Spider-Man: Cruzando el Multiverso es una de esas películas que desarman a los críticos. En tiempos de saturación superheroica, la película no solo refresca la percepción del espectador del género al hallarnos ante una obra de animación, sino que se sirve de ese mismo medio para, en primer lugar, aprovechar con facilidad y naturalidad pasmosa todas y cada una de las posibilidades narrativas que este recurso ofrece y, en particular, destinarla a articular visual y conceptualmente esa idea del “multiverso”, que otras obras en imagen real se las ven y se las desean para trasladar a la pantalla si no es recurriendo a la nostalgia por antiguos actores y escenarios.
Habrá un sector del público, e incluso del infantil, que se vea ciertamente saturado por la narrativa histérica de la película escrita y producida por el tándem Chris Miller y Phil Lord, responsables en el campo de la animación de La Legopelícula y Lluvia de albóndigas. Pero resulta, en todo caso, imposible abstraerse del visionario y atrevido aspecto visual de la obra, en la que la pincelada de los escenarios se disuelve hasta casi resultar abstracta, o en todo caso una representación de la psique de los personajes. Es el cell shading llevado a un tratamiento visual extremo —gracias a los directores Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin Thompson— en un filme de ambiciones altamente comerciales reforzado, por cierto, por otra grandísima partitura de Daniel Pemberton.
La película es una máquina de generar conflictos nuevos, de recorrer lugares comunes y a la vez reflexionar sobre la necesidad de escribir una nueva historia. Viene, eso sí, con la virtud o el inconveniente de acabar en un gigantesco cliffhanger: estamos ante la primera mitad de una obra más larga y compleja que finalizará en Beyond the Multiverse, lo que también altera hasta cierto punto la estructura de un guion que tarda en entrar en harina pero por el camino proporciona momentos que enganchan y compensan.
Porque cuando lo hace, el resultado es fenomenal. Una reflexión de pura autoconsciencia por parte de personajes de ficción atrapados en el propio libro de estilo de la Marvel, en el que es imposible evitar los eventos que marcarán su biografía a costa de convertirse en otra cosa. La película apuesta por luchar, precisamente, por “esa otra cosa”, y lo hace en términos asumibles por el propio marketing que dirige la franquicia. Miles Morales lucha por armar su propia historia y la película ni siquiera necesita romper la cuarta pared para que su dilema resulte relevante para el espectador. ¿Obra maestra? Ni lo sé ni la película lo necesita.
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