De haber nacido unos años más tarde, seguro que el escritor larguirucho de rostro lánguido —y ligero prognatismo mandibular— habría cambiado el traje por la camiseta de los Rolling que más —y mejor— reflejase la psicodelia de la que ha hecho gala el grupo de Londres formado en el 62. Y, dado que padecía anglofilia, es razón de más para ir caminando por las calles de Providence sumido en su mundo, imaginario y fantasmagórico, y canturrear cual Jagger:
Please allow me to introduce myself
I’m a man of wealth and taste
(…)
Pleased to meet you
Hope you guess my name
But what’s puzzling you
Is the nature of my game
(…)
Conocido más por sus iniciales que por su nombre completo, Howard Phillips Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 en la capital del estado de Rhode Island, cuya traducción al español, Providencia, bien podría haberse interpretado como una señal o, directamente, como un mensaje emitido desde otro espacio y tiempo, o desde algún objeto galáctico o intergaláctico —según se mire—, como aquel que sobrevoló la Tierra hace un par de años y que los científicos bautizaron como Oumuamua, dirigido al niño superdotado, solitario e introvertido que con trece años ya escribía artículos sobre los canales de la Luna y otras tesis astronómicas que pueden leerse en H. P. Lovecraft: El Astronomicon y otros textos en defensa de la ciencia (Ed. El paseo). ¿Creen ustedes que Lovecraft hubiera escrito un relato basado en la «nave» que los científicos de Harvard consideraron como un “objeto de una civilización alienígena”? Lo más probable es que sí, porque a pesar de considerarse ateo, Lovecraft creía fielmente en la existencia de seres poseedores de una inteligencia superior a la humana, así como en los dioses primigenios antropomorfos que existieron en las antiguas civilizaciones de Egipto o Sumeria, e incluso en los dioses grecorromanos, semejantes a los humanos tanto en aspecto como en virtudes y defectos. De haber visitado el Museo del Prado, habría caído rendido a los pies del Saturno de Goya, de su Coloso y sus pinturas negras, de las brujas y los aquelarres, o de los monstruos que irrumpen en el sueño de la razón para demostrar que la iluminación del hombre se revela a través de la luz, pero para obtenerla o, sencillamente, llegar a ella, es necesario descender a los infiernos y sumirse en un mar de soledad y oscuridad. Y Lovecraft creía en ello. Creía cual defensor de la dualidad inherente al ser humano y de la existencia de las dos fuerzas que imperan desde que El Mundo y el Universo —tal y como los conocemos— fueron creados, denominadas Bien y Mal, Luz y Oscuridad o Yin y Yang. Así lo demuestra la filosofía y el movimiento literario que desarrolló a lo largo de toda su obra, basada en los misterios y secretos ocultos de la Tierra y del cosmos, pues en lo concerniente a lo esotérico y lo exotérico, Lovecraft se reconocía seguidor y devoto. Un entendido que, como el viajero medieval del grabado de Flammarion, encontró el lugar donde el cielo, la Tierra y el infierno se tocaban; donde el miedo a lo desconocido y la emoción ante un nuevo descubrimiento se encontraba al otro lado del manto, o del velo…
«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido», escribe Lovecraft en La llamada de Cthulhu: El ser en el umbral. En efecto, el miedo nos mantiene tan vivos como en vilo. Todos padecemos y nos preocupamos por asuntos tan excelsos como triviales. Así somos. Y así vivimos sin querer desprendernos de la interminable escalera de Jacob por la que subimos y bajamos de peldaño según cómo nos encontremos o según cómo nos sintamos. Según el nivel de nuestro propio juego, si entendemos por juego la aventurera, conflictiva y cuestionada existencia que, en ocasiones, nos aterra. Por ello hay que atreverse a cruzar el umbral. Subir la escalera y abrir la reja, como hace el protagonista del relato de Lovecraft titulado El intruso, para liberarse y descubrir el suelo de otro mundo aunque éste nos conduzca al espejo que nos desvele uno de los mayores misterios: que en nosotros habitan tantos dioses como diablos.
So if you meet me
Have some courtesy
Have some sympathy, and some taste
(…)
Pleased to meet you
Hope you guessed my name.
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