Fotografía de portada: Jamieson Fry.
Thomas Coraghessan Boyle (Peekskill, Nueva York, 1948) —T. C. Boyle, para abreviar— es un pesimista. Eso me ha quedado claro. Todos lo somos un poco más después de haber pasado meses encerrados en nuestras respectivas casas. Esta situación de excepcionalidad, de lento presente, en la que todos estamos inmersos es una ocasión perfecta para hablar de su novela Los Terranautas (Impedimenta, 2020) traducida del inglés original por Ce Santiago.
La imaginación de Boyle parte de esta idea para darle una nueva vida, esta vez literaria. La narración en primera persona de tres de sus protagonistas refleja, con la voz propia de cada uno de ellos, un lento presente, y también los momentos de crisis sobrevenidas. Entre tanto, ha aprovechado para reflejar los detalles históricos, científicos y técnicos de ese proyecto, interesante en la medida en que pone de manifiesto que —según sus propias palabras— “estamos conduciendo el planeta directamente a la mierda”. Con esta convicción, entrelaza los conflictos personales con temas cotidianos como los efectos psicológicos de un encierro duradero, y otros relacionados con los desafíos que afrontamos como especie.
El autor aparece puntual en la reunión que, debido a la distancia, se ha producido a través de Internet. Nada más aparecer en mi pantalla, ataviado de escrupuloso negro y con una gorra con las iniciales de Los Ángeles (vive en California) me confiesa que casi se olvida de nuestra cita. Me saluda con el primer té de la mañana y enseguida comparte que sus hábitos son siempre los mismos: se levanta a las seis de la mañana, dedica unos minutos a poner un poco de orden y, después de calzarse la gorra, comienza a trabajar. Toma la palabra en primer lugar para introducir una pequeña reserva: que no le pregunte nada sobre matemáticas. Y repite mis palabras en un muy buen castellano: «No hay problema».
***
—Más allá de la coincidencia entre uno de los temas obvios de la novela (el confinamiento) y la situación actual, el libro permite una lectura mucho más amplia de la humanidad. Al final, todos somos terranautas, ¿no?
—Sí, evidentemente. Desde que existen los libros hemos aprovechado el poder que tienen, como los artefactos artísticos más poderosos jamás creados que son, para explorar algunas preguntas existenciales. Desde que se proyectó, en la década de los 80, el experimento de la Biosphere2, me pareció ideal para abordar algunas de esas preguntas, y desde el primer momento supe que algún día escribiría un libro al respecto. De hecho, este tipo de cuestiones son las que siempre me han acompañado, las que siempre trato de una u otra forma: los humanos somos una especie animal que habita este planeta. Todo eso está contenido y condensado en este libro. En el proceso he tenido que leer muchísimos libros para conocer el asunto y empezar a averiguar cómo tratarlo sin volverme loco. Lo que más me atraía era la idea de un sistema cerrado en el que arrojas a ocho personajes. Pensé que sería muy divertido tratar esa situación, cómo fue y cómo se las arreglaron para vivir en esas condiciones, juntos, como parte de un proyecto, mientras que cada uno de ellos tenía sus propios problemas y puntos de vista.
—Cuando me enteré de que la revista Time condenó a Biosphere 2 como una de las peores ideas del siglo XX, recordé de inmediato que Jared Diamond o Yuval Noah Harari, entre muchos otros, han calificado la agricultura (el Neolítico) como el peor error y el fraude más grave de la historia de la humanidad.
—[Ríe] Como siempre he dicho a mis lectores, desde hace muchos años, o al menos desde que escribí Un amigo de la Tierra allá por el año 2000 a propósito del cambio climático: «Me gustaría tener buenas noticias, pero no las tengo». Basta con leer los periódicos para intuir el desastre que está por venir. Por otro lado, nunca he querido que todo sea siniestro, tampoco en este libro. ¡También soy cómico! Quiero diversión y… ¡no quiero deprimir a todo el mundo! Porque, de hecho, ya nos estamos enfrentando a una realidad deprimente.
