Ya hace tiempo que el maduro Mariano Antolín Rato le dio nuevo brío a su condición de fabulador —siempre original y siempre valioso— inventándose un doble, el escritor Rafael Lobo, al cual convierte en protagonista de algunas ficciones. Tan doble suyo que en una de sus novelas, No se hable más, le atribuye la paternidad de un libro reciente del propio Antolín Rato, Mar desterrado. Este alter ego literario, que no biográfico aunque menudeen correspondencias entre autor real y ficticio, apareció por vez primera en Fuga en el espejo, de 2002, y veinte años más tarde encuentra nueva existencia, quizás definitiva a tenor del insinuante título, en La suerte suprema. Que tanto Lobo como Antolín Rato (gijonés nacido en 1943) sean ya ancianos ofrece un nuevo paralelismo no casual. La experiencia de la literatura y la experiencia de la vida, cierto sentimiento de finitud y acabamiento, se dan la mano. Y esta concordancia apunta hacia el sentido final de la novela.
A fin de cumplir su trabajo, Lobo se retira a un lugar aislado, a un sitio imaginario de la España vaciada de nombre simbólico, Escondido. Aquí lucha con la escritura y muestra su dependencia de una influencer bellísima, Helwyn Troyano, “probable producto de un algoritmo creado a partir de unos deseos de compañía”, de la que está por completo enamorado. Esta enajenante historia de amor funciona como hilo argumental de la novela, y esta se supedita a sus angustiosas vicisitudes. Pronto este arranque realista o, al menos verosímil, de La suerte suprema, nada propio de Mariano Antolín, toma la deriva irrealista y visionaria esperable en el narrador asturiano. Se produce un gran apagón, no local, nacional o quizás planetario, que le deja en el más absoluto desvalimiento, forma suprema de la soledad natural en Lobo. Pierde el contacto con su taimada benefactora Tessa, necesita de forma imperiosa recargar el ordenador portátil que le permite el contacto con el mundo y a tal fin emprende viaje hacia la capital de la provincia, donde un conocido le facilitará el medio de volver a conectarse.
Esta parte de la trama tiene consistencia de novela de aventuras y Lobo cae en la trampa que le tienden unos estafadores. Logra escapar y su siguiente objetivo será Madrid. El mito del gran apagón, asunto literario que ya en diversas ocasiones han planteado diversos escritores, símbolo de la amenazada civilización tecnológica, adquiere en la capital de España perfiles fantasmagóricos: desastres, caos, atracos, mucha violencia y muerte. Arreglado el problema del ordenador, Lobo volará a Barcelona para cumplir el requerimiento de Tessa presentarse aquí con toda urgencia y tener una reunión definitiva con Alomar y con ella. La cita se produce de nuevo en un ambiente de suspense, amenazas y miedo. Esperamos saber qué ha ocurrido con el encargo de Alomar: cómo es el llamado estilo tardío de los escritores al final de su vida. No se nos aclara, pero la novela deja el testimonio de la soledad y desconcierto de ese Rafael Lobo abrumado por un mundo hostil, aunque también lleno de vigor, encandilado por la romántica historia de amor virtual y presto a entregarse en cuanto la ocasión se presente a la pasión erótica.
La muerte suprema tiene una estructura circular. Se abre y se cierra con una onomatopeya. La primera y la última palabra del libro es ¡ZAS! Resulta difícil y peligroso asignarle valores simbólicos concretos a una escritura desatada como la de Antolín Rato. Pero podemos arriesgarnos a ver la fábula entera, comprimida dentro del apagón, como una alegoría de la realidad en la que entran todos los componentes de la existencia. La impresión más poderosa es que el autor ha recreado una visión del mundo como un caos no genérico o abstracto sino con las trazas de una acuciante actualidad apuntadas por una geografía desértica y por los efectos del cambio climático (la terrorífica elevación constante de las temperaturas, con cincuenta grados en Escondido y setenta en el desierto americano de Sonora). Dentro de ese desorden, los destinos humanos —encarnados por el viejo y exhausto Lobo— luchan por encontrar algunas razones para sobrevivir. El sexo, declinante si bien todavía con momentos gloriosos, y la cultura serán los dos motivos principales. Por eso la novela se llena de concupiscencia y de referentes artísticos, lo mismo literarios que musicales. No se trata en estos últimos casos de culturalismo sobrevenido o exhibicionista porque se integran con naturalidad, por no decir necesidad, en la idiosincrasia del protagonista.
Esta vertiente culturalista de La suerte suprema —habitual en las obras de Antolín Rato, sobre todo en las últimas— permite inscribirla en el subgénero narrativo conocido como novela de artista. En ella las pulsiones y cavilaciones del escritor con alcance existencial —qué sentido tiene la literatura— acerca de su trabajo ocupan un lugar privilegiado y, dentro de ellas, las preocupaciones sobre el propio proceso de escritura de la novela. Antolín Rato se trae un fuerte trajín metanarrativo. No solo con elucubraciones acerca de la novela en general (y alguna vez de la castellana en particular: denuncia el “carácter provinciano de la narrativa española más reciente”) y de la novela que leemos sino también con una compleja red de nexos entre los narradores: el Lobo narrador es también protagonista.
En un sentido arranque emocional, Lobo explica, en uno de los frecuentes comentarios humorísticos que amenizan el relato, que tendrá un obituario corto y sin ringorrangos. Será “el adecuado para un novelista del que pocos se acuerdan y nunca tuvo muchos lectores ni en la época de su fugaz y relativa fama”. Y en otra ocasión hace esta modesta evaluación de su trabajo: “El empeño constante por escribir algo digno de aprecio a gran escala se quedó en un tibio succès d´estime. Escasamente satisfactorio, desde luego. Las novelas cuyo autor es Rafael Lobo —yo, evidentemente—, aunque valoradas por la crítica, nunca se venden bien”.
No hay que ser un lince para percibir un apesadumbrado balance autoconfesional. Tampoco pudo llegar nuestro autor mucho más lejos en cuanto a difusión porque desde sus mismos inicios, aquellos de hace medio siglo en que se lanzó a conquistar un realismo “siquedélico”, aquellos tiempos en que el mismísimo título de sus novelas suponía un desafío al lector corriente (recordemos: Cuando 900 mil mach aprox., De vulgari Zyklon B manifestante o Entre espacios Intermedios: WHAAM!) asentó su escritura en una estricta cualidad literaria. Por eso ocupa un lugar destacado en la aventura de la renovación de nuestra narrativa. Ahora, atemperados antiguos entusiasmos vanguardistas y experimentales, continúa, en La suerte suprema, siendo un novelista de primera categoría que cumple la misión de calar mediante una melancólica historia de amor y a través de la mente excitada de un escritor en el misterio de la vida en la vejez, en la vivencia del fracaso y en la soledad.
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Autor: Mariano Antolín Rato. Título: La suerte suprema. Editorial: Pez de Plata. Venta: Todostuslibros
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