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Tánger y Edward Hopper

Tánger y Edward Hopper

A medida que Josephine va poniendo en orden sus recuerdos, las realidades pasadas y presentes se entremezclan y contradicen. ¿Qué le ocurre? ¿Cuál es el problema? ¿Es tal vez amnesia? ¿Locura? El autor nos lleva de la mano en un viaje por la Tánger ancestral, la Tánger misteriosa, la Tánger onírica, en una inquietante historia de silencio y soledad, hasta una conclusión inesperada en la que las respuestas se tornan de nuevo en preguntas.

Luis Salvago reflexiona en Zenda acerca de la escritura de Josephine (Galaxia Gutenberg).

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Hay ciudades que adquieren dimensiones inesperadas, que parecen moldeadas por la materia de los sueños, reflejos en un cristal plateado, un recoveco en los laberintos de la imaginación. Tánger parece encarnar ese ideal perfecto de lugar sin lugar, de tiempo sin tiempo, de un aire antiguo de respiración. Si existe tanta obra de ficción inspirada en esa ciudad no es por casualidad. Tánger da pie a sugerir historias profundas, historias cargadas de exotismo, de belleza salvaje, de elementos más propios de la ensoñación que de la desnuda realidad. Dicen que cuando se estrenó Casablanca, la idea original de Michael Curtiz no era retratar la ciudad de Casablanca, sino aquel Tánger Internacional que en la Segunda Guerra Mundial devino nido de espías.

En mi caso, Tánger era esa ciudad de otro mundo a la que mis padres acudían con una cierta frecuencia, como si siempre se olvidaran de algo que los obligara a volver. De esas visitas de mi temprana edad aún guardo en la memoria figuras sin rostro, texturas, rincones y personajes de una forma tan vívida que podría reconstruirla solamente con el sonido de las ruedas de sus carros, el balido de los corderos, el olor de las aceitunas, de los encurtidos, de la carne expuesta sobre los mostradores del Zoco Chico.

"Entre esas figuras de Tánger que conservo está el brillo de la cacharrería de los aguadores, de los flecos de sus sombreros de lana, del ruido del agua salpicando el fondo de un vaso de metal"

Pero, ante todo, Tánger es sueño. Y es por ello que en una novela donde su presencia es casi absoluta, irrumpe con fuerza un lugar anómalo, una entelequia, un capricho de la Naturaleza de la que es metáfora el Ojo del Sol. Si en Josephine se habla de Maine o de las grandes formaciones rocosas de Monument Valley no es por casualidad, tampoco lo es por lograr una mayor eficacia del argumento, por una intención de romper un exotismo con otro exotismo o añadir a la historia un mundo extraño que alimente la sensación de transitar por los escombros de un sueño. El Ojo del Sol es el punto de vista distinto desde el que observamos Tánger como si desentrañáramos ese sueño, como si lo viéramos desde fuera, desde la vigilia, aunque ese punto de vista, justamente, nos proporcione otra forma de realidad.

Entre esas figuras de Tánger que conservo está el brillo de la cacharrería de los aguadores, de los flecos de sus sombreros de lana, del ruido del agua salpicando el fondo de un vaso de metal. Habían perdido el oficio de dar de beber y habían aprendido a posar como turistas, como un vestigio, como un fantasma hecho carne que estiraba la mano para pedir a cambio unas monedas para comer.

"Por supuesto, para escribir Josephine hubo que zafarse de la garra de la melancolía, porque la melancolía socava los cimientos de una historia, los corrompe"

Tánger es también la historia de Juanita Narboni, que tan bien nos contó Ángel Vázquez en su obra maestra La vida perra que, inevitablemente, aparece en las páginas de Josephine como una necesidad. Tánger resuena bajo los tacones de sus zapatos, en la banda sonora de las películas francesas, se desmenuza en el contenido de una piñata que cuelga del techo del teatro Cervantes para solaz de los habitantes europeos de Tánger, ciudad que creían suya sin caer en la cuenta de que vivían un sueño.

En Josephine hay mitos, porque solo un mito puede explicar la presencia de Ramón Novarro, ese actor que en una película encarnaba el latin lover por antonomasia y en la vida privada era un ser fallido, un alma incompleta que buscaba en privado la satisfacción absoluta de un deseo inhibido. Mito es también Josephine Baker, esa mujer exuberante, de eterna sonrisa, que en su fuero interno atesoraba la más honda melancolía. Mitos son John Wayne y Michèle Girardon en Hatari!. Es también el Café Hafa, donde Truman Capote, Jack Kerouac, Tennessee Williams o Jean Genet apuran sus vasos de té verde con hierbabuena y miran a ese horizonte donde se mezcla el agua del Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, cerca de la cueva donde durmió Hércules antes de robar las manzanas del Jardín de las Hespérides.

"Una gran parte de la historia la narran los cuadros de Edward Hopper. ¿Quién, si no, iba a expresar de mejor manera el sentimiento de melancolía desde una ventana, a ras de la vía de un tren, desde la butaca de un vagón?"

Por supuesto, para escribir Josephine hubo que zafarse de la garra de la melancolía, porque la melancolía socava los cimientos de una historia, los corrompe, hace del edificio narrativo una estructura endeble que en cualquier momento puede caer. Fue necesario traspasar esa barrera y recurrir al rigor de la historia, a los recuerdos de mis padres, esos mismos que hablaban de Apolinar, un sastre que cosía los mejores trajes de Tánger, de las rutilantes Galerías Lafayette, del cine Alcázar, del Rif, del Mauritania, donde seguramente muchos extranjeros vieron Hatari! por última vez.

Pero la melancolía es también una manifestación humana, y por tanto narrativa. Es por eso que una gran parte de la historia la narran los cuadros de Edward Hopper. ¿Quién, si no, iba a expresar de mejor manera el sentimiento de melancolía desde una ventana, a ras de la vía de un tren, desde la butaca de un vagón? Los cuadros de Hopper atan las escenas con la mirada, muestran unas veces el cuerpo esquivo de Josephine, su mujer y modelo, y otras colocan al espectador-lector en un lugar equívoco, como si el paisaje no fuera la expresión de la realidad, sino más bien el fondo de un sueño.

Josephine, por tanto, surge de todos esos mitos de los que bebe Tánger, surge de Josephine Baker, surge de un rinoceronte, de una casa al pie de una vía, de un balcón que mira al puerto.

Porque es allí, en ese punto de mar al que se mira, por encima de las callejuelas de la vieja medina, y muy cerca de la cueva de Hércules, donde nace Josephine Perkins.

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Autor: Luis Salvago. Título: Josephine. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.

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