En Los terranautas quise que los lectores imaginasen cómo podría ser el futuro, sin olvidar que se trata de una situación muy especial, con millones de dólares invertidos en tan sólo ocho personas. Me inventé los personajes de la E2, pero el experimento de la Biosphere 2 fue real. Y no fue «ciencia pura», porque la ciencia trata de verificar o falsear una tesis. En esta ocasión la tesis fue: vamos a arrojar a 8 personas a un hábitat presuntamente autosuficiente, “a ver qué pasa”. Pero ¿qué sucede con el resto de nosotros, que estaremos confinados fuera de ese supuesto refugio cuando suceda el verdadero colapso? ¿Qué será de la gente corriente? Creo que el escenario será bastante severo: será imposible conseguir alimentos para todo el mundo. Cuando yo era un chaval todavía no había un partido ecologista, ni siquiera teníamos la idea que tenemos hoy del reciclaje… ¡el mundo parecía infinito! Y eso es porque sólo éramos un tercio de las personas que poblamos ahora el planeta. Ahora todos tenemos una idea distinta del mundo, y aquí en Estados Unidos estamos intentando deshacernos de este horrible gobierno para tener por fin un presidente más verde, pero… ¿qué pasará? No tengo ni idea. A medida que el cambio climático destruya los ecosistemas nos tendremos que enfrentar a una terrible crisis de refugiados, quizá nos toque revivir fenómenos como el del Estado Islámico, y sin duda habrá bandas que compitan por los escasos recursos sobrantes. Imagina lo que sucederá cuando Bangladesh se inunde: ¿dónde va a vivir toda esa gente? Estamos asistiendo a un auge de las dictaduras, como sucede en Estados Unidos, donde se plantea construir un muro para impedir la entrada a quienes intentan venir y, si es necesario, se les dispara. Estos problemas se exacerbarán en el futuro y provocarán una situación de riesgo existencial para nuestra especie.
—Luego hablaremos de malthusianismo y autoritarismo, pero usted antes dijo que los ocho personajes de la novela son arrojados a esa «ecosfera». ¿Se considera existencialista? ¿Lo es su novela?
—Bueno, cito a Sartre al comienzo de la novela: «L’enfer c’est les autres». El infierno son los demás. El existencialismo de Sartre, Camus y otros autores plantea la cuestión central de la existencia del ser humano: dado que somos conscientes del hecho de que vamos a morir, ¿qué sentido tiene cualquier cosa? Es difícil dar con una respuesta. Y más ahora que en los años 50, porque ahora hablamos de que existe un riesgo para toda nuestra especie. Somos una especie viable solamente porque consumimos una ingente cantidad de recursos que están provocando el cambio climático. Si seguimos siendo viables en el futuro será porque habremos transformado nuestro modo de vida en un sentido que haga que todo nos parezca extraño, ajeno, irreconocible.
Aun así, nosotros somos afortunados. Vivimos en Occidente, tenemos un hogar… Yo, por ejemplo, tengo un precioso paisaje al que mirar. Mientras tanto, millones de personas apenas tienen alimentos que comer o un lugar en el que dormir. Mi trabajo consiste en pensar en estas cosas y tratar de que mis lectores piensen de algún modo en ellas.
—Nosotros vivimos en lugares confortables, por suerte. Los personajes de su novela, en cambio, viven en una especie de zoológico. No sólo por el encierro, sino porque están bajo la vigilancia perpetua del control de la misión, de los turistas o de los telespectadores del reality show del que forman parte. No sé hasta qué punto nosotros, los terranautas de la E1, vivimos en un zoo que nos hemos construido nosotros mismos.
