A las buenas, querido criminal.
Hacía mucho que no me dedicaba en cuerpo y alma a mi gran familia zendiana, y déjame decirte que tenía muchísimas ganas de ello. Los motivos han sido varios, pero el más importante (y mejor para mí, claro está) es que mi última novela ha funcionado incluso mejor de lo que yo esperaba, y esto ha traído muchas cosas buenas. Y aunque la actividad no ha cesado, sentía esta enorme necesidad de volver contigo a esta web, con un nuevo blog, como te prometí.
Lo primero que puede que te haya llamado la atención es su nombre. No me extraña. Tampoco es que esconda demasiados secretos tras él, ya que te voy a contar exactamente lo que te anuncio. Y es que últimamente mi curiosidad me ha llevado a conocer varios casos que me han resultado apasionantes y que, por desgracia, nunca se llegaron a resolver. Ante todo, déjame advertirte que te los voy a contar a mi manera (si no me conoces todavía, te recomiendo que eches un ojo a mis otros blogs), por lo que debes de entender que en ningún momento falto al respeto a lo que pasó, ni a la víctima, ni a las familias. Es solo que me gusta contar las cosas así. Y, sin querer parecer prepotente, para ahorrarnos un problema ambos, si no te gusta cómo lo hago es mejor que abandones estas líneas. Puede parecer una tontería que cuente esto ahora, pero ya me he encontrado algún que otro lector que ha venido a quejarse por mi manera de relatar. Han sido muy pocos, pero, ¿para qué dar lugar a esto? Con todo aclarado paso a contarte el primer caso, el que me hizo interesarme por esta serie de crímenes.
Vamos allá.
Voy a contarte el crimen de Starr Faithfull o, como se la conoció, «la chica del mar».
Starr nació un 27 de julio del año 1906. Fue la mayor de dos hermanas (su otra hermana se llamaba Tucker) y era hija de Frank Wyman II, un hombre de negocios nacido en Chicago que llegó a estudiar en la prestigiosa universidad de Harvard, y de Helen McGregor Pierce, que pertenecía a una acaudalada e importante familia de Boston. Como habrás notado, su primer apellido no fue Faithfull, como pasó a la posteridad. Esto te lo explicaré después. Al parecer, poco después de nacer Tucker, las cosas se empezaron a torcer para el matrimonio, y sus padres decidieron separarse durante un tiempo. Las dos niñas se fueron con su madre a Boston mientras que el padre continuó con sus negocios. Un trabajo muy importante surgió para el último y tuvo que marcharse a vivir a París, por lo que la madre, que contaba con él de vez en cuando para poder salir adelante, decidió que lo mejor era confiar parte de sus cuidados a una prima suya y a su poderoso marido. De hecho, ese marido, de nombre Andrew Peters, la tomó como si de una hija se tratara sin pensarlo un instante. Aquí me gustaría hacer un inciso, porque mucho se ha especulado de esta relación, y la verdad es que no se sabe nada a ciencia cierta, pero se ha hablado mucho de que el trato que tenía él con ella era insano. Supongo que puedes hacerte una idea de por dónde van los tiros de esas habladurías, pero como te digo, no hay nada probado y a la gente le gusta hablar más de la cuenta, aunque en este caso y con lo que te contaré después, hasta se puede entender. Lo que sí es verdad es que, de cara al público, Andrew se mostraba como una persona sobreprotectora y muy exigente con la pequeña, que apenas contaba con unos diez años. Cuando cumplió los once, Peters, haciendo su labor de padre autoimpuesta, mandó a la muchacha a una distinguida escuela de señoritas en la cual sus profesores decían de ella que tenía un comportamiento preocupante. Contestaba mal cada dos por tres y sus cambios de humor eran tan bruscos como imprevisibles. Dicen que de pronto aparecía maquillada como un payaso como, a las horas, cambiaba radicalmente para venir vestida como un hombre. No hicieron demasiado caso a estos cambios y a su actitud, y lo achacaron a una adolescencia precoz en la cual ella solo quería llamar la atención por encima de todo. Mientras esto sucedía, Andrew Peters (que era abogado) continuaba su meteórico ascenso social y trataba de convertirse en alcalde de Boston, hecho que, por cierto, consiguió en 1917 y que le mantuvo cuatro años en el poder.
