Los espejos siempre han tenido algo de siniestro, por reflejar aquello que no se puede ver: a uno mismo. Desde fuera, como si uno se pudiera liberar de la carne y se pudiera espiar, escondido desde este lado del cristal.
En resumen, hay que tener cuidado. La imagen reflejada es nuestro opuesto, las direcciones cambian. Es la realidad, pero no del todo.
Mienten.
Los juegos de espejos dentro de la literatura han sido esenciales para ver nuestra realidad desde otros ojos, a veces distorsionada, otras totalmente opuesta. Y una maestra en estos engaños, una autora que ha destacado en los últimos años en el delicado campo del terror, es Catriona Ward.
Ward es una escritora que descubrió su talento para aterrorizar a los demás cuando empezó a escribir sus propios miedos, pues padece alucinaciones hipnanógicas (sensaciones que parecen reales durante el estado entre la vigilia y el sueño). Su primera obra apareció en 2016, Rawblood, aún no publicada en castellano, aunque se espera que aparezca próximamente. La segunda llegó en 2019, La pequeña Eve. Y empezaron a llover los premios (British Fantasy Award 2016 y 2019, Shirley Jackson Award 2019). En España se la conoció en 2021 gracias a la traducción de Cristina Macía de su tercera obra, La última casa de Needless Street (Editorial Runas / Alianza), la cual arrasó con todo tipo de galardones y logró su reconocimiento internacional. El propio Stephen King recomendó el libro al mundo. El listón estaba muy alto.
Este año nos presenta su cuarto libro: Sundial (Editorial Runas / Alianza, traducción de Cristina Macía), del que esta reseña se ocupa.
Que el mundo del terror literario pueda estar dominado por autores masculinos es la percepción de muchos lectores. Afortunadamente, es una percepción falsa. Mary Shelley con su Frankenstein, Ann Radcliffe, Charlotte Riddell, Daphne du Maurier o nuestra Emilia Pardo Bazán crearon obras fundamentales para el desarrollo del género. Una legión de autoras ha seguido sus pasos añadiendo literatura de calidad a este campo. Destacan figuras influyentes como Joyce Carol Oates, Anna Starobinets, Susan Hill, Shirley Jackson… La lista es larga. Y en nuestra lengua no nos quedamos atrás, ni en cantidad ni en calidad: Mariana Enríquez, Samantha Shweblin, Care Santos, Cristina Fernández Cubas, Mónica Ojeda, Pilar Pedraza o Sílvia Moreno-García, entre otras muchas.
Es un placer contemplar la explosión de autoras publicadas en este género (sí, publicadas, no que no existieran antes).
Catriona Ward, por tanto, no es una rara avis en el género, pero sí se ha hecho célebre por prescindir de monstruos aterradores y no emplazar al lector en mundos lejanos llenos de peligros. Tampoco echa mano de la sangre y las vísceras (bueno, no mucho). Su especialidad es presentar una realidad normal en un entorno rutinario, con unos protagonistas que bien podrían ser ese vecino o vecina tan agradable que siempre saluda con educación. Es por ello que se la anuncia como “la reina del domestic noir”. El lector entra despacio en la trama, sin sobresaltos, con calma. Y todo es placidez hasta que, cuando ella lo decide, el argumento da un giro de ciento ochenta grados. Descoloca al lector, lo incomoda y la atmósfera se vuelve opresiva y asfixiante.
Sundial es un claro exponente de esta técnica. Ward le abre las puertas al lector con una sonrisa franca y deja que entre en el libro. Le sirve una copa y le enseña la casa, mostrándole las mangas como un antiguo prestidigitador para que vea que no esconde nada. Y de pronto, cuando está distraído, apaga las luces y las sombras se adueñan del lugar. Nada es lo que parecía. Todo era un engaño. Se convierte en la presa de la autora, atraído por un cebo vestido de inocencia que se ha tragado hasta el fondo. Incluso sabiendo que está siendo engañado si ya ha leído alguno de sus libros y conoce sus tácticas, es inevitable caer en su red de trampas y narradores no fiables. El lector va dando tumbos con los giros narrativos, muy elaborados, para, como dice ella en sus entrevistas, al final, abrir totalmente la cortina y dejar al descubierto la verdadera naturaleza del mundo.
