Italia no hizo siempre las mieles de los soldados españoles como sugiere el viejo dicho que reza “España mi natura, Italia mi ventura y Flandes mi sepultura”. Los hombres que en 1567 llegaron a los Países Bajos con el duque de Alba procedentes del belpaese, aquellos que a decir del francés Brantôme parecían más capitanes que simples soldados, eran el fruto de más de medio siglo de crueles guerras que asolaron Italia en la pugna entre las coronas española y francesa por la hegemonía sobre aquella miríada de principados y repúblicas. Desde que el primer contingente desembarcó en Calabria en 1495 con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, hasta que se hizo pública la paz de Cateau-Cambrésis en 1559, miles de soldados españoles hollaron aquel país fértil y de clima bonancible, cuajado de ruinas clásicas e insignes obras arquitectónicas y artísticas, una Arcadia atribulada por las ambiciones de príncipes propios y extranjeros. De estos hombres trata el magnífico estudio de Idan Sherer, profesor de Historia en la Universidad Ben Gurión del Néguev. En este libro, el autor bosqueja la vida diaria del mílite hispano en Italia desde su alistamiento en las banderas del rey, cargado de promesas de riqueza, fama y gloria, hasta el frenesí irracional de la batalla y el saqueo. Estamos, por tanto, ante una obra que viene a llenar un hueco de amplias magnitudes. Si los clásicos estudios de Quatrefages y Parker sentaron cátedra en lo relativo a aspectos clave como la administración, la organización, el financiamiento, la logística o el desarrollo táctico de los ejércitos de la Monarquía Hispánica en el siglo XVI, la obra de Sherer hace lo propio con la vertiente más puramente humana de la ecuación: la experiencia vital del soldado, comenzando como es lógico por sus orígenes y su trasfondo social. Las filas de la milicia española en Italia se nutrieron de un porcentaje significativo de nobles e hidalgos escasos de medios económicos, además de una masa o una mayoría de plebeyos iletrados en busca de un sustento, y qué mejor que servir al rey en aquella tierra de la que se contaban maravillas en los mesones y las tascas de la vieja y polvorienta Castilla: “la belleza de la ciudad de Nápoles, las holguras de Palermo, la abundancia de Milán, los festines de Lombardía, las espléndidas comidas de las hosterías”, que escribiría un pletórico Miguel de Cervantes. Pero no todo eran placeres en el servicio; más bien abundaban las penurias en el día a día de una tropa, la española, cuyos capitanes esperaban de ella el proceder no de simples peones asalariados, sino de nobles caballeros, como expuso en cierta ocasión el marqués de Pescara a sus hombres cuando les espetó, en palabras de Giovio, que “españoles no luchas como jornaleros por dinero […], sino que están acostumbrados a luchar por la gloria, por el Imperio…” Dura era la existencia del soldado, como expone Sherer en el segundo capítulo de este libro, expuesto al hambre, a los elementos, a marchas incesantes bajo un sol abrasador o un frío lacerante, a la hostilidad de los campesinos, a la incertidumbre de la paga, a la estrechez, a los naufragios, al cautiverio, a heridas incapacitantes que los abocaban a la mendicidad. La tensión estallaba con frecuencia en motines, el tema central del tercer capítulo. Se trataba de episodios que revelan no solo la elevada capacidad organizativa de los infantes españoles al margen de la jerarquía militar, sino también su fuerte sentido de camaradería, hermandad y corporativismo profesional en momentos de penuria. Otra forma de reconducir el malestar fruto de la dureza del servicio en campaña era el saqueo. Las tensiones acumuladas durante meses de pura lucha por la supervivencia explotaban en los asaltos de plazas fuertes en verdaderas orgías de violencia descontrolada, tanto física como sexual. Diego Núñez de Alba lo reconocía al escribir en sus Diálogos de la vida del soldado (1552) que “matar, robar, renegar, jurar, violar mujeres y templos […] todo esto es propio de mi pasada profesión”; también otro veterano de Italia, el maestre de campo Francisco de Valdés, que en su Espejo y disciplina militar (1578) observó que “no parece en nuestro mal vivir sino que el día que uno toma la pica para ser soldado, ese día renuncia al ser cristiano”. El quinto y último capítulo se centra en la experiencia del combate y consiste en una aproximación a dicho fenómeno en la línea de El rostro de la batalla de Keegan. Por las páginas de este segmento, el más extenso del libro, desfilan escaramuzas, emboscadas, incursiones, brutales choques campales de millares de soldados, asedios, asaltos y combates navales en los que se pone de relieve no solo el efecto de las abundantes innovaciones militares de las Guerras de Italia, sino también que el valor individual del infante español y el sentido de hermanamiento en sus filas hacía que sus escuadrones, como reflexionaba el italiano Giovanni Botero, fuesen casi invencibles. Por si todo lo dicho no bastara, Italia mi ventura viene acompañado de un espectacular apartado gráfico en forma de imágenes e ilustraciones. El libro de Sherer merece estar presente en toda biblioteca centrada en la historia militar española.
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Autor: Idan Sherer. Título: Italia mi ventura. Traductor: Carlos Valenzuela. Editor: Desperta Ferro. Venta: Todostuslibros.
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