Foto de portada: © FHE / Stefania Mucci
Ramos Sucre entró en la oscuridad y se perdió en ella. Arrastrado a la locura por el insomnio, descubrió «un cortejo de relámpagos que sobresaltaba tus ojos de violeta». ¿Quién está cuerdo y quién no lo está? El camino al encuentro de la belleza es tortuoso, terrible. Sucre todavía espera ser rescatado; que su difícil viaje cobre sentido. En el Festival Hispanoamericano de Escritores pusieron su granito de arena para lograrlo. Un congreso literario se organiza para recordar, y también para festejar. Ambos objetivos fueron conseguidos en La Palma. La memoria debe ser siempre el motor de nuestros actos, la razón de nuestro viaje, de ahí que en la plaza de España de Los Llanos de Aridane resonaran los textos escritos por el olvidado Ramos Sucre, que decidió acabar con su vida el día que cumplía los cuarenta años. El poeta murió, pero no sus versos; impregnaron a nuevos lectores, que se convirtieron luego en escritores, contadores de historias que trajeron las aguas del Orinoco hasta la costa de Tazacorte. Y después del recuerdo, llegó la celebración: la de José Balza, Alberto Barrera Tyszka, Silda Cordoliani, Igor Barreto, Juan Carlos Méndez Guédez, Yolanda Pantin, Rodrigo Blanco Calderón, Juan Carlos Chirinos, Karina Sainz Borgo, Michelle Roche y la de toda una larga nómina de escritores venezolanos que pasaron por este festival. Junto a ellos, un buen número de autores canarios y peninsulares —como Elsa López, María José Solano y Ernesto Pérez Zúñiga entre otros muchos— siguieron los pasos de sus hermanos venezolanos al ritmo de las maracas y la bandola de este tremendo joropo literario.
Se clausuró esa primera jornada —en la que también hubo espacio para el tributo a Jerónimo Saavedra Acevedo, quien fue el primer presidente de la Orden Galdosiana, asociación cultural organizadora del FHE— con una mesa, moderada por Valerie Miles, en la que participaron algunas de las figuras más destacadas de las letras venezolanas, una senda literaria que comienza con los petroglifos indígenas, continúa en el siglo XIX con Juan Antonio Navarrete y se consolida con el mencionado Ramos Sucre y el eterno nominado al Nobel Rómulo Gallegos. El testigo de toda esa riqueza lo recogieron y transformaron autores como los que estaban esa noche en la tarima: José Balza, Ígor Barreto y Ana Teresa Torres. Antes de que ellos hablaran, lo hizo el premio Cervantes de 2022, Rafael Cadenas, que envió desde Venezuela un saludo a los presentes, de la mejor de las maneras posibles, con sus versos.
Durante seis días, el festival reunió a casi 50 escritores de diversas nacionalidades, con especial protagonismo de 24 autores del país invitado durante esta sexta edición, Venezuela. Autores que viven en el exilio y otros que siguen en el país, amigos que se reencontraron después de muchos años gracias a este congreso. El martes tocó explicar la literatura venezolana en una mesa moderada por Karina Sainz Borgo, en la que participaron Rodrigo Blanco Calderón, Nieves María Concepción Lorenzo, Gustavo Guerrero y Juan Carlos Méndez Guédez. El miércoles fue el turno de la diáspora —que ruge gracias al trabajo de años de los dos Juan Carlos, Méndez Guédez y Chirinos, y tiene una espléndida continuidad con Sainz Borgo y Blanco Calderón— y de una de las mesas más entretenidas del congreso, la dedicada a Simón Bolívar y Francisco de Miranda. A la jornada siguiente, las estrellas fueron las protagonistas. Un buen número de participantes subió hasta el Roque de los Muchachos, donde está situado uno de los más importantes observatorios astronómicos del mundo. La relación entre el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) y la literatura se solidificó con una obra titulada En un lugar del Universo…, en la cual hay textos de autores que participaron en las primeras ediciones del Festival Hispanoamericano de Escritores de La Palma, como Mario Vargas Llosa y Rosa Montero.
