Entrevistar a Steve McCurry es un rotundo privilegio. Llevo deseando acercarme a este formidable fotógrafo desde que me tropecé con la imagen de la niña afgana en un libro de la biblioteca de casa. Era un volumen de gran formato que se llamaba Pueblos del mundo, o algo parecido, y en mitad de sus páginas aparecía la famosa fotografía que a mí —que por aquel entonces tenía la misma edad que esa niña— me atemorizaba. En el pie de esa foto ponía El horror de la guerra. Sin yo saber aún nada, en aquel momento pensé: ¿De modo que así es la guerra? Esa mirada representaba exactamente eso.
Todas las cosas que nos influyen de un modo u otro determinan las decisiones y sendas que tomamos. En el eslabón inmenso de todas esas pequeñas y grandes influencias, en mí está, sin duda, esa fotografía, pues ya entonces sabía que había mucho más detrás de aquella imagen, de aquella niña que me miraba fijamente. Hoy me pregunto qué hay de todo eso en lo que yo busco ahora cuando escribo en este territorio zendiense, tratando de ir más allá de las palabras.
McCurry se convirtió en un contador de historias gracias a las lentes de los objetivos y cámaras que ha llevado en ristre por todos los rincones del planeta. Ese ha sido su pasaporte de viaje, y el fabuloso legado que nos deja —y sigue trabajando de forma incansable— es un regalo a los sentidos y un golpe para el alma. El valor de su obra es, simplemente, incalculable.
—Señor McCurry, cuando dispara fotografías ¿qué prioriza? ¿La estética, composición y armonía de la imagen, o la historia detrás de escena?
—Lo que busco primero es la historia. Luego intento crear una imagen a partir de ahí. Al componer la imagen me concentro en la armonía, el equilibrio y el ritmo.
—¿Cómo logra que aflore el alma de las personas que retrata? ¿Y cómo consigue crear esa conexión entre ellas y usted, para que se sientan cómodas y naturales?
—La mayoría de mis fotografías se centran en las personas. Busco ese fugaz momento en que pueda pasar desapercibido, y trato de transmitir una parte de lo que es ser esa persona, o en un sentido más amplio, relacionar su vida con la experiencia humana como un todo. Los humanos nos conectamos entre nosotros a través del contacto visual: hay un poder real en ese momento compartido de atención, cuando vislumbras lo que debe de ser estar en su piel. Creo que esta es una de las cosas más poderosas de la fotografía: relatar esa sensación. La mejor manera de capturar la esencia de una persona es tratarla con respeto. Establecer una sonrisa amistosa. A la mayoría de la gente le gusta ser fotografiada. Debes hacer que se sientan cómodos a tu alrededor, con humor.
—¿Es consciente de cuándo ha capturado el momento preciso?
—La observación es fundamental para la fotografía. Creo que para ser un buen fotógrafo debes tener una mente inquisitiva y ser curioso. Cuando estás paseando mientras fotografías debes estar presente en el momento. Yo miro a mi alrededor y veo lo que es único en ese lugar. Puede ser una grieta en la acera o un animal jugando. Es el aprecio por ese momento en el tiempo y el aprecio por el planeta. Nunca se sabe cuándo se revelará el mejor momento. Disparas y hay un momento que crees que es interesante, sigues trabajando y nunca sabes exactamente cuándo lo tienes, cuándo lo has conseguido. Es un proceso misterioso.
—¿Qué fue lo que le cautivó tanto de Sharbat Gula, la muchacha afgana, en 1984?
—Tenía una mirada intensa y angustiada, una mirada penetrante. Fue uno de esos casos en los que instantáneamente supe que era un rostro poderoso. Muy pocas veces he visto a una persona con una expresión tan intensa.
—¿Cómo se sintió cuando se reencontró con ella en 2002?
—Encontrarme de nuevo con Sharbat Gula después de tantos años fue una experiencia increíble. Sus ojos han conservado su fuego e intensidad. Creo que todavía es bastante hermosa a pesar de todas las dificultades que la gente tiene que soportar allí. Claramente, ha llevado una vida difícil, pero a pesar de ello tiene una familia saludable y con fortaleza, y han logrado prosperar y mejorar la vida de sus hijos. Poder encontrarla y ayudarla a ella y a sus hijos después de todos los años transcurridos fue una de las experiencias más increíbles y gratificantes de mi propia vida.
