de las cosas sea, de hecho, una actitud más justa y sencillamente feliz. También es cierto que no alcanzo a definir hasta qué punto puedo tomar esa decisión de manera libre. Creo que yo ya no puedo no hacer nada al respecto de las cosas, que tengo que hacerlo todo y pegar puñetazos a la pared o moriré —siempre es así: o hago esto o moriré, siempre tan cercano a la tragedia—, aun sabiendo que hacer todas esas cosas no me salvará de la muerte.
***
Al despertarme, las cortinas se despegan de los estores y arrancan en una danza extraña, como dos amantes bellísimas decididas a manifestarse ante mí: he pensado tantas veces en mi futuro, en las cosas que debo hacer para tener una vida mejor, para tener una vida mejor, para tener una vida; al final vuelvo a despertarme y siempre busco volver a los mismos momentos de mi pasado, y no me importa mi futuro porque no lo conozco y nunca he sabido congeniar con lo desconocido. Quiero, cada vez más, ser una de esas cortinas que bailan, y últimamente ya vengo pensando que tampoco me importaría que las cosas no fuesen eternas como nos prometíamos, aquello de quiero que este momento se extienda para siempre, ¡creo que es bonito que lo pensásemos!, pero realmente pienso que no hace falta que así sea. Estábamos allí, cortinas de seda acunadas por una feliz coincidencia, y aunque todavía no logre arrancarme del todo el deseo de hacer que aquel momento regrese, sí consigo —por fin— comprender que yo no puedo corromper ese instante de mi pasado, ¡ni yo ni nadie!
Las veces que he sido feliz en mi vida nadarán para siempre en la cuna de los tiempos. Como un celuloide girando sobre sí mismo: eternamente besándote el cuello, eternamente diciéndote eres tan linda que querría morirme justo ahora. La eternidad se plantea, en las palabras de Robin Myers, como una cuestión de segundos.
yo, si pudiera, volvería
a tocarte la mejilla
Sólo yo entiendo la belleza de estas imágenes al ser leídas por mí.
III. El final de esta reseña
amores que empiezan y terminan porque
para eso están
Estamos tan callados, tan quietos, tan vivos en nuestro inmovilismo: ¡este libro nos ha enseñado a vivir teniendo la certeza de nuestros propios cuerpos!
Me siento sobre el océano y voy flotando hacia dentro, como un peso muerto vacío de recuerdos, voy deshaciéndome de las cosas que me han hecho daño: el miedo insalvable a unirme con tu cuerpo; el cinismo que ha acabado por atacar los amores vírgenes; el contexto emocional que castiga los días. Guardo silencio, por esta vez. Estar callado no significa estar muerto, igual que no muere una planta por escuchar llena de quietud el silbido de los árboles. Supongo que ya no tengo nada, que esta cosmogonía de mis emociones empieza y termina aquí mismo, en el lugar en el que me enamoro de ti; el lugar al que siempre vuelvo en movimientos pendulares.
He perdido el control sobre el texto: he abierto inevitablemente las manos ante la caída de la lluvia. Toda mi vida se escurre por los perfiles de mis dedos, ya no distingo tus lágrimas de las gotas que vienen de los ríos. Sé que pronto esta reseña acabará, y ese es todo el control del que dispongo; igual que supe cuál era el principio de las cosas, intuyo mi brevísima conciencia sobre su final. En el medio no tenemos nada. En el medio lo tenemos todo.
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Autora: Robin Myers. Traductor: Ezequiel Zaidenwerg. Título: Tener. Editorial: Kriller 71. Venta: Amazon y Casa del Libro.
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