Uno de los grandes éxitos de esta edición ha sido la participación de más de mil estudiantes de secundaria provenientes de nueve institutos de la isla de La Palma. Estos jóvenes han asistido a una decena de actividades diseñadas con el objetivo de acercarlos a la literatura y la creación artística, como los talleres de Vasco Szinetar —el fotógrafo de escritores que inventó los selfis cuando nadie sabía que eran los selfis, quizás ni él mismo—, el del periodista Domenico Chiappe —un cronista de los de antes, de los que olfatean las historias sin prisas y las cocinan sin pensar en los clics— y la mesa redonda sobre «revistas y periódicos, articulistas y cronistas», en la que participaron el mencionado Chiappe, el escritor y guionista Barrera Tyszka —ganador del premio Herralde y del Tusquets; el hombre de la eterna sonrisa— y María José Solano —autora de Jerez y Una aventura griega, cofundadora de Zendalibros y coeditora de la editorial Zenda Edhasa—. Después de que María José —apasionada viajera literaria— nos llevara a dar la vuelta al mundo con Julio Verne, terminamos la mesa con la IA como protagonista. Hubo división de opiniones con esta cuestión, pero un robusto quórum sobre quién es el mejor creador de contenidos —como dicen ahora— en español: don Miguel de Cervantes Saavedra.
Los organizadores del FHE dejaron para el final dos intensos homenajes. El primero fue el dedicado a Pepe Esteban, un «ser legendario» —como lo definió Armas Marcelo—, una de las figuras más destacadas de las letras del siglo XX, como escritor, editor y tertuliano —de los de verdad, de los del Café Gijón—, y también uno de los personajes más interesantes de nuestra historia reciente, que toreó al alimón con Cantinflas, cantó coplas eróticas al expresidente Felipe González en la «bodeguilla», compartió conversaciones con Pío Baroja, conoció a Ernest Hemingway en el entierro del autor de Zalacaín el aventurero, viajó a Moscú para reunirse con La Pasionaria siguiendo órdenes de Santiago Carrillo y fue el encargado de preparar la famosa reunión entre este último y Manuel Fraga Iribarne. El último bohemio de España tuvo la noche que se merecía, entre risas, recuerdos, aplausos y whiskies. El segundo tributo, el que se rindió a José Balza, sirvió para cerrar la sexta edición del Festival Hispanoamericano de Escritores. J. J. Armas Marcelo, Juan Carlos Chirinos, Silda Cordoliani y Carmen Verde Arocha, coordinados por Ernesto Pérez Zúñiga, glosaron las virtudes de la prosa de uno de los grandes autores vivos de las letras en español, mientras el público reclamaba a gritos el Cervantes con la misma fuerza que en Las Ventas se piden las dos orejas para el triunfador de la tarde.
Cuando Andrés Eloy Blanco escribió «Las uvas del tiempo» quizás no era consciente de que su poema iba a servir para unir España y Venezuela con una fruta. Los versos del poeta exiliado instauraron en su país natal, desde el 31 de diciembre de 1923, la costumbre de despedir al año —y celebrar el siguiente— con un racimo de 12 uvas. Durante una semana, los lazos entre venezolanos y canarios y peninsulares se estrecharon en el quiosco de la plaza de España de Los Llanos, bajo la sombra de árboles centenarios, entre tragos de cervezas Dorada, rones, vinos blancos y también guayoyos y hasta poleos. Termina el festival. Muchos recuerdos, viejos amigos que lo son más y una larga lista de nuevos compadres: Vasco, Rodrigo, Alberto, Sandoval, los Ernestos, Slavko…
Poco antes de marchar, me cuenta Anelio que Nicolás Melini, el director del festival, fue un fino zurdito que cuando debutó en la cancha del club de fútbol de La Palma sorprendió a todos con un gol desde el centro del campo. Este año repitió la jugada otra vez más. También Armas Marcelo fue futbolista, en el Real Madrid, aunque sostiene Analio que éste era más fajador. Para llevarle la contraria, JJ se tiró una fina vaselina al despedir el festival: «Ojalá esta edición se pueda repetir dentro de dos años en una Venezuela libre». Firmamos lo de repetir el congreso, y también lo de la libertad. Este festival ya es muy grande, ahora amenaza con convertirse en leyenda.
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