—Estoy totalmente de acuerdo. El experimento de la Biosphere 2 fue realmente el primer reality show en el que sus protagonistas eran observados y filmados todo el rato, lo que es bastante escalofriante. Y esta tendencia por la que todo es retransmitido… ¡míranos a nosotros! En lugar de estar sentados en un bar, sentados el uno frente al otro…
Escribí una historia hace poco, titulada SCS 750, sobre un país como China, en el que hay quinientos millones de cámaras en las calles de todo el país grabando todo lo que hace todo el mundo: una sociedad vigilada. ¿Qué tiene esto que ver con los animales en la naturaleza? ¿Qué queda de los lugares abiertos? Yo los necesito, yo no podría… Cuando Los Terranautas se publicó en Estados Unidos, la prensa y mis lectores me preguntaban: ¿vivirías tú en la E2? ¡No! ¡Por supuesto que no! Yo vivo en las afueras de Santa Bárbara, en California. La ciudad está a dos manzanas, las montañas están aquí mismo, al otro lado del cristal, y el Océano Pacífico está justo ahí, en la otra dirección. Es un espacio abierto, limpio, y puedo mantener la distancia social. No es el caso de la mayoría de la gente que vive en grandes ciudades. ¿Cómo se las apaña la gente en Nueva York, si viven en un decimonoveno y tienen que subir y bajar en el ascensor con otros vecinos? A mí esa situación me volvería loco. Soy muy afortunado por vivir aquí. Salgo fuera unas cien veces al día. Lo que más me gusta es estar en lo alto de las montañas y no escuchar nada que provenga de nuestra sociedad mecánica. Y conseguir algo así será cada vez más y más difícil. Hoy ya es difícil, con siete mil quinientos millones de personas viviendo en el planeta, y no quiero ni imaginar cómo será cuando seamos más de nueve mil millones en el año 2050. Aun así… tengo una solución para este problema [hace una pausa dramática]: ¡Pienso morir! [ríe]. Estoy en el grupo de personas de muy alto riesgo, no tanto por mi edad, sino porque [pausa] soy un pesimista [ríe].
—¿Y por qué cree que estamos obsesionados por reproducir el zoológico como único proyecto viable?
—Esta es una de las cosas más raras del experimento de la Biosphere 2, al menos desde mi punto de vista. En mi libro se llama E2, pero todos los detalles técnicos son básicamente los mismos que los del experimento real. Lo más raro es cómo lo construyeron, cómo incluyeron animales y plantas de muchos lugares distintos del planeta. Creo que hubiese sido mucho más razonable elegir un sólo bioma. Pero no: prefirieron jugar a ser dioses y crear su propio mundo. Imagínate lo siguiente: que en lugar de una Biosphere 2 se hubiesen construido diez. No importa si todas comparten las mismas especies o no. Da igual. Si las dejáramos sin contacto durante el tiempo suficiente… imagina lo diferentes que serían las especies en unas y otras debido a los efectos de la evolución. Ese experimento habría sido realmente fascinante.
—Es básicamente lo que pasó en el archipiélago de las Galápagos con los pinzones de Darwin, ¿no?
—¡Exacto! Podríamos recrear artificialmente el experimento natural que se dio en las islas Galápagos con las variedades de los pinzones: ver lo que pasa con las especies si la evolución sigue su curso en circunstancias cambiantes. Sin embargo, la NASA llevó a cabo el experimento del encierro durante un año, creo. Y quienes estaban dentro ni siquiera estaban totalmente aislados. De todos modos, ¿no sería mucho más razonable tratar de preservar la única biosfera que tenemos en lugar de intentar recrearla en un ambiente hostil? Elisabeh Kolbert escribió sobre esto en La sexta extinción: Una historia nada natural. Pero no parece ser lo que estamos haciendo.
—Hablando de las circunstancias que hacen cambiar a las especies, hace poco leí que los pacíficos y solitarios saltamontes son exactamente la misma especie de insecto que la que forma los enjambres de langostas. Bajo determinadas circunstancias, como el hacinamiento y la escasez, se reproducen muy rápido y se convierten en… ¡una maldición bíblica!
—Yo también me enteré hace poco. Es, cuanto menos, curioso.
—Entonces, ¿es cierto para los seres humanos que la existencia precede a la esencia?