El tiempo fue pasando, y el comportamiento de Starr no es que mejorara demasiado en cuanto a excentricidades se refería, pero su familia siguió como si tal cosa. En el año 1924 sus padres se divorciaron, viendo que su relación era insalvable, y su madre se casó al año siguiente con el viudo Stanley Faithfull, que, como ya habrás intuido, le dio el apellido a la muchacha. Una vez se produjo este matrimonio, la familia entera se mudó a West Orange, Nueva Jersey.
Aquí fue cuando todo comenzó a torcerse claramente. La versión que te voy a contar es la que dio el propio Andrew Peters, que puede ser verídica o no, claro está, pero me veo en la obligación de contártela.
Todo ocurrió el día 26 de junio del año 1926. Andrew se encontraba en Nueva York y, según él, contactó con Starr para llevarla a ver un espectáculo en Broadway que le iba a encantar. La recogió en la nueva casa familiar en Jersey. A las horas llamó a esa misma casa para decirles a sus padres que, como parecía que iba a caer una tormenta impresionante y se había hecho bastante tarde, que alojaría a la muchacha (que ya tenía 20 años) en el hotel Biltmore y que él mismo se encargaría de llevarla de vuelta a casa al día siguiente. Esto último fue cierto, pero el estado en el que llegó la chica fue más que preocupante, sobre todo porque cuando entró a casa estaba muy aturdida, como perdida. Sin decir una sola palabra, se fue a su habitación y se encerró. Su madre y su marido, muy preocupados, trataron sin éxito de que la joven les contara qué había sucedido y por qué estaba así, hasta que pasados unos días ella decidió abrirse a su madre y le contó el motivo.
En la historia narrada, habló de una trama de corrupción de menores que ella misma había tenido la oportunidad de ver y en la que la cabeza pensante era el ex alcalde de Boston, Andrew Peters. Lo que te cuento ahora es la versión de los Faithfull de lo que, al parecer, la propia Starr relató a su madre. Y es que esas habladurías de que Peters tenía una insana relación con ella cuando era una niña parecía corroborarse en boca de la joven, que contó que la cosa comenzó poco a poco, cuando él le hacía leer pasajes subidos de tono de libros de la época. Esto cambió cuando sin más él comenzó a realizar con ella «pervertidos juegos sexuales», además de con otros niños. Lo que pasó esa noche cuando llegó tan mal es que Andrew la emborrachó y la llevó al hotel Astor, en Times Square, donde se registró como padre e hija (esto último sí es cierto y está comprobado) y allí se aprovechó una vez más de ella. Fuera todo esto verdad o no, la joven quedó muy tocada, y la lucha que emprendió su madre fue, sobre todo, para sufragar unos gastos psiquiátricos que tras el mal momento económico que estaba atravesando su familia no se podían permitir.
Lo cierto es que para la época que era, Peters desembolsó una impresionante cantidad de dinero: 25.000 dólares. Esto cubría con creces los gastos psiquiátricos de Starr y al mismo tiempo permitía que pudiera realizar grandes viajes transoceánicos (que según su padrastro era lo único que conseguía que tuviera momentos tranquilos). Si la joven ya comenzó a comportarse raro en su adolescencia, después de esto la cosa empeoró bastante, pues se volvió mucho más huraña y, según relató la gente de su alrededor, muy insoportable. Los que la trataron la describían como una niña caprichosa capaz de cualquier cosa para conseguir lo que se proponía. Una de sus tácticas preferidas era el chantaje. Era también, según ellos, bastante traicionera.
Como curiosidad, una de las cosas que hizo inmediatamente tras su último y más fatídico encuentro con Peters fue crear un diario en el cual apuntaba absolutamente todo lo que sucedía a su alrededor y, sobre todo, pasaba por su cabeza. Gracias a él pudimos saber ciertos detalles de esta personalidad arrogante que se fue forjando y hemos conocido cosas como que no soportaba a su padrastro.
