Roberto Corral se alzó recientemente con el Premio Edhasa de Narrativas Históricas con una novela en la que vindica a una de las mujeres más poderosas del Imperio Romano: Gala Placidia, que fue reina de godos, emperatriz de Roma y madre de emperadores, entre muchas cosas más.
En este making of, Roberto Corral explica el origen de su interés por Gala de Hispania (Edhasa).
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Piensan los hombres que son dueños de sus vidas. Qué necios resultan, pues desconocen que todo lo que alcanza la vista está en manos del destino.
Bien, pensé. Ya tengo el inicio de mi próxima novela. Cualquier historia debe empezar con un buen párrafo y terminar con otro que emocione. Automáticamente, claro, me viene a la cabeza Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; no uno, no, los cien: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Eso sí que es un buen inicio.
Pero así empecé Gala de Hispania, con un sencillo párrafo en el que se esconde el motor que rige la novela: el destino. Y también tenía el personaje principal: Gala Placidia. Me sumergí en un contexto histórico trepidante, una de las etapas cruciales para el Imperio Romano (y tuvo muchas), una que marcaría el fin de ese mismo Imperio y el comienzo de otro, allá en Oriente, con decenas de tribus bárbaras deambulando por ese espacio que más tarde llamaremos Europa y en un momento en que hasta la firme Iglesia no parece tan firme y está a punto de perecer a manos de diversas sectas. Y es que, además, Elia Gala Placidia fue nieta, hija, hermanastra, esposa y madre de emperadores, y el cúmulo de vicisitudes que le tocó vivir son interminables: el saqueo de Roma, raptada por los bárbaros, enamorada de uno de ellos, reina de los visigodos, prisionera, violada por un malvado enano con halitosis y moneda de cambio por trigo. Como un pequeño corcho en el océano, mil veces se hunde y otras mil emerge de entre las olas. Y, aun así, no hay demasiada documentación sobre ella. No olvidemos que es “sólo” una mujer en un imperio gobernado por hombres.
Empiezo en primera persona. Con mi estilo. Ya se sabe: “Cada maestrillo…”. Gala Placidia, enferma, en su lecho de muerte, se sincera con el mundo. Pasan los días y las páginas.
Tengo a Gala repartida en mil trozos de papel y fotocopias por la mesa del comedor. No queda un hueco libre. También tengo a Roma a mis pies, literalmente: en el suelo, pues ya no queda sitio en la mesa. Escribo y releo. Releo y escribo. Las páginas crecen, pero siento que falta algo. Claro, falta ficción y realismo crudo, el de la calle. Me falta Helpidia, la esclava que al final será el hilo conductor de la historia. Así nació mi querida Helpidia, esa liberta socarrona, llena de vida y fuerza. Gala emocionará, y la anciana esclava hará que el lector desee pasar las páginas para conocer el desenlace. Si Gala se nos antojaba magnífica, ambas, juntas, suponen una oda al género femenino.
Helpidia me obliga a volver a la primera página. Me olvido de la primera persona y paso a la tercera. Escribo y releo. Releo y escribo. ¿Por qué siento que sigue faltando algo?, me pregunto mientras reviso las montañas de papeles y documentación. Y al fin caigo: Helpidia es demasiado mayor para cuidar de Gala y, a la vez, escribir sus memorias; y, además, como se mueve entre la realidad y la ficción (realmente existió) ha cobrado tal importancia que ya la trama me exige que hable de ella. Necesito otro personaje más… ¡Maia! Ella, joven y paciente, será quien escriba y las recuerde.
Por fin tengo a las tres mujeres juntas, tres vidas tan diferentes y, al mismo tiempo, tan iguales en sentimientos, necesidades y anhelos. Ahora sí está todo, me digo. Ya sólo tengo que escribir cuatrocientas páginas más.
A partir de ese momento, queda compaginar la vida con la escritura: el trabajo en la escuela, las clases, los nietos… No dispongo de dos horas libres, pero sí de unos minutos mientras espero a la siguiente clase; o de media hora mientras como, y Cristina, la camarera, que ya me conoce, me da otro mantel blanco para que escriba en el reverso. Hay que aprovechar esos momentos que nos regala el día. Y luego, en el coche, ni radio ni música; allí pienso, imagino y escribo multitud de frases que después se convierten en páginas enteras. Cuando me preguntan si creo en las musas, siempre digo que viajan conmigo de copiloto. No debo olvidar tampoco el cuaderno negro que me regaló mi amiga Yolanda, donde, en mitad de la noche, a veces a oscuras, me levanto, inspirado, y tomo notas. Mientras todos duermen, Rex, mi perro, y yo, solos y en el silencio del salón, tratamos de poner orden al aparente caos de Roma.
Han pasado varios meses; más de un año, de hecho. Toca releer. Mi amigo y escritor Jorge Benavides me dijo en una ocasión que los libros no se escriben, sino que se corrigen. Cuánta razón tiene. Toca ponerse el mono de trabajo. Es una labor ardua y agotadora, pero fundamental.
Y llega el día en que, sí, al fin, creo que he terminado la novela. Y entonces, dudo: ¿lo habré logrado? Se la doy a leer a mi mujer. Al rato, la veo llorar. Qué maravilla, me dijo. Y yo no puedo dejar de sonreír.
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Autor: Roberto Corral. Título: Gala de Hispania. Reina y esclava. Editorial: Edhasa. Venta: Todos tus libros.
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