—Podemos adaptarnos a casi cualquier circunstancia. Ya lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo. Somos una especie increíblemente adaptativa. No soy un misántropo, pero en lo que sí creo, como muchos ambientalistas, es en que la sobrepoblación es el mayor enemigo del planeta. Desgraciadamente sufrimos ideologías de derechas y religiones casi prehistóricas, como el catolicismo, que alientan la reproducción. La idea es tener una tribu cada vez más grande para tener más agricultores y soldados que la tribu vecina. Pero esa dinámica ya no es posible. No sé qué sucederá antes: que cambien las ideologías o que nos extingamos por falta de recursos. Una especie suele durar unos cuatro millones de años y nosotros, con apenas ciento cincuenta mil, casi acabamos de llegar. Pero si seguimos como hasta ahora, contaminándolo todo y hacinándonos en los lugares limpios que quedan, estamos condenados. Por eso quiero imaginar un escenario más esperanzador. Quizá lo encuentre algún día. Has mencionado a los saltamontes, y yo he escrito mucho sobre los insectos últimamente. Una de las cosas que más me han chocado es un estudio alemán según el cual la población de los insectos voladores se ha reducido en un 85%. ¿Qué implicaciones tiene esto? Los insectos son básicos para las cadenas alimentarias, son esenciales para los animales que se alimentan de ellos y también porque polinizan las flores. Los insecticidas agrícolas los están exterminando y, a menos que podamos evitarlo, toda la cadena alimentaria colapsará y no tendremos alimentos para todos. Es muy preocupante, y por eso he escrito sobre ello tan a menudo.
—Volviendo a un lugar confortable, antes me habló de sus largos paseos y de su situación privilegiada entre la ciudad, las montañas y el océano. He leído que usted vive en la casa George C. Steward de Frank Lloyd Wright. Desde luego, todo lo contrario a un zoológico.
—Esta es su primera casa californiana y la única al oeste de las Montañas Rocosas. Fue construida en 1909 y me siento muy afortunado de haber vivido aquí durante los últimos veintisiete años. La idea del arquitecto fue que la naturaleza formara parte de la casa. Es una idea antivictoriana, es decir, opuesta a la concepción de las casas basadas en muros. Aquí el entorno se funde con la construcción a través de materiales naturales como la madera, y la casa está rodeada por ventanas. No importa en qué lugar de la vivienda te encuentres, siempre verás naturaleza como si fuesen un cuadro infinito colgado de la pared. Es maravilloso. Sería mas problemático en climas fríos, pero no es el caso. Es una alegría vivir aquí.
—Es curioso, porque hace poco leí en la prensa que un estudio de arquitectura español se ha presentado a un concurso internacional para construir una ciudad —cómo no— en Marte. ¿Cómo cree que se las arreglaría Wright en el planeta rojo?
—¡No tengo ni idea! La verdad es que no sé demasiado de arquitectura. Como vivo aquí he aprendido muchas cosas de Wright, y he escrito un libro sobre su mujer. Pero no lo sé, su arquitectura está pasada de moda. Proviene del siglo XIX, y sólo diseñaba casas para personas realmente ricas. De lo que estoy seguro es de que hubiese odiado la arquitectura vertical basada en enormes torres de hormigón y acero. Aunque también es verdad que si todo el mundo quisiese vivir en una casa parecida a esta, necesitaríamos que el planeta fuese por lo menos diez veces más grande.
—Desde luego. La mayoría de nosotros vivimos en algo parecido a las hiper racionalistas machines à habiter de Le Corbusier: en pequeñas celdas de una colmena. El problema de la E2 es que es una celda aislada. Sufre el mismo riesgo que tendrían los muebles de Ikea si no tuvieran piezas sobrantes, que si rompes accidentalmente algún «plastiquito» ridículo que resultaba ser esencial y no hay repuesto, te quedas sin mueble. La cuestión es que en la E2 también tienen imprevistos. Sin ir más lejos, se les cuelan mosquitos —nuestro más antiguo y brutal asesino, según el reciente libro de Timothy Wineward—. ¿Podemos confiar en los planes maestros, ya sea para colonizar otro planeta o para intentar preservar el nuestro?
—La teoría del caos… no se puede confiar absolutamente en ninguna predicción porque todas están sujetas a pequeños imprevistos que conducen a resultados inesperados. Los mosquitos son el primer polizón que descubren los protagonistas de Los Terranautas, pero no son los únicos. En el experimento real de la Biosphere 2 se les coló el virus de la gripe a pesar de todas las precauciones. Y tú y yo estamos confinados en casa tratando de evitar esta maldita plaga. Es irónico… No sé hasta qué punto podremos mantenernos aislados de ella.
