El nigeriano Wole Soyinka, que en 1986 se convirtió en el primer escritor africano en conseguir el Premio Nobel de Literatura, cree que la combinación de religión y ambición extrema del poder están arruinando el mundo y hubiera preferido no tener que combinar literatura y política, una mezcla «inevitable».
Akinwande Oluwole Soyinka (1934), conocido como Wole Soyinka, es escritor y profesor; forma parte desde hace casi cuatro décadas del selecto club de galardonados con un Nobel de Literatura y ha participado activamente en la vida política nigeriana, una causa que le costó dos años de reclusión y una condena a muerte.
Con formación africana y europea y más de medio centenar de publicaciones, Soyinka protagonizó el estreno de la XX edición del Festival Internacional de Poesía de Granada (FIP), una ciudad a la que vino por primera vez hace tanto tiempo que ni lo recuerda y en la que capta la energía cultural y literaria.
En una entrevista con EFE, Soyinka apunta que habría preferido no tener que combinar su trayectoria política con la literaria y reconoce cierto resentimiento por tener que mezclarlas, porque una siempre ha afectado a la otra.
«La cuestión no es tanto lo que me ha costado, sino lo inevitable de que los dos aspectos estén entremezclados, que uno esté siempre en conflicto con otro», explica el premio nobel.
El nigeriano defiende que esa combinación de dimensiones está marcada por dónde, cuándo y en qué circunstancias nació, por la educación que ha recibido y por su forma de afrontar problemas concretos de la historia, y se pregunta por qué no eligió ser músico, también comprometidos pero más salvaguardados que un escritor.
Arquitecto frustrado pese a que construyó su propia casa, Soyinka asegura que decidió que no le afecte haber sido el primer africano que gana el Nobel de Literatura pese a que es un reconocimiento que «me pesa».
«Soy consciente de que soy más requerido por el público, lo que se traduce en tener menos tiempo, pero he ampliado mi radio de influencia», añade el autor de El león y la joya, que sabe que otros premiados han vuelto a «vivir sus vidas».
A Gabriel García Márquez, que recibió el Nobel cuatro años antes, le reconoció al recoger el galardón que el reconocimiento era una «molestia» que pasaría con el premiado del siguiente año, pero el autor de ‘Cien años de Soledad’ ya le anticipó entonces que «esto nunca se acaba. Objetivamente, ahora sé que es así».
Soyinka, que por temporadas da clases en la Universidad Internacional de Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos), participa de un programa que fomenta la tolerancia de todos los orígenes religiosos y políticos aunque mantiene el credo islámico.
«Para mí, el hecho de que este experimento se lleve a cabo demuestra que en este mundo hay gente que piensa que la religión se interpone como conflicto, demuestra que hay sociedades que piensan que la religión no debe ser un factor que divida«, añade.
«La combinación de la religión con la ambición extrema del poder, esas dos cosas unidas, es lo que realmente está arruinando el mundo. Ambas por separado son suficientemente negativas, pero juntas son un cóctel explosivo», reflexiona tras un convulso fin de semana en Oriente.
El nobel no cree que exista literatura para blancos o negros aunque sí defiende que todas las formas de expresión artística tienen sus raíces en el contexto en el que uno nace, en las «circunstancias aleatorias» en las que te toca vivir.
«Lo que marca la diferencia es cuando uno empieza a ser consciente de todo eso, de las raíces», añade el escritor, que cree que uno puede escribir consciente de sus orígenes, adaptado a la cultura en la que vive, o consciente y a la vez crítico con el contexto.
Defiende el poso que la cultura africana ha dejado en países europeos como España y Portugal y en muchos latinoamericanos como Brasil, y aplaude el «sincretismo» de las culturas y la búsqueda del origen en África.
«Incluso algunos blancos llegan a mirar a África cuando buscan sus orígenes porque, en algunos casos, son más afines a esta cultura que a la suya», explica.
Aunque con nuevos intereses que le acercan a la agricultura y la naturaleza y una última novela publicada en 2021, el nobel continúa escribiendo: «Lamentablemente, uno no puede parar de escribir, sigue siendo una adicción».
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