Sus padres, hartos de ver que su hija no se comportaba de una manera considerada para ellos normal, acudieron con el dinero desembolsado por Peters a uno de los supuestamente mejores especialistas psiquiátricos de Nueva York. El doctor les indicó que lo único que podría recuperar a su hija era que mantuviera relaciones sexuales sanas con un hombre. La madre, desesperada, acudió a un antiguo amante suyo de cuarenta y tantos años. Le convenció con dinero de por medio para que sedujera a su hija y mantuviera con ella ese tipo de relaciones. Y lo hizo. Pero, lejos de mejorar, el mundo de Starr cada vez era más y más decadente. La bebida pasó a ser un imprescindible en su día a día, hasta el punto de que la encontraron inconsciente varias veces en habitaciones de hoteles tras una noche de mano a mano con el vodka. En algunas de esas ocasiones hasta aparecía maltratada por con quien hubiera estado. Su capacidad de entender el amor también estaba algo mermada, ya que era capaz de enamorarse todas las semanas de un hombre diferente y, según su diario, capaz de quitarse la vida por ellos si estos no le hacían el caso que ella demandaba.
Ella seguía haciendo viajes cada dos por tres y viviendo una vida de lujos a la que se había acostumbrado y de la que no quería desprenderse, pero como pasa casi siempre cuando se despilfarra, todo lo bueno tiene su final y el dinero que había pagado Peters por el silencio de la familia se fue evaporando hasta que el dinero desapareció por completo, dejando a los Faithfull en la más absoluta miseria. Como Starr estaba tan acostumbrada a un tren de vida tan espléndido como en el que viajaba, se vio sumida de pronto en una profunda depresión. Sus más allegados dicen de ella que más que esto último, parecía que se había sumergido en una completa locura que rozaba la histeria. Por si fuera poco, alguien se había ido de la lengua, ya que un periodista de Boston estaba haciendo muchas preguntas y estaba investigando acerca de unos supuestos asuntos turbios en los que estaba metido el exalcalde de la ciudad Andrew Peters.
Como Starr no quería renunciar a sus noches de juerga y a sus impresionantes borracheras, decidió usar todas sus armas para que el ritmo no decayese, así que cada noche rondaba los bares clandestinos de la zona en busca de amantes y tragos. Su madre y su hermana intentaban por todos sus medios tenerla controlada, pero les era imposible, pues cuando creían que ya lo habían conseguido, la joven lograba escaparse y volver a pegarse una grandiosa juerga.
Uno de sus pasatiempos favoritos era montarse en barcos lujosos y seducir a miembros de la tripulación para así asegurarse su pasaje. Como te he comentado antes, era tan enamoradiza que quedó prendada (o lo creyó) de muchos de ellos, e incluso les llegó a mandar cartas suicidas en caso de no ser correspondida con su amor. Lo que ella no sospechaba es que en uno de estos barcos sería donde se produciría su fatal desenlace. Todo sucedió el 8 de junio del año 1931. Su madre relató alguno de los pasos que dio la muchacha el viernes anterior, que fue el último en el que la vieron con vida. Contó que incluso ese día parecía inusualmente feliz y contenta, que hasta le llevó el desayuno a la cama. Salió temprano de casa, sobre las 9:30 de la mañana, advirtiendo que iba a arreglarse el pelo y que puede que volviera muy tarde, ya de noche. A su madre no es que le agradara demasiado la idea, pero poco o nada se podía hacer para retener a la joven, así que cedió sin más. Dijo que lo último que recuerda de ella es verla salir de casa vestida muy elegante, con uno de los trajes de marca que había comprado gracias al dinero de Peters.
Sobre la última vez que alguien la vio con vida, un vigilante del muelle afirmaba haberla visto en compañía de «un hombre al que no pudo identificar».