Por cierto, he escrito algunas historias sobre esto. Una de ellas se titula “Are we not men” y trata sobre la tecnología CRISPR/cas9, que nos permite diseñar criaturas transgénicas de forma mucho más rápida y sencilla que antes. Puedes ver los resultados en las tiendas de mascotas, en ese pez que brilla en la oscuridad porque tiene un gen de una medusa luminiscente. Esta tecnología podría ser usada con buenos propósitos, y una de sus aplicaciones ha sido la de intentar eliminar a los mosquitos y así prevenir muertes relacionadas con las enfermedades que transmiten. Se han creado mosquitos macho infértiles que se liberan a la naturaleza. Las hembras que traten de reproducirse con estos insectos no tendrán descendencia y así se reduce su población. Siguiendo este razonamiento, algunas personas abogan por eliminar completamente los mosquitos. ¡Error! ¡Grave error! Ya hablamos antes del declive de los insectos voladores: parecen insignificantes, pero quizá no lo sean. No es posible controlar los efectos que tendría su erradicación en toda la cadena alimentaria. Como hemos dicho antes, muchos otros animales, como los murciélagos o las ranas, dependen de los mosquitos: son su comida. ¿Qué sucedería si los eliminamos? ¡Nadie lo sabe! El número de pájaros insectívoros ha caído en picado… Todo depende de lo redundante que sea la cadena alimentaria y, si es frágil, nosotros mismos estamos en grave peligro. Quizá llegue el día en el que bajemos al supermercado y nos encontremos con un cartel: “Lo siento, no hay comida”. Al día siguiente todos nos convertiremos en perros y gatos, nos comeremos hasta las ratas, y al día siguiente…, quizá nos comamos entre nosotros.
—¡Uf! Así que además de langostas… ¡caníbales! Por cierto, y hablando de comer insectos, se me ocurre una solución: la ONU ha recomendado que, en lugar de comer proteína animal, comamos bichos. No seríamos los primeros. Creo que Marvin Harris cuenta que los mayas habían reducido tanto sus fuentes de proteína animal que comían una gran cantidad de insectos… antes de comerse la carne de otras personas previamente sacrificadas. ¿Por qué no experimentaron con esa opción en la Biosphere 2? ¿Cree que los terranautas del libro se habrían vuelto locos? ¿Lo aceptaría nuestra sociedad hamburguesívora?
—¡Te me has anticipado por completo! Y precisamente sobre eso estoy escribiendo ahora, sobre las dietas basadas en insectos. La verdad es que creo que es una buena idea, aunque reconozco que no los he probado aún [ríe]. Lo estoy explorando poco a poco. Los beneficios son enormes. No habría que sostener una población inmensa de vacas, cerdos y pollos, y nos ahorraríamos toda la comida que gastan y la contaminación que generan. Por no mencionar la cuestión del sufrimiento animal. Podríamos tener granjas de gusanos y de grillos en su lugar, e incluso tener pequeñas producciones dentro de nuestras casas. No sólo sería una fuente de proteínas de buena calidad y libres de grasa. Además, son vectores de muchas menos enfermedades que los grandes mamíferos. Estoy bastante seguro de que son el futuro. Además, hay otra tecnología que me llama mucho la atención: somos capaces de producir filetes de ternera en un laboratorio, sin necesidad de criar y matar previamente al animal. Podemos extraer una pequeña muestra de tejido muscular de una ternera y, básicamente, hacerla crecer en una placa de Petri. Esa sería otra alternativa para deshacernos de los mil millones de vacas que estamos manteniendo en la actualidad en todo el planeta.
—Sí, aunque creo que habría algunas limitaciones para que los laboratorios produjesen hamburguesas masivamente. En teoría también pueden sintetizar petróleo, pero en la práctica no parece que sea una solución a nuestras necesidades de energía.
—Totalmente de acuerdo. Deberíamos reducir a cero nuestro consumo de petróleo en los próximos años, pero las grandes empresas nos lo impiden y nos gobernarán hasta que suceda el colapso.
