La escena central sobre la que la novela de Javier Cercas Soldados de Salamina (2001) vuelve una y otra vez, en la que un soldado republicano perdona la vida del falangista Rafael Sánchez-Mazas, descansa en un gesto de perdón, que es fundamental para su configuración ética y adquiere todo el patetismo soberbio de su carácter emblemático. Porque la novela parte de este episodio anónimo, casi olvidado, de una refriega, en que dos “soldados de Salamina” (todas las guerras del mundo se rememoran simbólicamente con la alusión a esa antigua y perdida guerra de los griegos y los persas), se encuentran. Todo el significado de una guerra, la Civil Española de 1936-1939, se concentra en el momento en que dos individuos de bandos distintos están frente a frente, y el uno tiene en sus manos el destino del otro; pero contra todo pronóstico la humanidad, e incluso una corriente de alegría, se impone, y con ella el perdón, de manera que se alcanza con ese gesto cuanto el ser humano es capaz de hacer contra toda irracionalidad, contra todo odio.
Hay en esa escena una dimensión literaria, puesto que tiene todos los ingredientes de lo novelesco. Es un episodio fortuito, pero no deja de ser necesario. Repetidas veces a lo largo de la novela se da a la escena ese calificativo de “novelesco”; incluso el soldado, que sabremos luego responde al nombre de Miralles, la califica así cuando la oye contar al narrador Cercas, al final de la novela. Está concentrada en esta escena, que lo es de un incidente pequeño, una fuerza simbólica tremenda. Pero no sería tan emocionante si fuese solamente literaria. En realidad, si nos impresiona tanto es porque alcanzamos a ver en ella una dimensión moral, profundamente ética: el subrayado de que es posible encontrar un heroísmo mayor en ese gesto que en todos los gestos de muerte.
Miralles es un héroe anónimo y perdido que encarna y representa el sentido moral de muchos héroes de guerras perdidas, a quienes nadie recuerda, y que dieron su vida por causas nobles, cayendo luego en el olvido. Y también, en un nivel cercano que no puede perderse (la Literatura siempre hace eso: ir a lo general desde lo particular), la novela camina hacia la búsqueda y encuentro con viejos comunistas de la Guerra Civil Española, que sufrieron, luego del exilio, una peripecia de internamiento en campos de concentración franceses, por parte del régimen colaboracionista de Vichy, y finalmente vivieron otra guerra, la europea de 1939-1945, en defensa otra vez de la libertad. Pero la Historia los ha olvidado. Ninguno de ellos figura en los libros. La novela de Javier Cercas viene a rescatarlos del olvido y cumple, por tanto, una dimensión de restitución de la memoria colectiva de los españoles respecto a estos héroes anónimos de la perdida Guerra Civil.
Quiero centrar mi crítica a esta excelente novela ahí; en la doble razón de su excelencia, que creo explica además su éxito. ¿Qué ha podido llevar a que este libro, aparte de ser una buena novela, alcanzara 27 ediciones en los dos primeros años de su publicación y haya sido traducida a varias lenguas? Creo que este hecho no podría explicarse desde la sola dimensión de su buena factura literaria, si entendemos por esa factura el ingrediente moderno de la autoficción y su cuidada estructura, que ha motivado el excelente estudio introductorio a la edición crítica de Domingo Ródenas en Cátedra. Cercas acertó con el tono y acertó con el género desde el que esta historia podría ser contada. Pero antes de eso Cercas liberó una especie de conciencia dormida de los españoles respecto a nuestra tragedia, una conciencia que estaba reposando en el desván del olvido, ese olvido necesario para que la transición política de 1975-1978 se produjera, pero que ha oxidado en buena medida la conciencia de gratitud para con unos héroes anónimos, de quienes nadie ha hablado y que en cierto modo permanecían como protagonistas dormidos de una culpa no reconocida en la conciencia de miles de españoles. Y hablar de esto no es ajeno a lo que creo fundamental en la estructura literaria de esta novela, en tanto toda ella reposa en la búsqueda del héroe perdido y en la gratitud emocionada del narrador protagonista, que entiende finalmente ese silencio de Miralles y ve transformada su propia vida.