En la mañana del 8 de junio, un marinero de nombre Daniel Moriarty caminaba por Long Island hasta que vio algo que, en un principio, pensó que era una toalla sobre la arena. Cuando se acercó, el horror le sobrevino, pues no esperó en ningún momento que se tratase del cuerpo de una joven sin vida. Mucho menos que estuviera tan bien vestida, con lo que parecía ser un caro vestido de seda y un cinturón que destacaba por encima de todo. En su descripción, contó que en sus pies la laca de uñas parecía recién puesta, como si le acabaran de realizar la pedicura. Muy nervioso, se levantó y miró a su alrededor. Divisó a otros dos remeros, que raudos acudieron a su llamada desesperada. Los tres estuvieron un buen rato mirando el cuerpo horrorizados sin saber qué hacer. Una mujer que paseaba a un perro cerca se unió a ellos y ella tuvo la idea de mandar a un muchacho que también pasaba a avisar a un policía que solía estar por el puerto a esas horas. Aquí me viene a la mente mi ensayo ¡Que nadie toque nada!, pues lo primero que hizo el policía fue pedir ayuda a los mirones para que le ayudaran a trasladar el cuerpo unos metros más allá, lejos de la orilla. Uno de los primeros datos que llamó la atención de ese policía era que en sus brazos había evidentes signos de violencia, como si la hubieran golpeado antes de arrojarla al mar (en caso de haber sucedido así). A las 9:30 llegó un médico y más efectivos policiales que solo corroboraron lo que ya se sabía, que estaba muerta. Estuvieron buscando alrededor de donde había aparecido el cuerpo por si lograban encontrar algún indicio que les contara algo acerca de lo que podía haberle podido suceder a esa muchacha, pero no había ni rastro.
Se llevaron el cuerpo al depósito y allí comenzaron las labores de identificación. La cosa no es que fuera muy bien, ya que la muchacha no portaba nada identificativo. Ni siquiera ninguna joya, a pesar de lo exquisitamente vestida que estaba, aunque esto último les podía valer mucho, pues el vestido tenía la etiqueta de Lord and Taylor, una exclusiva y carísima tienda ubicada en la Quinta Avenida de Nueva York. La combinación tan inusual de colores empleados en la confección del vestido les podría servir como pista para averiguar quién había podido comprarlo. Pero no les hizo falta, ya que apenas habiendo terminado la autopsia (que comenzó a las 15:10 de la tarde), apareció un hombre en las dependencias que se identificó como Stanley Faithfull y que reclamaba el cuerpo sin vida de su hija. Había llegado allí porque su hija estaba desaparecida desde el viernes por la mañana y, ante tanta llamada a la policía para tener noticias sobre ella, en una le hablaron del hallazgo del cuerpo de una joven y le dieron las direcciones oportunas. Cuando contó dónde vivía se le tuvo en consideración, ya que de manera fortuita eran vecinos del por aquel entonces alcalde de Nueva York. Stanley mintió cuando le preguntaron acerca de los hábitos de su hijastra, ya que contó que apenas salía por las noches y que no entendía cómo podía haber sucedido algo así. Sobre todo intentaba mejorar la imagen de Starr.
Cuando Stanley vio el cuerpo, el investigador encargado del caso contó que soltó una afirmación que le llevó a tomar una decisión categórica e inamovible. Dijo que nada más ponerse a su lado y tocarle la frente mientras mascullaba «pobre niña», soltó que sin duda la habían asesinado. Afirmó que lo dijo con tal convicción que tuvo que creerlo sin reparos y encargó sin pensarlo una segunda autopsia, más minuciosa, a un prestigioso forense.
La noticia llegó pronto a los medios, que ya conocían de sobra a Starr por sus idas y venidas en las noches neoyorquinas. Su padrastro, al contrario, afirmaba una y otra vez a los medios que su hija no sentía interés alguno por los hombres y que no se explicaba cómo su cuerpo había podido acabar en Long Island. La nueva autopsia, por cierto, dictaminaba que la muchacha había fallecido por ahogamiento y que llevaba muerta 48 horas. Estos datos los dio delante de unos periodistas que se congregaron delante del depósito, que no dudaron en preguntar por lo que era un secreto a voces: los golpes en sus brazos. El forense reconoció que sin duda eran producto de una especie de forcejeo que podría haber mantenido antes de haberse ahogado, pero el cuerpo no solo presentaba violencia en los brazos, al parecer. Un fuerte y enorme moretón en la espalda era lo que más llamaba la atención, pero también se hallaron signos en una de las mejillas, en la garganta, y se pudo ver que tenía desgarrado el hígado. Al parecer, la cosa había sido algo más que un simple forcejeo.
La prensa no tardó en conocer a Starr como «la chica del mar».