—Usted ha estado trabajando en Afganistán durante más de treinta años. Conoce profundamente ese país. ¿Cómo lo define, y a su gente y su futuro?
—Afganistán ocupa un lugar especial en mi corazón desde mi primera visita en 1979. He tenido la oportunidad y el privilegio de conocer a muchos afganos a lo largo de los años, y es un lugar que siempre consideraré muy especial. Los afganos son bien conocidos por su hospitalidad, y cada vez que visito ese país siento que nunca me he ido. Para mí el corazón de Afganistán está en las aldeas y en el campo, lugares que realmente no han cambiado. Si vas al centro de Afganistán compruebas que están viviendo de la misma manera que han estado viviendo durante cientos de años. Sin embargo, el país está pasando por un momento muy difícil, política y culturalmente. La situación se complica por tanta interferencia de muchas potencias extranjeras.
—En su magnífico libro Afganistán usted retrata a menudo momentos de normalidad en medio de la destrucción y el caos, como si quisiera contar que sencillamente la vida continúa, a pesar de todo…
—Estoy interesado en los puntos en común entre las personas de todo el mundo. No importa que vivan en China, Afganistán o Estados Unidos: nuestras vidas son más o menos las mismas. Sí, hay conflictos y algunas diferencias, pero más allá de eso todos trabajamos, todos tenemos amigos y familias, compartimos comidas… Después de haber viajado a tantos rincones del mundo y haber conocido a tantas personas diversas y únicas con las que me he topado en el camino puedo decir, realmente, que he encontrado un terreno común que nos unifica, por encima de las diferencias que nos separan.
—Animales, su último libro, es una maravillosa e increíble recopilación de escenas entre humanos y animales y su conexión. ¿Qué significa este libro para usted?
—La idea de fotografiar animales y personas se fraguó en mi mente desde que comencé como joven fotógrafo. Mi hermana me regaló mi primer libro de fotos, Son of Bitch, una colección de imágenes de perros y sus dueños, del gran fotógrafo y amigo Elliott Erwitt. Era la primera vez que veía un libro sobre animales hecho con humor, pathos y narraciones maravillosas. Espero que las personas vean a los animales como seres inteligentes que merecen nuestro amor y respeto. En la mayoría de los casos nuestras mascotas dependen totalmente de nosotros para su supervivencia y seguridad. Es nuestro deber protegerlos como a nuestros propios hijos. Puesto que a menudo creamos un vínculo especial con ciertos animales, desearía que las personas les tratasen con el cuidado y el respeto que merecen.
—En este mismo libro hay una fotografía abrumadora de un grupo de camellos atrapados en el fuego cruzado durante la primera Guerra del Golfo. ¿Qué recuerda de este momento?
—Trabajar en Kuwait después de la primera Guerra del Golfo fue una experiencia surrealista e inolvidable. Estaba conduciendo a través de los campos de petróleo en llamas, siguiendo a estos camellos que buscaban una salida del fuego y el humo. Sin que lo supiéramos, nos encontramos en un campo minado. Había seiscientos campos petrolíferos ardiendo, animales aterrorizados y hambrientos deambulando a nuestro alrededor, y el paisaje estaba salpicado de soldados iraquíes muertos. Fue desgarrador ver a estos animales, a los que se supone que debíamos proteger. Los animales que escaparon de la matanza fueron abandonados para deambular por las calles en busca de comida y refugio.
—En su obra On Reading hay dos fotografías que me resultan fascinantes: la de un hombre leyendo en Sana’a (Yemen) y una anciana leyendo en Uglich (Rusia). Hay algo de luz en esos lectores, en perfecta sincronía con la soledad.
