Hoy amaneció el cielo encapotado y siguió así hasta entrada la tarde, cuando unos cuantos rayos aparecieron en el horizonte, más a modo de escarnio que de compensación. Esto de trabajar en el jardín termina por hacerte un poco planta. Te aficionas al sol como a una vitamina primordial, igual que el pasto y las enredaderas. Agradeces la sombra, aborreces las nubes. Basta con que se te encapote el cielo para que la montaña tome la forma de un acantilado y la piedra se convierta en menhir. Y como no es lo mismo ser Sísifo que Obélix, la pluma acusa signos de decrepitud y se mueve como una lagartija reumática.
–¡Ay de mí! –mófase mi correclusa, con afán pedagógico.
Nunca es lo mismo trabajar en sandalias y bermudas que tener que envolverte en ropas y cobijas como la anciana madre de Norman Bates. Entrapujado así, me da por sospechar que haría mejor negocio tendido ante las puertas de una iglesia. Y como siempre se puede estar peor, no he terminado de sacudirme el frío cuando arranca, a volumen de vendimia callejera, uno de esos hip hops entrometidos que se hacen escuchar con la autoridad propia de un gatillo a sueldo. En este mes de mayo, la gran puta tendría que estar orgullosa.
Todas las tardes, por ahí de la una, un cierto barbaján de la casa de atrás le declara la guerra a mi manuscrito durante poco menos de hora y media. Si en vez de narrador fuera poeta, juraría que es obra de un colega envidioso. ¿Quién le contó, a todo esto, que no puedo escribir con música de fondo en español, y mucho menos si además es rap? ¿Será casualidad que tantos hiphoperos diriman sus entuertos a plomazos? A falta de granadas de fragmentación, no me queda sino ponerme los audífonos y atrincherarme tras un viejo álbum de The Cult que neutraliza el estruendo ambiental y me evita la pena de balcanizar mi área de trabajo.
No sé por qué creí que el día nublado le restaría ímpetus al hiphopero de la casa de atrás, pero hoy me lo tomé deportivamente. Un manuscrito que se quiere fuerte no puede recular ante cualquier jodida conspiración cósmica. El manuscrito se parece al caballo: necesita saber quién le lleva la rienda. Tengo para mí que uno termina escribiendo mejor cuando las condiciones son menos propicias, puesto que ha de pelear para vencerlas y ello supone emplearse del pellejo al tuétano. Lo que había sido cuota cotidiana se transforma en cruzada por la supervivencia.
¿Y cómo no va uno a extrañar al sol, si es la única visita que recibe? Hoy que ha salido tarde le acepto la disculpa por la pura alegría de verlo de regreso. Millones allá afuera intercambian teorías sacadas de la manga y certezas paridas por las tripas en torno a la probable supervivencia de la especie humana, pero si he de albergar alguna expectativa razonable, me conformo con otro día soleado. Nada que no codicien por igual plantas y lagartijas, sin que pueda decirse que piden demasiado. Si sale el sol y se oye el hip-hop allá atrás, no será el fin del mundo todavía.
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