Los investigadores continuaron a lo suyo y, aunque solo interrogaron a la familia en su periplo, no tardaron en convocar a la prensa para dar una explicación sobre el caso que, según ellos, ya habían resuelto. Contaron que la noche de su desaparición dos tipos le dieron una paliza enorme en Manhattan y se la llevaron hasta Long Island, donde la montaron en un barco y le metieron la cabeza bajo el agua hasta que la ahogaron. Hasta se aventuraron en decir que pronto harían detenciones, pues ya sabían quién era uno de ellos. La única pista que dio fue que era un conocido político. Como el río ya había empezado a sonar, las miradas se colocaron rápido sobre Peters, que no dudó en desmarcarse con audacia pronto. Y, de hecho, se «demostró» (las comillas es porque varias personas declararon, pero con un multimillonario como Peters nunca se podía saber…) que durante el asesinato de la joven, él estaba a 11.000 kilómetros de distancia. Es por ello que la policía tuvo que centrarse en otro sospechoso. Tirando del hilo, supieron que en la noche de su muerte, Starr había subido para una fiesta en un trasatlántico llamado Franconia con destino a Inglaterra. Pero, según describieron los trabajadores, al parecer Starr se pasó con la bebida antes de tiempo y el escándalo que comenzó a provocar a bordo nada más zarpar fue mayúsculo, lo que les obligó a tomar la decisión de llevarla en un transbordo de nuevo a tierra y meterla en un taxi mientras ella pataleaba y gritaba como una posesa.
El problema fue que los resultados de la autopsia continuaban llegando y se comprobó cómo en la sangre de Starr no había ni una gota de alcohol, pero sí había una gran cantidad de una sustancia conocida como Veronal, que es algo así como una droga hipnótica. La conclusión a la que se llegó fue que se la podrían haber suministrado durante la comida, ya que tenía gran cantidad de ella en el estómago.
Justo cuando más perdidos estaban, fue cuando aparecieron intactas 36 páginas del diario que había comenzado a escribir Starr hacía unos cuantos años ya. Esto hizo que se conocieran varios de los amantes que según la muchacha había tenido y se fuera, uno a uno, investigando, para ver si habían tenido algo que ver con su muerte, pero los intentos fueron en vano. Lo curioso de esto es que este diario se encontró oculto, envuelto en un paño de seda rojo, tras una de las estanterías de la habitación de Starr. Tras presionar fuerte a Stanley sobre este diario, acabó admitiendo que había quemado otros dos, alentado por su otra hijastra, Tucker.
Tras diez días de intensas investigaciones, la cosa se enfrió bastante, pues nada llevaba a ningún lado. Los investigadores estaban exhaustos de dar tantos tumbos y de no sacar nada en claro. El caso se animó bastante cuando varios días después la prensa logró averiguar el supuesto escándalo de corrupción de menores en el que se había visto envuelto Andrew Peters y, sobre todo, al averiguar que pocos días antes de su muerte, el padrastro de Starr había viajado a Boston con la intención de volver a extorsionar al ex alcalde de la ciudad con ese asunto. Esto avivó las sospechas de que podrían haber matado a la joven para que no testificara llegado el momento.
El problema llegó cuando uno de los miembros de la tripulación de los barcos a los que ella tanto intentaba arrimarse llegó a su casa a Londres y se encontró tres cartas fechadas poco antes de la desaparición de Starr, y en las que hablaba abiertamente de las ideas que le rondaban la cabeza sobre quitarse la vida. Esto, si puede, confundió todavía más a los investigadores, pues comenzaron a pensar si no habría sido ella misma la que se habría arrojado por la borda de cualquier barco después de tomar los barbitúricos.
Sea como fuere, en diciembre del mismo año decidieron desistir en las investigaciones, a pesar de los esfuerzos del padre por incriminar a Andrew Peters. Nunca se supo qué le pasó realmente a Starr Faithfull. Nunca se sabrá si la mataron, fue accidente o se quitó ella misma la vida. Lo único que está claro es que su historia perduró con el paso de los años por el misterio que la rodea y, querido criminal, he pensado que sería muy interesante empezar este blog contándotela.
Sólo deseo que te haya gustado. Si ha sido así, por favor cuéntamelo en cualquiera de las redes sociales (estoy en todas bajo el nombre BlasRuizGrau). Recuerda que volveré muy pronto con una nueva entrega en la que te prometo grandes dosis de misterio (joder, parezco una sinopsis).
Sé malo.
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