Dos días después de la ocupación del Congreso USA por el lumpenproletariat, Twitter enmudeció a Donald Trump. Quitar la palabra al Presidente de los Estados Unidos no es baladí ni sencillo. Ni posible… al menos hasta hace unas semanas. De hecho, que haya sucedido pone en evidencia que vivimos una “nueva realidad” (nada que ver con la pandemia).
Internet, que hace treinta años no existía, está cambiando la Historia. El 8 de enero, al menos, cambió el curso de los acontecimientos. Bien puede asegurarse que las “redes sociales” constituyen ya un Quinto Poder: al fin y al cabo, el Donald Trump tuitero, sin ir más lejos, tiene más seguidores que audiencia muchos medios de comunicación. Y que habitantes España o el Reino Unido: más de ochenta millones de seguidores adjudicaba a Trump (como Trump, no como Presidente de los Estados Unidos) la publicación francesa Le Point. Internet, las redes sociales y Twitter, en concreto, han dinamitado los cauces que hasta hace nada formateaban en exclusiva LA visión del mundo, eso que ahora llaman “relato”. Eran cinco o diez cauces, nada más, que partían de la familia, la escuela, los medios, la religión y también las peñas futboleras para desembocar en las personas. En cada persona. Su poder, que era de verdad extraordinario, se encuentra en este momento muy diluido gracias a Twitter, Google, YouTube y compañía: cualquiera puede disponer de él. Trump lo usó para alcanzar la presidencia y después ha pretendido perpetuarse sin pensar que Facebook, Amazon, Microsoft, WhatsApp, Instagram, Apple y demás faramalla nos espían mientras nos sirven. Ni que a estas alturas saben más de cada uno de nosotros, incluido él, que la CIA, el KGB, la Interpol y el mismísimo departamento de mercadotecnia de El Corte Inglés.
Sólo unos días antes del asalto al Capitolio, Fernández Úbeda conversaba aquí, en Zenda, con Irene Lozano, autora del libro Son molinos, no gigantes «que aborda cómo las redes sociales y la desinformación amenazan nuestra democracia». Y el año pasado, la periodista Marta Peirano sacaba El enemigo conoce el sistema; mientras la entrevistaba, también aquí, el mismo Jesús Fernández Úbeda le confesaba que, después de leer su libro, “la cosa que más miedo me da (…) son los algoritmos”. Los mismos que a mí me han permitido localizar ambas referencias. Sin salir de casa y en menos de cinco minutos, cosa —recolectar o recuperar información— que hace veinte años me hubiera llevado días, en el mejor de los casos, por no hablar del dinero y las molestias. Es la otra cara de Internet, que tiene dos, como Jano y como todas las innovaciones que han cambiado el mundo. Como el fuego hace miles de siglos y como la agricultura hace sólo cien o doscientos. Y como la metalurgia ayer y, aún más recientemente, el invento de Gutenberg, sin el que resultan inconcebibles sucesos que pusieron la Historia patas arriba para traernos hasta aquí. A costa de innumerables tragedias, conviene no olvidarlo, como conviene no olvidar que la Segunda Guerra Mundial fue una guerra del XIX librada con tecnología del XX. Ni que Internet, una innovación del XXI, está también a disposición de mentalidades del XIX, capaces de defender aún “ideas” como “raza”, “nación” o “identidad”. Y de otorgar a la Biblia carácter de verdad histórica y al Corán de legislación vigente.
Conviene no olvidar que Orwell vive y que su ficción ha dejado de ser ficción. Big Brother te mira. ¡Sonríe!
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