Al comienzo de Spider-Man: Un nuevo universo, al clásico y célebre logo de la Columbia, con esa mujer icónica y americana alzando una antorcha, se sobrepone un sonido zumbón, una carga sometida a una presión “turbo” que no hace sino aumentar hasta invadir la sala de cine, esperemos que llena hasta la bandera de críos y mayores. Es una imagen perfecta de lo que va a venir después, una viva refracción de esta particular Edad de Bronce de las adaptaciones al cine de historietas de superhéroes. Nueva energía, nuevos aires, nuevas puertas que abrir. Spider-Man: Un nuevo universo podría calificarse como el ¡cuarto! reseteo de las aventuras de Peter Parker desde que Sam Raimi presentó su primer Spider-Man, en el cada vez más peligrosamente lejano 2001. También es el segundo estrenado bajo la fusión empresarial de Sony (propietaria de los derechos cinematográficos del personaje de la editorial) tras Homecoming y la primera concebida como una aventura enteramente animada, al menos para la pantalla grande. ¿Un lío? No tanto, si te gusta el material.
Lo que hace la película amparada bajo el sello juvenil de Phil Lord y Chris Miller (Lluvia de albóndigas, La Legopelícula) no debería extrañar particularmente a los aficionados. Puede que el joven Miles Morales, de origen mixto y doblemente minoritario, afroamericano y latino, sea un relativo recién llegado desde que el guionista estrella Brian Michael Bendis (evidentemente animado por la llegada de un presidente negro, Barack Obama) lo incorporase en 2011, pero es ya una figura si no sobresaliente, sí sobradamente conocida en el Universo Marvel. El repunte del asunto racial generado a raíz de la llegada de Trump, con el país polarizado en una línea divisoria (y no nos referimos al famoso muro) que a los españoles nos resulta extrañamente familiar, no hace sino vindicar la importancia de este Spiderman negro, que al igual que el Peter Parker original, al fin y al cabo es un desheredado del sistema que hereda el papel por una cabriola del destino (en este caso, una que implica la propia muerte de Parker).
En realidad, y más allá de los evidentes guiños sociales, la película da vida al concepto largamente desarrollado en la página impresa, por legítimas ambiciones monetarias o artísticas, que acaban cristalizando en precisamente aquello que Joseph Campbell catalogó como monomito: Spider-Man, como todo cuento heroico, comienza y recomienza y luego vuelve a empezar cada cierto tiempo, sometido a experimentos y variantes puntuales, nuevas interpretaciones y necesidades perentorias del mainstream. Cada vez, pese al peligro del cansancio del lector/espectador, el mito renace más fuerte, o al menos debería, porque es un relato que se transmite de generación en generación basado en profundas y universales verdades humanas. ¿Qué mejor forma que visualizarlo con una confluencia de Hombres Araña, cuando la mitología ya ha conformado un universo tan extenso? Eso es precisamente lo que cuenta la película, después de que el gigantesco villano Kingpin (con un diseño heredado del dibujo de Bill Sienkiewicz para otro luchador neoyorquino de la Marvel, Daredevil) haga de las suyas con una sofisticada máquina que abre un portal dimensional.
Tampoco necesitamos justificar mucho más un producto como Spider-Man: Un nuevo universo. Entre otras cosas, porque el filme resulta brillante, vivo, autoconsciente y trepidante. Elaborado con una técnica que parece mezclar rotoscopia con ordenador, pero conservando cierta estética “retro” previa a la llegada de la infografía a la página impresa, la película es pura esquizofrenia e histeria narrativa, con una estética heredada directamente del papel. Lord y Miller demuestran, en calidad de guionistas y productores (la labor de dirección ha recaído en Bob Persichetti y Peter Ramsey), que saben agradar a los fans del cómic, mayoritariamente contentos con esta nueva iteración, al tiempo que capturar ese flow urbano, juvenil, rabiosamente presente, que pide un personaje adolescente como Miles, llamando a las salas a esa masa juvenil esperando bienes e ideas de consumo. La película, en este sentido, se fundamenta en una premisa que agradaría al líder de Podemos: ahora todo el mundo puede ser Spider-Man, pero esa pelea no ha de entenderse como una lucha de clases, sino de expectativas ante la vida, en el seno de un mundo cada vez más complejo, exigente… Un mundo que ni siquiera ya es uno solo, sino que es una confluencia de varios distintos, como puntos de vista tiene un problema.
El conocimiento de la mitología del personaje es enciclopédico, pero aún más la audacia cinematográfica del dúo Lord/Miller. El contraste del protagonista con el segundo y veterano Peter Parker, ese treintañero con barriga y en prematura decadencia, otorga a la película un juego impagable, un aire a “película de colegas” que se mantiene en paralelo a la llegada de cada uno de los posteriores Spider-Man, concebidos la mayoría como secundarios hilarantes atados a un subgénero popular. De ahí surge la relación discípulo-maestro, el relato de maduración que sostiene la historia, diseñada como una metralleta de gags con algún momento de crueldad inusitada (marca de fábrica de la franquicia) que no revelaremos. Maduración para el joven Miles, pero también para el veterano Peter, en otro destello de verdadero genio del filme: ¿cuántos fanáticos del cómic adultos atraviesan ahora ese mismo momento bisagra, o han decidido retrasar su ingreso en la vida adulta y la toma de decisiones, y juegan a refugiarse en esas viñetas que claman frases como “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”?
Bajo la colorista imagen de Spiderman: Un nuevo universo subyace una duda colosal, una eterna pero más en boga que nunca: la de estar aquí de paso, elegir ser mero espectador o actante, y si es esto segundo, la de simplemente no valer para esto. En un momento dado, antes del clímax épico, sorprendentemente emotivo, todos los Spider-Man reclaman a Miles que mejor se quede en su casa. Por supuesto no lo hará, pero se trata de un minuto desolador antes de la resolución épica preparada por Lord y Miller. Los dos artistas vuelven a demostrar que lo de sus anteriores filmes animados no fue casualidad, que su noción de parodia habla a las nuevas generaciones con inteligencia y pasión. También lo que podría haber sido Han Solo, la película de Star Wars que les encargaron hacer, si finalmente no hubieran sido despedidos en pleno rodaje. Su película de Spider-Man es todo fantasía, respeto al concepto original de Stan Lee y sobre todo, amor (y dominio) de su medio expresivo.
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