—La mujer estaba leyendo en un monasterio en Rusia. Estaba sentada en una cocina tranquila y cálida después de terminar su almuerzo. La imagen del anciano que leía el Corán en Yemen fue tomada mientras esperaba que llegaran clientes a su pequeño rincón de un mercado en Sana’a. Hay algo en su serenidad en ese momento, absorto en palabras que probablemente había leído cientos de veces. Esa imagen me habló. En medio de la ferviente actividad del mercado, él había escapado totalmente dentro del contenido de ese pequeño libro.
—Sobre los paisajes de la India tiene fotografías maravillosas. Recuerdo una de una mujer y su hijo bajo la lluvia en Mumbai. ¿Puede describir aquel momento?
—Recuerdo que estábamos detenidos en un semáforo durante la temporada del monzón en Mumbai. Una joven madre que sostenía a su hijo se asomó por la ventanilla trasera y miró dentro del automóvil. Rápidamente pude tomar mi cámara y hacer dos exposiciones antes de que la luz cambiara y el conductor se alejara. Fue la reunión de dos mundos diferentes: una madre y un niño atrapados bajo la lluvia, mientras yo estaba en una burbuja de aire acondicionado.
—¿Qué país o países han sido los más inspiradores para su trabajo y por qué?
—Los países budistas, como Laos, Birmania, Tíbet, Tailandia y Camboya, son lugares en los que me gusta pasar el tiempo, además para hacer fotografías. Me gusta que el budismo no sea una religión dogmática. Hay un énfasis en la compasión del uno hacia el otro y hacia todos los seres vivos, y en tratar de mejorar uno mismo. Hay una serenidad en todo ello.
—¿De qué artista ha aprendido más?
—De Henri Cartier-Bresson. Sus imágenes tenían una visión maravillosa de las personas y las situaciones. Había emoción y un sentido del momento decisivo. Sus imágenes son periodísticas, pero trascienden el periodismo para mí, y funcionan en muchos niveles diferentes. Son eternas.
—¿Cuál sería su mejor consejo para aquellos que desean dedicarse a este oficio?
—El éxito en fotografía consiste en llenar tu espíritu de curiosidad, explorar temas que te despierten gran interés, y que pueden estar en cualquier lugar. Concentrarse en lo que a uno le interesa e inspira y en la historia que desea contar. Y aprender del trabajo de otros buenos fotógrafos.
—¿Qué es una buena fotografía?
Una que suscita una emoción y provoca una reacción. Una que me hace querer aprender algo de eso. Una buena imagen es memorable: se queda contigo, te conmueve y, en última instancia, te cambia de alguna manera.
—¿Se imagina otra forma de vida?
—Solo si yo fuera cineasta.
Agradezco a Emily Rogers (Coordinadora de Publicaciones y Logística de Steve McCurry Studios, Nueva York), Camille Clech (Gerente de Exposiciones de Steve McCurry Studios, NY) y a Bonnie McCurry (Presidente de McCurry Foundation) haberme dado esta oportunidad y haber compartido con Zenda Libros este impresionante material fotográfico, y por supuesto, al gran Steve McCurry le agradezco esta anhelada entrevista que hemos mantenido, y le felicito por una vida dedicada a contar historias conmovedoras, reveladas a través de la mirada de sus protagonistas.
Grandísimo fotógrafo que se volvió un poco tramposo. «¿Para qué esperar una hora para conseguir a la composición perfecta, cuando puedo borrar y mover personajes a mi antojo, con photoshop?», debió de pensar. Ya es sabido que muchas de sus fotos icónicas están modificadas en photoshop mucho más allá de lo que estaría aceptado en fotos supuestamente periodísticas o de reportaje (gran parte de su trabajo fue para NG, reportaje puro). Muchas otras fueron planeadas, con él dando instrucciones y los sujetos actuando, aunque luego se vendieran como momentos espontáneos capturados al azar. En definitiva, un tramposo que, cuando fue descubierto, intentó justificarse primero culpando al becario de turno en el laboratorio, y luego diciendo que él es un «creador de imágenes», no un fotoperiodista.
Esto no quiere decir que no tenga una obra espectacular, con fotos de muchísima calidad. Pero son las sombras de un gran fotógrafo que para mí perdió todo el respeto que le tenía. Habría estado bien preguntarle por estas cosas también.