Porque lo esencial de lo novelesco radica aquí, en que una anécdota, un lugar, un preciso elemento de la Historia general se encarna en unas criaturas que con su destino fortuito son capaces de decir la Historia colectiva como ningún otro texto es capaz. La literatura, la novela, encuentra aquí la posibilidad más noble de su existencia: ser testimonio de vida y memoria de lo que ha sido la tragedia más grande que ha vivido España, y que tiene que reescribirse desde el emocionado reencuentro con los verdaderos héroes (que fueron víctimas), encuentro que reflejan las páginas finales de la novela, llenas de emoción y dramatismo.
Obviamente, todo el libro camina hacia esas páginas últimas, hacia esa imagen de los Suspiros de España bailados por el narrador en la tumba de Miralles, como último homenaje imaginado que es gratitud, conciencia lúcida de una deuda y que es catarsis necesaria del lector que a través de la memoria (memoria de los mayores, de los viejos) alcance a ser transmisión a los jóvenes lectores, y restituya así a su fuente ética lo que el olvido pragmático había hecho ocultar, un pragmatismo de una sociedad que ha necesitado sobrevivir a su propia tragedia, olvidándola. Esas veinte páginas últimas son por tanto la desembocadura de un río de la novela, pero están escritas además con emoción, como si todo el juego que Cercas ha ido llevando, que es un juego como veremos estructuralmente pautado a modo de capas de una cebolla, o de caja china, fuera a llevarnos a su centro, al núcleo que le da sentido.
Esa emoción final, además, y puede decirse que toda la tercera parte de las tres en las que el libro se ha estructurado, tiene una tonalidad, un registro muy distinto al de las otras dos. Desde que encontramos a Miralles en el camping de Estrella de Mar, incluso desde la perspectiva de Roberto Bolaño, su figura tiene un aire patético y heroico, simpático, de viejo borracho melancólico, buscando la verdad bajo la niebla, o sabiendo que la verdad es ya sólo, quizá, un buen vino, una tertulia y el encuentro abrazado con una prostituta con la que bailar el melancólico pasodoble Suspiros de España en que se concentra toda su historia y también la de los exiliados españoles.
Esa es la primera mitad de la tercera parte; después, la segunda mitad que le sigue será el encuentro en la residencia de ancianos, cuando su figura, lo sabe ya el lector, va encontrando su sitio y su centro último.
Una buena razón del éxito entre los lectores es la claridad de la estructura, que se acomoda a la almendra nuclear de los buenos relatos: la búsqueda. La intriga de la novela se sostiene como una búsqueda, una investigación, la persecución de un enigma, cuyo desvelamiento compromete al propio narrador, pero también el sentido total de la figuración literaria. Esa estructura elemental narrativa que se apoya en la búsqueda de un héroe anónimo se ofrece además muy bien graduada, pautada con elementos de progresiva tensión, pero también de paulatino aumento del interés del narrador, que da sus primeros pasos sin comprometerse, en una figuración irónica y muy posmoderna, jugando con las identidades, incluso con el objeto de la búsqueda. Ese narrador acaba sin embargo encontrando en sus últimos pasos nada menos que la manera de restituirse a sí mismo como sujeto de la memoria. Hay por tanto el viaje por una metamorfosis de naturaleza ética que no solamente compromete a las figuras o personajes históricos representados, sino también al propio autor-narrador. El narrador Cercas acaba comprometiendo en esa búsqueda de la verdad, del héroe anónimo, su propia dimensión de novelista y de persona. Por eso lo más eficaz de esta novela es que la estructura ética que la sostiene se encuentra muy acomodada a la estructura narrativa, a la propia trama.
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Autor: Javer Cercas. Título: Soldados de Salamina. Editorial: Tusquets. Venta: Amazon
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