Inicio > Actualidad > Entrevistas > Soledad Puértolas: Entre la literatura y la vida

Soledad Puértolas: Entre la literatura y la vida

Soledad Puértolas: Entre la literatura y la vida

Fue nombrada miembro de la Real Academia de la Lengua Española el 21 de noviembre de 2010 y, desde entonces, ocupa el sillón G. Es autora de más de veintidós títulos, entre los que destacan novelas como El bandido doblemente armado, que recibió el Premio Sésamo en 1979, Burdeos, Todos mienten, Si al atardecer llegara el mensajero, Cielo nocturno, Queda la noche, ganadora del Planeta en 1989, o Cuarteto, publicada el año pasado y compuesta por “cuatro novelas cortas que comparten un espíritu común”, en palabras de su autora; también ha escrito cuentos, un género que lleva muy adentro y que le ha acompañado desde que era pequeña, como Una enfermedad moral, Gente que vino a mi boda, El fin, o Chicos y chicas. Y ensayos como La vida oculta (XXI Premio Anagrama), Retratos de otra persona y Con mi madre. Así de polifacética es Soledad Puértolas. Una mujer a quien la curiosidad y el misterio que le despierta el ser humano la empujan a crear esas historias llenas de personajes complejos, pero que todos conocemos. Esos que no son blanco o negro sino, más bien, la escala de grises que todos, tarde o temprano, representamos.

***

Para quienes entrevistamos, estos momentos de tú a tú es lo que nos llevamos de por vida: el contacto, las miradas o el abrazo que tanto hemos echado en falta en los últimos años. El mismo que Soledad no duda en darme en cuanto abre la puerta de su casa para después conducirme a su biblioteca personal, el rincón desde donde trabaja, y empezar, sentadas en el sofá, un viaje en el tiempo; una conversación entre dos aguas…

—Empezando por el último proyecto que ha publicado la Academia, y de la usted es autora, Nunca lo hubiera dicho: Los secretos bien guardados (o no tanto) de la lengua española, ¿qué puede decir de él?

—Puedo decir que ha sido un proyecto muy interesante, que ha costado mucho hacerlo porque lo hemos tenido que reescribir varias veces. Aun así, me lo he pasado muy bien escribiéndolo y reescribiéndolo. El equipo que ha formado parte de él, la gente de la Academia, son estupendos. Y disfruto mucho trabajando en proyectos concretos como éste.

—¿Qué sintió cuando fue nombrada miembro de la Real Academia?

"Si hubiera ingresado siendo más joven, no hubiera sabido gestionarlo, y considero que se necesita cierta firmeza, tener las cosas claras, para formar parte"

—Para empezar, me sentí muy agradecida. Me sentí muy agradecida a quienes propusieron mi candidatura y luego, por supuesto, cuando fui elegida. Porque verás, antes de entrar no sabía muy bien cómo funcionaba, ni sabía cómo era por dentro ni conocía los entresijos. Por aquel entonces casi no se hablaba de la Academia, y si se hablaba yo no me movía en ese entorno. No era mi mundo. Ahora sin embargo creo que se habla más de ella, que tiene más visibilidad que en aquellos tiempos míos… Y una vez dentro he descubierto muchas cosas. Me ha aportado una dimensión social que previamente desconocía: las votaciones, los candidatos, toda esa parte social, verdaderamente me reporta una serie de estímulos que antes de ingresar no tenía. Creo además que entré a una edad muy buena, porque eso me permitió —me permite aún— tomarme algunas cosas con cierto distanciamiento y sobre todo con humor. Si hubiera ingresado siendo más joven, no hubiera sabido gestionarlo, y considero que se necesita cierta firmeza, tener las cosas claras, para formar parte. Uno tiene que estar hecho a sí mismo.

—De la labor que desempeña en la Academia, ¿hay algo con lo que disfrute especialmente?

—Con las discusiones sobre las palabras, con las definiciones… Eso me encanta. Es algo que me gusta mucho y me divierte. El diccionario merece la pena reeditarlo y revisarlo continuamente. De hecho, es un trabajo eterno que no me importaría hacer.

—Podría hacer entonces como Flaubert y acabar escribiendo un Diccionario de tópicos a su gusto.