Es complicado hablar de la trama de la novela sin desvelar secretos. Un matrimonio vive con sus dos hijas en una zona residencial acomodada. La pareja no pasa por un momento idílico. En realidad, jamás se ha acercado a algo parecido. La toxicidad impregna cada rincón de la casa, siempre al borde de un punto de no retorno entre la pareja, entre las hermanas, entre todos ellos. El delicado equilibrio se rompe por fin debido a los escalofriantes actos de una de las niñas y acaba por desencadenar una decisión: la madre, Rob, se llevará unos días a su conflictiva hija Callie a la casa donde pasó su infancia y adolescencia. Una casa en mitad del desierto de Mojave, su antiguo hogar y vórtice de extraños sucesos en el pasado. En ese desierto, Rob le descubrirá a su hija un pasado familiar muy oscuro que, página a página, dará respuesta a los conflictos internos de cada una de ellas y desembocará en la batalla final entre madre e hija. Una guerra que parece abocada a que una termine con la otra.
La autora ha declarado que deseaba tratar diversos temas. El principal, indagar en la naturaleza de las relaciones entre madres e hijas. Necesitaba la voz de una mujer contando sus terrores más profundos, a diferencia del libro anterior, en el que el protagonista había sido un hombre. También le atraía profundizar en el equilibrio entre la genética y el libre albedrío, tratando de averiguar si se puede escapar de lo que dicta la herencia recibida. En tercer lugar, quería poner el foco en unos documentos desclasificados de la CIA que hablaban de experimentos sobre el comportamiento humano y animal traspasando todo límite ético posible. Y finalmente, buscaba demostrar que más que temer al monstruo que pueda haber oculto ahí, en la oscuridad, el mayor terror es el de verse convertido en el monstruo al que los demás temen.
El resultado es bueno. Muy bueno si lo medimos por su efecto perturbador. Hasta el lector más experimentado en este género es constantemente sorprendido a lo largo de la trama por espejos que le dan la vuelta a todo hasta que le es imposible confiar en nada ni nadie. Los giros de argumento son inteligentes, y no son pocos. El lector no se aburrirá con la novela, aunque por su complejidad le obligará a estar muy centrado en la lectura para no perderse en ese laberinto de reflejos. En lo que se refiere a curiosidades, la presencia de animales casi protagonistas ya es una constante en sus libros. Hasta ahora, en sus otras obras, habían sido serpientes y gatos. Esta vez les toca a los perros y a los coyotes (y a algún que otro conejo). Si hubieran tenido opción, probablemente ninguno de ellos hubiera preferido aparecer precisamente en esta novela.
Tal vez la parte menos interesante de la obra es la esporádica aparición de los extractos de la novela que la protagonista escribe a modo de terapia, con personajes con los mismos nombres de su familia, pero en situaciones muy distintas. Si bien en Sundial la información está diligentemente administrada, el nuevo espejo que crean esas novelas añade una distracción innecesaria para la historia principal que puede confundir al lector. Por último, hay detalles en el trayecto final un tanto forzados, aunque sean necesarios y perdonables para que el engranaje del último giro fluya. Pese a ello, el lector, ya empujado sin remedio por el torrente que le arrastra a través el laberinto, no puede evitar aceptarlo todo y dejarse llevar hasta el puerto escogido por la autora.
En definitiva, una obra compleja e hipnótica, muy recomendable, llena de sorpresas y giros argumentales, con una atmósfera que se va cargando de forma exponencial hasta ser agradablemente irrespirable, en una casa y un paisaje que se convierten en un personaje más de la novela.
Si el lector cierra la puerta a distracciones y viaja a Sundial, que se prepare.
Le espera un mundo de espejos en los que nadie quiere verse reflejado.
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Autora: Catriona Ward. Título: Sundial. Traductor: Cristina Macía Orio. Editorial: Runas (Alianza Ed.). Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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