—En todo caso, ¿no es extraño que en un supuesto sistema cerrado todos los sistemas esenciales dependan de una fuente de energía externa?
—Quizá. Pero el sistema energético en la Tierra es el mismo: dependemos del Sol en última instancia. ¡Tampoco la Tierra es un sistema cerrado! Y podríamos aprovechar directamente la energía solar en lugar de usar derivados fósiles. Pero es verdad. En un momento dado, los terranautas se quedan sin electricidad. Eso pasó de verdad en la Biospehere 2. Un camión chocó con un poste de luz y hubo un apagón. Sin electricidad, se habrían frito allí, en medio del desierto de Arizona, en dos días.
—Hablando de dependencias, en la E2 sus terranautas carecen de familia, de Estado, de mercado, de religión… ¿Hace falta algo más que ocho individuos para construir una sociedad viable?
—No estoy seguro. Los terranautas son un equipo, deben trabajar juntos porque de lo contrario morirían de hambre. Igual que en el mundo real. Por otro lado, en la sociedad en la que yo he crecido hemos sido educados en el individualismo y en el cuestionamiento de la autoridad. Creo que podemos cooperar sin dejar de ser individuos. De hecho, para tener sociedad, necesitamos seguridad en nuestros derechos individuales. El problema en la E2 es que, una vez encerrados dentro, los protagonistas se llevan consigo sus rasgos de carácter, su visión del mundo, de las personas y de la propia misión, y se exacerban sus propios problemas.
—Precisamente. Si no recuerdo mal, los tripulantes de la misión Apolo 11 (Collins, Aldrin y Armstrong) no eran, digamos, amigos. Pero su relación, o la falta de ella, no puso en peligro la misión, aunque difícilmente hubiesen soportado un encierro indefinido.
—Por supuesto. Somos animales racionales, pero más animales que racionales. Y los animales necesitan espacio, son territoriales, y se juntan para hacer frente a otros grupos rivales. La cooperación, en la vida animal o social, surge de la competición, que es el eterno telón de fondo. Por eso ese tipo de misiones a largo plazo nunca prosperarán: cuando estás confinado con otros, aunque seas un santo y la gente que te rodea también lo sea, con el tiempo terminarás por odiarlos.
—Langostas en vez de saltamontes… ¿Qué me dice de sus personajes?
—En el libro hay un constante cambio de roles a medida que se los conoce y avanza la historia. Pero creo que si coges a ocho personas al azar y las juntas, como sucede en la formación de los jurados populares, ese grupo encontrará su líder, su antagonista, etc. Es inevitable. Y también es la razón por la que me gusta ser un individuo independiente, incluso estar solo y no tener que tratar con nadie [sonríe]. Pero, por la misma razón, necesito la interacción con los otros y eso es lo que realmente echo de menos en este confinamiento.
—Preparando la entrevista he visto un vídeo de 2006, cuando se publicó Los Terranautas en Estados Unidos. En un encuentro con lectores, usted leía las páginas en las que por primera vez habla uno de sus personajes: Ramsay Roothoorp. Tengo que reconocer que durante la mayor parte del libro me pareció un psicópata.
—No estoy seguro de si lo es en términos estrictos. Lo que es seguro es que es un manipulador hambriento de poder. Un ser humano, al fin y al cabo. Lo más difícil a la hora de crear personajes es permitirles tener defectos. Un personaje así es mucho más divertido para el escritor y también para el lector.
—Una cosa muy llamativa de la novela es la importancia del trabajo. Los personajes se presentan y entran a la E2 como científicos, pero una vez dentro se convierten en agricultores de subsistencia, muy preocupados por la siguiente cosecha.
—Sí. Todo eso se basa en lo que sucedió realmente en la Biosphere 2. Todos sus habitantes perdieron peso porque, al contrario que nosotros, dedicaban largas jornadas a cultivar alimentos de cuyos frutos apenas conseguían las calorías que invertían. Creo que ésta es una de las lecciones principales del experimento: no es tan sencillo.