—Podría, podría (risas) porque me encanta definir las palabras y todas las expresiones del lenguaje, que creo que, por lo general, interesan a los demás. Así que mira, en un momento de desesperación, si me da, me pondré a escribir un diccionario y ya entonces estaré entretenida de por vida (risas).

—El pasado mes de febrero presentó en el Instituto Cervantes Cuarteto, su última novela. ¿Qué diferencias encuentra entre el género del ensayo y la novela?

—Por ejemplo, una clara: en cuanto a meteduras de pata, en literatura no suele pasar y además tienes mucha más libertad a la hora de inventar y de crear. En cambio, en los ensayos hay que tener mucho cuidado. Más aún cuando estás trabajando con datos muy específicos, con citas…

—Cuando empieza a escribir una novela, ¿sabe cómo la va a terminar y, lo más importante, lo que quiere contar con ella?

"Ése es el reto: transportar todos los sentimientos que tienes sobre el tema que has elegido, pero de una manera novedosa"

—Nunca sé cómo va a terminar, porque normalmente me dejo llevar. Sé lo que quiero transmitir porque es lo que siento. Para mí es fundamental tener una historia, tener algo en lo que apoyarte, porque es donde la imaginación vuela. Tienes que encontrar esa situación, ese personaje que te hace arrancar, porque si no tienes eso te quedas en una especie de ensimismamiento que resulta estéril. Y para empezar, para trasladar un tema al mundo de la literatura, que es el de la imaginación y la fantasía, tiene que haber invención a la fuerza, pero una invención que se sostenga en sí misma. Ése es el reto: transportar todos los sentimientos que tienes sobre el tema que has elegido, pero de una manera novedosa. De una manera que nunca se haya dicho igual en tu propia historia. Y éste también es el reto: descubrir tu propia historia.

—Ha dicho que le ha costado mucho hacer el ensayo, pero ¿qué me dice de Cuarteto? ¿Cuándo empezó a gestarla, cuándo la descubrió?

—Hace mucho. Hace muchísimo, sí, porque fíjate, Horror vacui, que es el primer relato, se publicó —un poquito de él— en la revista Turia hace muchos años. No era tal y como está ahora, pero sí tenía pinceladas de lo que ha terminado resultando. Y creo que en cuanto publiqué mi última serie de relatos, que fue Chicos y chicas, Horror vacui ya estaba prácticamente escrito, y entonces me apetecía escribir algo en ese tono de leyenda, algo legendario. Y a medida que me fui sumergiendo, se fue gestando, pero muy lentamente, muy despacio. De manera muy acompasada. De hecho, en cuanto terminaba un relato veía que tenía que seguir. Tenía que seguir con ese tono y con la sensación de ir avanzando en el tiempo, por así decirlo, y aunque el tiempo es un elemento que no está muy determinado en los relatos sentía que tenía que haber una continuidad. Que no se iba a quedar en Horror vacui y, dado que había empezado con el latín, comprendí que era un libro de máximas (risas). Un libro de búsqueda de la vida y del sentido de la misma.

—¿Le influyó de algún modo la pandemia o el confinamiento, precisamente para darle más forma al libro, más sentido?

"Se rompió completamente la sensación del paso del tiempo y fue como si hubiésemos entrado en otra dimensión. Y eso fue también lo raro, que a todos nos pasó lo mismo"

—Pues al final sí. Al final sí influyó. Porque efectivamente la última revisión fue durante el confinamiento. De hecho, releyendo Horror vacui, cuando aparecen las pestes, comprendí que estaba muy ligado a lo que estaba viviendo, y en esa revisión añadí algo que antes había pasado por alto, pero claro, porque en ese momento ya estaba muy concienciada de lo que estaba pasando, ¿y cómo no? ¡Si estábamos todos confinados y metidos en casa!

—¿Cómo lo vivió?

—Lo viví mal. Mal por no poder ver a mis seres queridos y no poder salir. Sin embargo, pasa una cosa: que los escritores estamos muy acostumbrados a estar confinados. Yo misma puedo pasar muchas horas en casa, pero es voluntario; no puede compararse a lo que pasó. ¿Y lo peor sabes qué era? El ambiente que se creó. La desconfianza, el miedo… Todo eso creo que la población lo vivió con un extrañamiento total. Fue una época difícil de sobrellevar. Ahora con la invasión a Ucrania parece que se nos ha olvidado, y no debería ser así.

