Aseguraba San Agustín saber lo que es el tiempo, siempre y cuando no se lo preguntasen. Supongo que algo parecido me sucede a mí con la poesía. Tengo la impresión de que intentar definir la poesía, intentar diseccionarla, es, quizá, ir en contra de su propia naturaleza. Empecé a disfrutar de la poesía cuando dejaron de explicarme en las aulas qué significaba el laúd y las rojas lenguas de fuego de Bécquer o el olmo viejo, hendido por el rayo, de Machado.
Tampoco sé si la poesía necesita ser reivindicada. De algún modo, todo lo que se reivindica acaba por resultar innecesario. Quizá, como afirmaba Nicanor Parra, todo es poesía menos la propia poesía. Y, sin embargo, pasado el fuego de artificio de la Feria del Libro, con sus mediáticos escritores como monos de feria (nunca mejor dicho) tras las casetas, me veo en la necesidad de hablar de Tacha y, por extensión, de su autor, Francisco José Martínez Morán. Un tipo que firma sus libros con nombre compuesto y dos apellidos, a la manera de los clásicos. Intuyo que no por casualidad; que Francisco siente la literatura, siente la poesía, como parte de un conocimiento elevado al que uno sólo puede aspirar desde la dedicación espartana; diría incluso monacal, con la que construían sus textos los viejos poetas. No hay día sin verso, o algo parecido, me aseguró una tarde. Traspira Francisco un regusto a escritor añejo. En tiempos donde la lírica nos interpela a través de las redes sociales en forma de tweets, le imagino encerrado en su cuarto con cuello de lechuguilla y manchas de tinta en la yema de los dedos. Convencido de que la literatura es un oficio al que uno debe pleitesía y no un escaparate virtual en el que autopromocionarse.
[…]
Trabajo. Certifico mi existencia.
Empiezo a ser yo más de lo debido.
Así es su última obra, Tacha (Editorial Renacimiento). Conserva toda la esencia de la técnica y el gusto por el buen hacer de los clásicos y, sin embargo, su ritmo, su frescura, nos golpea como si se tratase de música moderna. Como un joven púgil que trata de arrinconarnos contra las cuerdas, pero que en su intento baja la guardia, sin que parezca importarle recibir algún golpe por el camino; convencido de que la verdadera lucha se encuentra en el cuerpo a cuerpo.
No sé si es este su poemario más personal (algo que no deja de ser un lugar común), pero sí es el nuestro, al menos el mío. Y, a fin de cuentas, la literatura (puede que más la poesía) es tanto de quien la escribe como de quien la recibe.
Resulta paradójico su título, Tacha, pues parece la obra que menos se ha preocupado de tachar, de perfeccionar, de reescribir hasta el límite de la perfección que impone la técnica, que en otras parecía obsesionarle. A veces el exceso de técnica ahoga el talento y crea obras artificiosas de musicalidad irreprochable y sentimiento difuminado.
O puede que sea su poemario más garabateado para después volver a mostrarnos qué había detrás de cada uno de los tachones. No en vano alcanzar la sencillez requiere el mayor de los esfuerzos. Sea como sea, lo que es seguro es que se trata de un poemario necesario, que se perderá lamentablemente, como todo lo necesario, dentro del ruido mediático.
Nos habla Tacha de todo lo que hemos dejado por el camino, del pasado, de la propia imposibilidad de la poesía por expresar los sentimientos y de muchas cosas más que nos pertenecen a todos.
Estrictamente nada, este poema.
Nada su piel de tinta,
nada su incomprensión
de los signos vitales,
nada de pulso o víscera,
nada entre nada y nada.
Si algo de lo que sé sirviera de algo,
jamás lo escribiría en un poema.
Nos habla Tacha, en definitiva, de nosotros mismos. De todo lo que, por el camino, hemos ido tachando y quizá debamos recuperar de nuevo.
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Autor: Francisco José Martínez Morán. Título: Tacha. Editorial: Renacimiento. Venta: Amazon y Casa del libro
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