—Otra dimensión fundamental de la novela es el sexo. En nuestra especie, las dimensiones social y sexual se confunden. En la E2, el sexo no es precisamente un recurso escaso, sino que abunda. Parece que es la moneda con la que se pagan favores, o un instrumento para vengarse de otros.
—Como en la vida real. Exacto, nuestras relaciones, y especialmente las sexuales, son bastante intrigantes. Cuatro hombres y cuatro mujeres encerrados durante dos años. ¿Qué crees que iban a hacer? Obvio. Tienen sus affairs, y el sexo se convierte en otra expresión animal de nuestra especie. Luego podemos hablarlo, expresarlo, racionalizarlo…
—Parece que el trabajo, el sexo y la razón son más una condena que un don.
—Totalmente. Cuando era chaval tenía una idea sobre cómo funcionaba el mundo, pero no me daba cuenta de hasta qué punto todo lo que hacía estaba predeterminado por las hormonas que fluían por mi cuerpo. Fui un chico dándome cabezazos contra la pared tratando de entender algo, encontré novia, tuvimos sexo, tuvimos hijos, una casa, etc.
Creemos que tenemos libre albedrío, pero creo que nos parecemos mucho más de lo que pensamos a los animales que corretean libres. Estamos confinados en nuestra biología, determinados por ella. Si la vida tuviera un propósito, éste sería reproducirse. Es lo que intenta cada criatura viva. Como dijiste antes, considerados colectivamente no somos tranquilos saltamontes, sino voraces langostas. Aunque ésta es sólo una forma muy negativa de ver las cosas. Me gustan mis compañeros humanos, pero también me gusta mantener la distancia [Ríe]. Todos necesitamos nuestra propia individualidad, nuestra propiedad, nuestro espacio. Pero, ¿qué han hecho los ricos y poderosos para mantener sus imperios? Ellos también quieren más espacio, más riqueza y un muro que los rodee. Como Turquía o Estados Unidos. Eso es lo que la gente quiere. Espero que mis lectores hispanohablantes disfruten con estos temas, a los que he dedicado mi obra desde el principio, justo a los temas de los que hemos estado hablando. Me gustaría encontrar una respuesta para estas preguntas. Por supuesto, no tienen respuestas sencillas, o puede que no haya respuestas en absoluto. Pero trato de jugar con estos escenarios para estimular mi imaginación y también la de mis lectores. Para tener, de alguna forma, la conversación que estamos teniendo ahora. Y quizá todo esto contribuya a impulsar una sociedad más verde.
—Volviendo al tema de las consecuencias, el sexo tiene la consecuencia (conveniente o inconveniente, según las circunstancias) de la reproducción: un tema que llevamos tiempo sobrevolando. En el paleolítico, por norma general, las mujeres tenían un estatus que sólo han recuperado en las sociedades actuales más igualitarias. En el neolítico, como dijo antes, se convirtieron en fábricas de hijos, de agricultores y soldados. ¿Cabe esperar lo mismo de las mujeres que entraron como científicas en la E2?
—Se ha demostrado que cuanto más estudien las mujeres y cuanto más se liberen de esa clase de servidumbre según la cual tener hijos es su única función, tanto mejor. Lo ideal es que en las democracias avanzadas las mujeres tengan la oportunidad de desarrollar todo su potencial. Lo interesante del experimento que ficciono es que eran cuatro hombres y cuatro mujeres que no tenían relación previa, más allá de ser parte del mismo equipo de misión. Cada uno podía encontrar la manera de serle útil al proyecto de una forma distinta. Pero, conectando con lo que dijimos previamente, creo que el horizonte aceptable en estas circunstancias concretas en las que vivimos es tener menos hijos. Por el bien de todos.
—Y sin embargo, ése era el plan sobre el que se basaba toda la misión. Me han sorprendido las referencias a lo largo de la novela a la contracepción, el aborto e incluso el infanticidio, cuestiones clásicas de la antropología. El control de la población ha sido una obsesión de las sociedades paleolíticas, pero algo cambió, su plan no salió bien. ¿No cree que, como muchas otras cosas, el neomalthusianismo puede tener consecuencias inesperadas?
