La anécdota, episodio, romanza o donaire con la que da comienzo esta sección cada martes se tira hoy a la piscina: presentamos, directamente, un poema. Lo escribe Wislawa Szymborska, y lo he utilizado a menudo para describir el miedo en una guerra. Dice así:
Mujer, ¿cómo te llamas? —No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? —No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? —No sé.
¿Desde cuándo te escondes? —No sé.
¿Por qué me mordiste el dedo cordial? —No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? —No sé.
¿A favor de quién estás? —No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. —No sé.
¿Existe todavía tu aldea? —No sé.
¿Estos son tus hijos? —Sí.
Szymborska nació en Polonia, y como quiera que tuvo que emigrar a Cracovia siendo apenas una niña, los años 40 los vivió en una de las ciudades más afectadas por la sinrazón de la Segunda Guerra Mundial. Sobre los despojos de aquella locura colectiva escribió Wislawa varios poemas de notabilisíma acción, entendida esta última palabra como un movimiento que te sacude, que te zarandea y te golpea sin demasiado lirismo.
Se cumple este mismo 2 de julio nada menos que un siglo del nacimiento de esta extraordinaria poeta. Dada la situación en el este, donde la guerra se prolonga sin que los mortales entendamos por qué, me parecía un buen homenaje recordar cómo Szymborska nos helaba la piel recordando aquellos días gélidos en los que el mundo decidió autodestruirse. Hay en el poema arriba reseñado una especie de existencialismo bélico. Las ideas de brocha gorda pierden el sentido: poco importan la patria, la bandera, el honor, la política e incluso la casa o el pueblo. En última instancia queda uno con sus miedos. Un solo ser, alejado de lo abstracto del humano para centrarse en el hombre, que tirita debajo de la cama cuando los bombarderos sobrevuelan las calles. No hay masa, no hay gente. Es sólo ella con aquello que le importa: cuando todo deja de tener sentido, y qué es la guerra sino la falta de sentido mismo, sale a flote lo que el instinto agarra, lo que realmente amamos.
Celebramos hoy el centenario del nacimiento de Wislawa Szymborska y yo propongo hacerlo acercándonos a estos poemas que nacen en la intimidad de sus miedos. El poema que abre esta sección se titula Vietnam, pero bebe directamente del escalofrío que aquella niña sintió en Cracovia muchos años antes. Porque ese escalofrío era el mismo en Vietnam, en Ucrania, lo fue desde la imaginada Troya, y lo será mientras el mundo sea mundo. Sus versos directos, sin la ensoñación de la metáfora, sin la engañifa de los mercachifles alegóricos. Szymborska nos habla del dolor interpelando al dolor mismo, lo coloca en nuestra página desnudo, para que podamos aterrorizarnos con sus múltiples aristas. En otros de sus poemas bélicos, la poeta lo deja claro: «Después de cada guerra alguien tiene que limpiar. […] Alguien debe echar los escombros a la cuneta […] Todas las cámaras se han ido ya a otra guerra». Pues eso, que feliz centenario, Wislawa.
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