—Usted, que siempre ha escrito sobre el paso del tiempo en sus novelas, ¿no tuvo la sensación —durante los meses de confinamiento— de que el tiempo se había parado?

"Verás, nunca me he considerado una escritora costumbrista. En absoluto. Mi escritura se acerca más a un realismo un poco extraño e inquietante"

—Se rompió completamente la sensación del paso del tiempo y fue como si hubiésemos entrado en otra dimensión. Y eso fue también lo raro, que a todos nos pasó lo mismo. Todos tuvimos la misma sensación. Esa simultaneidad que no podíamos visualizar aun sabiendo que los demás estaban pasando por lo mismo que nosotros… eso impresionaba. Y otra cosa que tampoco deja de sorprenderme son las medidas y decisiones que se tomaron, algo sobre lo que todavía no tenemos una explicación clara. A mí que me lo expliquen. Porque con todo lo que nos han contado ya, no acaba de entenderse, y nuestra razón no acaba de comprenderlo…

—Sin duda. Quizá por eso fuera acierto que escribiera Cuarteto con ese tono de fantasía, como ha dicho antes, dejando a un lado la realidad y retomando “lo legendario” que había tratado en otros relatos, como en La orilla del Danubio

"Lo importante está en tener curiosidad. En el momento que no tengamos curiosidad en nuestra vida, estamos perdidos. Se acabó"

—Y como en Rosa de plata, que fue una leyenda del ciclo artúrico. Pero tienes razón, retomo eso, desde luego. Verás, nunca me he considerado una escritora costumbrista. En absoluto. Mi escritura se acerca más a un realismo un poco extraño e inquietante. En cierto modo, a un realismo que no te acabas de creer, que te invita a preguntarte: «¿Está pasando o no está pasando?». En este sentido, el último relato, Noli me tangere, es el menos legendario. No hay leyenda, es sólo presente. Se pierde el tono legendario porque el presente es presente, y en el presente no hay leyenda. Me divertí mucho escribiéndolos todos, me lo pasé muy bien, sobre todo con el primero, que es leyenda pura, y el elemento irreal, la fantasía, es lo que me fascina y me motiva. En cambio, la realidad pura no, porque ya la vivo. De todas formas es curioso porque, cuando empiezas a leer el libro, partes de esa fantasía, pero a medida que vas avanzando y adentrándote en los otros relatos, paradójicamente, te vas acercando más a la realidad. Personalmente, cuando me pongo a escribir sólo quiero entrar en ese otro mundo, en el fantástico. Y me costó mucho comprender cuál era el tono del último relato, muchísimo, hasta que entendí que Fredi, el personaje principal, era una persona que se dejaba llevar… Y eso es lo que tenía que hacer: dejarme llevar.

—Y al final lo mejor es eso, dejarse llevar; prestarse a la vida como hace él.

—Sí. Aunque hay que reconocer que a veces nos resulta difícil adoptar esa actitud. Lo importante está en tener curiosidad. En el momento que no tengamos curiosidad en nuestra vida, estamos perdidos. Se acabó. Esas preguntas que nos hacemos, esa curiosidad que nos empuja… La pena es que en este presente está todo muy marcado. Vivimos un presente muy controlado. Entre la informática, las noticias que nos abruman… En nuestro presente, todo lo exterior se ha vuelto muy invasivo. Antes uno —por ejemplo Montaigne— podía irse a su castillo y no se enteraba de nada. Y además, siempre dejaba la puerta abierta y nunca la cerraba (eso me encantaba). O eso decía él, que la dejaba abierta, aun a riesgo de que vinieran los bandidos que asolaban por ahí. Eso hoy no podemos hacerlo. Es imposible.

—¿Y usted se atrevería a eso, a dejar la puerta abierta o a retirarse a un castillo (si pudiera)?

—Ah, no, yo no. La puerta abierta no. El retirarme a un castillo sí (risas). Montaigne lo hacía porque era muy temerario, lo que no deja de ser una actitud sabia, pero es cierto que él vivía muy cómodamente. De todos modos, y tratándose de él, me creo que dejara la puerta abierta, pero también estoy convencida de que, además, tomaba sus precauciones para hacerlo.

—Echando la vista atrás, ¿considera que en algún momento ha vivido, o tenido, una época dorada de eclosión o éxito —literariamente hablando—?

"Soy muy consciente de que la mía es una literatura, en cierto modo, difícil, aunque de estilo sea sencilla, porque no pido mucho la colaboración del lector"

—No, en absoluto. Mi vida literaria ha sido bastante dificultosa, pero en relación a la recepción. Es verdad que he recibido premios, pero tampoco he sido, por lo general, una de las escritoras mimadas por la crítica. Muchas veces, y esto me lo han llegado a reconocer, muchos no me han leído por ser mujer. “A mí la literatura escrita por mujeres no me interesa”, han reconocido. E incluso me han comparado sólo con otras mujeres escritoras, no con otros hombres escritores. Y ese baldón todavía se tiene, el de “las escritoras”…

—¿Y cree que eso ha sido una lucha constante en su vida?

—Más que una lucha, ha sido un baldón, como digo. Un baldón constante, porque yo no tenía que luchar, yo tenía que escribir. Soy muy consciente de que la mía es una literatura, en cierto modo, difícil, aunque de estilo sea sencilla, porque no pido mucho la colaboración del lector. Al lector no se lo doy todo, y esto no siempre gusta. Por eso digo que no me ha parecido que haya tenido una carrera, por llamarla “carrera” aunque no me guste nada…

—Llamémosla «andadura».

—Sí, «andadura» mejor, es más bonito. Pues creo que he tenido una andadura dificultosa. No considero que haya tenido una época resplandeciente.

—¿Ni siquiera cuando ganó el Planeta por Queda la noche?

"El ego es perturbador. Hay que acabar con él. El ego no nos interesa. Lo que sí que hay que tener es orgullo. Cierto orgullo personal. Firmeza. Amor propio. Pero ego no"

—Ni siquiera entonces. Fui muy consciente, cuando el Planeta, de que era el momento, pero también de que era una cosa puntual. Raro era que eso se mantuviera. Más que nada porque yo iba a seguir escribiendo igual, y aun así ya veía que, por alguna razón, mi literatura no era la que más gustaba. Gustaba lo que se suponía que era más sesudo, más de acción o más de misterio, y mi literatura rompe un poco con eso. No encaja bien en ninguna de esas tendencias. Nunca he pertenecido a ningún un grupo. Al contrario. He ido muy por libre, que al final es lo único que me ha interesado y es lo único que quiero hacer. Quiero escribir así. Y tampoco es que lo quiera, es que es como escribo. De todas formas intento no machacarme porque, de hecho, sigo escribiendo y estoy muy contenta. Contenta con mi vida y con mi literatura.

—¿Cómo definiría usted el ego y la humildad, en la literatura y en la vida? Porque la lucha entre ambos es una lucha que acaban soportando y padeciendo todos los escritores. Ser reconocidos pero, a su vez, sin serlo en exceso, porque consideran que no lo merecen. Y en este sentido, Danilo Kiš, respecto a la humildad, dijo precisamente que el escritor debía “mantener una sabia duda sobre uno mismo, vivir, o escribir, a cierta distancia del presente y con una buena dosis de humildad (…)”.

"He tenido mucha vida. Muchas aficiones, muchas amistades, pero amistades de verdad. Me lo he pasado muy bien"

—Exacto, la buena dosis de humildad siempre hay que tenerla. Pero mira, el ego es perturbador. Hay que acabar con él. El ego no nos interesa. Lo que sí que hay que tener es orgullo. Cierto orgullo personal. Firmeza. Amor propio. Pero ego no. El ego es despiste, es la vanidad… Es como un espejo. El orgullo es mucho más íntimo, es la fe íntima, y ésta es fundamental tenerla, porque tiene que ver con la dignidad y con cierta integridad. Es muy difícil de definir, pero al final se sabe lo que es porque consiste en no renunciar a lo que uno es, ni a los valores en los que uno cree. Y eso lo sientes cuando estás contento con tu papel. Es decir, cuando sientes esa felicidad orgullosa, pero que no es ego. El ego está en mirarte en los espejos. En los espejos de los otros, porque nos miramos en los demás y porque, en definitiva, no hay otros. De lo contrario, ¿cómo vamos a reconocernos? Y en el confinamiento pasó un poco esto: al no tener espejo, nos volvimos todos un poco locos. De todas formas, si pudiera especificarlo más, te lo diría, pero tengo la intuición de que el ego es mejor dejarlo fuera aunque sea inevitable tenerlo, por ejemplo, a la hora del reconocimiento que mencionas, porque el ego va incluido en él, pero al final te das cuenta de que no vale nada. Personalmente, ni siquiera he querido darle importancia y, por fortuna, he tenido otras muchas cosas que hacer.