—Es verdad. El proyecto de la Biosphere 2 terminó a los dos años. Pero mi imaginación me decía: ¿y si hubiese durado cien?
Al final del libro nos encontramos con un nuevo terranauta. ¿Cómo será tras dos años allí dentro? ¿y después de cincuenta? ¿sufrirían los efectos de la sobrepoblación? ¿qué haría el control de la misión? ¿quién tomaría qué decisiones y por qué? Quizá lo veamos [ríe]. Apenas tenían comida para ocho personas, y se enfrentan al problema de alimentar a nueve.
Parte de mi trabajo como novelista es trabajar con experimentos mentales, con la idea de “qué sucedería si…”. Mencioné antes la teoría del caos, los mosquitos… ¡nadie puede tener el control absoluto de una situación! ¡simplemente sucederá! Incluso si eres el control de la misión, o Dios…, ni siquiera Dios lo puede todo. Sí, en la vida hay mucha contingencia. Por otro lado, Malthus fue falseado por los hechos. Podemos alimentar a mucha más gente de la que él creía. No contó con la revolución verde —la producción industrial de fertilizantes, es decir, todo lo contrario a una revolución ecológica—, pero mientras tanto los insectos están muriendo, las abejas están muriendo, y sin polinización la cadena alimentaria está en grave riesgo. La cuestión es que no podemos multiplicar la población indefinidamente. Es como el capitalismo. ¡Genial! Aquí estamos, rodeados de cosas y productos maravillosos. Pero al cabo promueve una sociedad basada en la producción y el consumo infinitos en un mundo limitado. Y el final no va a ser bonito.
—Parece que al final todo es una cuestión de sobreproducción: de basura, de personas, de mercancías…
—¡Sí! En mi libro Drop City, publicado en 2003, hablo de la era hippie. Está ambientado en Alaska, donde un grupo de personas viven de forma autosuficiente. Ese era el objetivo de los hippies: dejar la ciudad y su ethos capitalista para tratar de vivir de una forma más simple, como se ha hecho durante siglos. Pero en el fondo no podemos, porque somos demasiados. No podríamos alimentar a tanta gente con un modo de producción tan extensivo. En un entorno como el de Alaska, una persona necesitaría unas 20 millas cuadradas [aproximadamente 50 kilómetros cuadrados]. No podemos ir hacia atrás.
—Esto que me cuenta me recuerda a la película Captain Fantastic, y me gustaría terminar con esa idea: el regreso, una cuestión posible o imposible. Me gustaría leerle unos versos de T.S. Eliot: we shall not cease from exploration / and the end of our exploring / will be to arrive where we started / and know the place for the first time. [No dejaremos de explorar / y el fin de nuestra exploración será llegar donde empezamos / y conocer el lugar por primera vez].
—Bonito y cierto. No creo que nuestra especie se extinga, pero sí creo posible que pase algo como lo que relata Cormac McCarthy en su novela, después hecha película, The Road [La carretera] Obviamente, cuando una especie animal experimenta sobrepoblación, algo la reducirá: la guerra por los recursos, por la comida, o incluso la escasez de alimentos provocada quizá por el exterminio de los insectos, o nuevas enfermedades, como una pandemia más letal. En nuestra sociedad nos necesitamos unos a otros para funcionar. Igual que en la E2, donde todos los miembros del equipo son necesarios y necesitan cooperar para sobrevivir. Sea lo que sea que venga, empezaremos de nuevo. No sé si volveremos a ser cazadores y recolectores, quién sabe. La gente dice: ¡Salvemos el planeta! Pero el mundo seguirá aquí otros cuatro o cinco mil millones de años, hasta que el Sol se convierta en una bola gigante roja y engulla el sistema planetario. Lo que realmente quieren decir es: salvemos nuestra especie. De eso trata el libro, y sobre eso tenemos que reflexionar en profundidad.
—Quizás hasta encontremos la felicidad en el camino.
—Quizás.
—————————————
Autor: T. C. Boyle. Traductor: Ce Santiago. Título: Los Terranautas. Editorial: Impedimenta. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: