Millones de víctimas provocadas por el antisemitismo y el holocausto del siglo XX son apenas un número en el imaginario de los lectores, a los que la mexicana Tamara Trottner ha intentando «remover» con su novela Pronunciaré sus nombres (Alfaguara), en la que narra la mirada y el dolor de sus abuelos perseguidos por los nazis y rusos antes de huir a México.
Pronunciaré sus nombres es la precuela de la anterior novela de Trottner, Nadie nos vio partir (2020), que adaptará Netflix en formato serie en 2025. Esta última cuenta la historia del secuestro de la escritora a sus cinco años por parte de su padre a modo de venganza tras una disputa entre sus dos familias. Aunque en este caso ella no sea la protagonista directa, sus abuelos maternos no fueron solo sus personajes principales, sino los detonadores de un libro en el que narra su huida de Ucrania y Rusia hasta llegar a la comunidad judía mexicana.
«Cuando empecé a escribir Pronunciaré sus nombres casi al mismo tiempo empezó la guerra en Ucrania. Y yo decía: «Otra vez Ucrania, otra vez donde mi abuelo, otra vez este mundo, otra vez estas personas teniendo que huir». Sin ponerles nombres, sin ponerles miradas, sin entender que son seres humanos cada uno, dejando todo lo que son para tratar de moverse a otro lugar, para tratar de sobrevivir». Trottner revela que al reunir toda la información necesaria para la semblanza de su familia sentía «la obligación de honrar a ese pasado para honrar el futuro». Además, advierte que no fue sencillo, ya que fue una labor de vida y muchas de las entrevistas a sus familiares se fueron perdiendo entre la memoria y el tiempo desde la primera vez que vio la foto de su abuelo Moishe junto a un barco justo antes de irse a «hacer la América». Esa mirada «lejana y joven» de su abuelo fue la que le animó otra vez a escribir: saber quién era y cómo lo hizo se convirtió en la historia que realmente «necesitaba contar urgentemente».
«Yo desde muy chiquita entrevistaba a mis abuelos, tenía este llamado de saber y conocer sus historias. Con mi abuelo jugaba dominó mientras él me iba platicando sus historias. A mi abuela sí la grabé en esta época en que se usaban grabadorcitas chiquitas y cassettes, pero ya se me ha mezclado lo que me contaron», admite la autora. Ante la imposibilidad de recuperar los recuerdos de muchas víctimas fallecidas, Trottner consideró que las generaciones jóvenes «tienen la obligación», si todavía tienen abuelos vivos, de investigar de qué se trata su pasado. «Por favor, si tienen abuelos (deben) entrevistarlos, mírenlos a los ojos y reconozcan esa mirada y entiendan su historia porque esa historia es la de ustedes».
Las memorias de Trottner desnudan realidades generacionales a partir de distintas tramas, aunque todas se asemejan al estar escritas desde la máxima «intimidad» posible. «Hay una frase que me marcó: «Un escritor que no se desnuda no merece ser leído». Y yo creo que los lectores saben cuándo una historia realmente sale de las entrañas y realmente el escritor está poniendo ahí todas sus verdades». A pesar de la controversia del desnudo propio y familiar, Trottner siempre se abre a sus verdades porque afirma con firmeza que «si no lo hace desde sus vísceras, no le sale».
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