—Ha tenido vida.

—He tenido vida, sí. He tenido mucha vida. Muchas aficiones, muchas amistades, pero amistades de verdad. Me lo he pasado muy bien. Por supuesto, he sufrido, he tenido momentos muy malos también pero, básicamente, ha estado muy bien. Y oye, ¡aquí sigo!

—Ahí está el amor propio (risas). En ese “aquí estoy yo”.

—Eso es. ¡Aquí estoy, y aún tengo muchas cosas que decir! (risas)

—¿Por ejemplo…? ¿Qué le gustaría decir o transmitir (si me permite la pregunta)?

"¿Cuál es mi voz ahora? Porque la única forma de escucharla es aislándote. Con mucho ruido alrededor es imposible oírla"

—Pues mira, transmitir la sensación que tengo ahora de estar un poco fuera de la vida, sobre todo cuando se llega a cierta edad, porque ya no te interesan las mismas cosas, porque te preocupan otras cosas… Y sin embargo te preguntas ¿dónde estoy yo? Me gustaría responder a eso, sobre todo para mí misma, aunque también pueda servir o ayudar a otros. Responder al ¿dónde se está, o dónde está uno, en este momento? ¿Dónde estoy yo en esta época tan difícil en la que estamos obligados a tomar posición ante tantas cosas que suceden a nuestro alrededor? Y aunque no tenga la solución, intentar responder a otra cuestión, que es ¿cuál es mi voz? ¿Cuál es mi voz ahora? Porque la única forma de escucharla es aislándote. Con mucho ruido alrededor es imposible oírla.

—Algo parecido dijo Dostoievski cuando recordaba los años que estuvo en Siberia, encerrado, cautivo en un presidio. Lo que más lamentó fue el no haber podido tener un momento, ni siquiera un minuto, de soledad. Nada de aislamiento, nada de privacidad. Siempre estaba rodeado de gente, siempre siendo observado. Y de haber pasado más tiempo en esa situación, habría sucumbido a la locura…

—Lo entiendo perfectamente, porque tu voz sólo te la da el aislamiento.

—¿Y qué le da el paso del tiempo?

—Teniendo en cuenta que el tiempo como tal es un concepto difícil de definir, ahora por ejemplo me podría acercar de nuevo, y quizá con menos miedo, a historias que tengo guardadas en el cajón y que escribí hace años. Porque la experiencia, la edad, la sabiduría que te da la vida, también te reporta tranquilidad. Te haces —o te hace— más amplio y enriquece lo que tenías entre manos. 

* Su próximo libro saldrá en septiembre, y se trata de un proyecto personal y muy subjetivo.

4.4/5 (12 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

3 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

«Por aquel entonces, casi no se hablaba de la Academia, y si se hablaba, yo no me movía en ese entorno. No era mi mundo. Ahora creo que se habla más de ella, que tiene más visibilidad». Propuesta de interpretación: Antes de la llegada de esta señora, la Academia estaba oprimida por unos hombres grises que la mantenían encerrada en casa. Sin embargo, esos hombres jamás hubieran / hubiesen dicho «la invasión a Ucrania». Francamente (con perdón), yo prefiero que la Academia sea ‘invisible’ y que los académicos sepan usar las preposiciones.

Anónimo
Anónimo
2 años hace
Responder a  Pepehillo

Gracias por la observación, pero el error de la preposición no es de la académica sino de la entrevistadora.

Pepehillo
Pepehillo
2 años hace
Responder a  Anónimo

Usted perdonará el pataleo.